La segunda victoria de Rajoy
El líder popular ganó las elecciones y ha ganado las postelecciones gracias al inmovilismo
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No ha cambiado el resultado del partido en la zona Cesarini,
expresión balompédica que reconocía el instinto goleador de un
futbolista juventino, Renato Cesarini, en la agonía de los últimos
minutos.
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Quiso asumir Sánchez
el argumento providencial. Por cuerpo y por espíritu, emulaba a esos
centrales que suben a rematar las últimas jugadas, rebañando los nervios
y los segundos. Compromís le concedió una inesperada asistencia en el
tiempo de descuento, aunque la ambigüedad y el boato de la propuesta —"El acuerdo del Prado"—
contradecía el pacto con Ciudadanos, incluso transgredía los límites
con que acordó encadenarlo el Comité Federal: ni con Podemos, ni con los
nacionalistas.
Carecía de sentido recrearse en un ejercicio de
especulación, mucho menos invocando el minuto yugoslavo del parlamento
catalán. Puigdemont descendió de los cielos in extremis porque las
discrepancias ideológicas, económicas, institucionales entre
Convergencia y la CUP, quedaron subordinadas a la anestesia o al placebo
de la tierra prometida.
No había en Madrid un argumento aglutinador tan
rotundo ni idealista. El motivo de cohesión acaso se restringía a la
aversión hacia Rajoy, pero las ganas de evacuarlo expuestas por Rivera e
Iglesias se resintieron de la incongruencia respecto al modelo de
Estado y al criterio económico.
Se le podría agradecer el esfuerzo a Sánchez si
no fuera porque ha practicado el ilusionismo como argumento de
supervivencia. Y porque su desengaño de este martes —ha llamado a
Iglesias traidor— representa un ejercicio de ingenuidad: el líder de
Podemos no ha hecho otra cosa que maltratarlo en los vaivenes
disciplinarios del castigo y el premio. Iglesias aspira a la hegemonía de la izquierda. Y espera asegurársela el 26 de junio, amarrando las confluencias, revistiendo de utilidad el voto desperdigado de IU.
Mariano Rajoy
ganó las elecciones y ha ganado también las postelecciones. Hubiera
preferido investirse presidente en la inercia del 20-D con la fórmula
paternalista de la gran coalición, pero el escenario secundario de unas
elecciones anticipadas premia con asombrosa desmesura su inmovilismo
enfermizo. La inhibición le ha permitido asistir al deterioro de sus
rivales. Le ha consentido purgar cualquier atisbo de deslealtad en su
propio partido. Y le ha permitido incluso atribuir a Sánchez, a Rivera y
a Iglesias toda le responsabilidad del fracaso, esperando, por
idénticas razones, que los votantes los castiguen ejemplarmente en la
segunda vuelta del 26-J.
El despecho es una de las novedades que comporta
la convocatoria. Otra, no menos interesante, concierne al porvenir del
PSOE. No porque haya alternativas previsibles al liderazgo de Pedro
Sánchez, sino porque el presumible crecimiento de Ciudadanos y de Podemos-IU ahoga a los socialistas por el centro y por la izquierda, hasta el punto de poderse añorar el hito de los 90 diputados.