Recuerdo a la perfección que este fondo de libros sobre nuestro pasado, tiene cuatro guardeses, cada uno con una llave, para acceder a la sala de los manuscritos. También recuerdo que la antigua Consejería de Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía, de la mano de Juan Ortega (a su vez de la mano de Rojas Marcos- Partido Andalucista), comenzaron a mover las visitas y los proyectos hacia ese fondo.
Hoy el PSOE sigue con ese reto. Las malas lenguas (o buenas) saben que existe una partida económica muy golosa tras el INTERÉS INVESTIGADOR, lo cual hace pensar en un nuevo apunte ante la aparición en prensa de ello.
También recuerdo a la perfección que una buena amiga me dijo que a Mali - Tombuctú, no llegan pasillos humanitarios internacionales, comida o medicamentos en estos momentos.
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NOTICIA
FONDO KATI.
Articulo del pais
15/07/2012
En medio de la ciudad de Tombuctú, al norte de Malí, se
alza una casa de color salmón y líneas simples que en la última década ha
guardado dentro un trozo de la historia de España. La que escribió y reunió la
familia Kati: alrededor de 3.000 manuscritos del siglo XII en adelante entre
los que hay desde tratados de ciencia a relatos sobre el exilio en África de
decenas de escritores andalusíes. La entrada de los islamistas en marzo pasado
ha causado ya estragos en las principales mezquitas de la ciudad y edificios
religiosos, así como en tumbas y mausoleos considerados patrimonio mundial por la Unesco.
La biblioteca que gestiona el fondo Kati se llama
en realidad José Ángel Valente. La familia dueña de los textos lo quiso así en
reconocimiento del apoyo que prestó el poeta gallego a la reunificación y
conservación de estos documentos. Valente fue el impulsor de un manifiesto
publicado en febrero de 2000 y suscrito, entre otros, por José Saramago,
Antonio Muñoz Molina y Juan Goytisolo, para pedir la salvación del fondo. El
poeta falleció ese mismo año sin ver el fruto de su empeño, que sí se hizo
realidad dos años después, cuando la
Junta de Andalucía se sumó al proyecto dándole a la familia
Kati lo que necesitaba: un edificio donde, por fin, ordenar y conservar los
históricos manuscritos.
Los expertos discrepan sobre el valor del fondo Kati,
pero coinciden en que deben conservarse lo mejor posible. “De los 3.000
documentos, la mayoría son hojas sueltas, ni libros”, apunta el escritor e
investigador Manuel Villar Raso, que ha viajado en más de veinte ocasiones a
Tombuctú y conoció de cerca la historia de la biblioteca. “Yo he visto otras
bibliotecas en los alrededores de Tombuctú que son iguales o más importantes.
Pero no tienen un edificio como el que le hizo a esta la Junta”, advierte.
Esa casa salmón de dos plantas con la arena en la puerta
pasaría desapercibida en más de un pueblo de la costa andaluza. Pero en
Tombuctú es una construcción de primera categoría. Para Villar Raso, “el mejor
edificio de la zona”. Para el exministro Manuel Pimentel, que guarda estrechos
lazos con este proyecto, es “un buen edificio que aquí sería humilde”. “No creo
que ninguna biblioteca de pueblo de España sea tan humilde. Pero para Tombuctú
es de clase media alta” afirma Pimentel, que en 2004 publicó el libro Los otros
españoles. Los manuscritos de Tombuctú: andalusíes en el Níger, firmado con
Ismael Diadié, heredero de los Kati e impulsor definitivo del proyecto de la
biblioteca.
Fueron Diadié y su padre quienes, en los años noventa, se
propusieron rescatar el legado familiar. Se sabían descendientes de Alí ben
Ziryab al Kuti, originario de Toledo que abandonó la ciudad en mayo de 1468.
Tras pasar por Andalucía, llegó a Tombuctú llevando consigo los primeros
manuscritos de lo que, con los siglos, papel a papel, se convertiría en una
ingente memoria escrita de la familia. Desde autobiografías a documentos
notariales, transmisiones hereditarias y actas de matrimonio. Cada generación
conservó y alimentó la biblioteca con sus propios libros, pero durante el siglo
XIX, ante el temor de que la inestabilidad en la zona pusiese en peligro el
legado, los fondos se distribuyeron entre miembros dispersos del clan. La
mayoría de los manuscritos quedaron ocultos, enterrados en el desierto en
aldeas a las afueras de Tombuctú. Los escondieron tan bien, que, durante los
años del colonialismo, los franceses los buscaron con mucho interés y poco
éxito, hasta el punto de que llegaron a pensar que aquella historia de papeles
ocultos bajo la arena era un mito. El Dorado de Tombuctú.
Cuando Ismael Diadié y su padre se propusieron volver a
sacar a la luz los fondos tuvieron que recorrer aldea por aldea, preguntar a
los parientes lejanos y próximos hasta reunir la mayoría de los manuscritos.
Algunos se perdieron y, entre los encontrados, muchos habían resultado dañados
por insectos, incendios, inundaciones o una mano humana descuidada. Aun así,
lograron salvar 3.000 documentos del siglo XII al XIX, la mayoría escritos en
árabe, hebreo y castellano aljamiado (con caracteres árabes).
Según la memoria que redactó la Junta de Andalucía cuando se
decidió a participar en el proyecto, de esos 3.000 manuscritos que componen la
biblioteca, alrededor de 300 son de autores andaluces, 100 de renegados
cristianos, 60 de comerciantes judíos y el resto de temática árabe variada. Hay
textos de religión, ciencia, economía, matemáticas, medicina, filosofía o
derecho. Y mucha historia condensada. Los escritores que firmaron aquel
manifiesto que promovió Valente destacaron que en este fondo se pueden estudiar
las migraciones judaicas a finales del siglo XV y comienzos del XVI, la
penetración del islam en España, el destino de centenares de familias visigodas
tras la caída del reino de Toledo, el exilio en África de miles de escritores
andalusíes o la participación de los moriscos y renegados cristianos en los
ejércitos de Al Mansur que conquistaron el Imperio de Songhay.
Para Manuel Pimentel, uno de los principales valores de
la biblioteca es el camino hecho generación a generación. “Es un fondo
realmente importante. Podríamos considerarla como la biblioteca colombina del
desierto, se ha ido haciendo durante siglos”, afirma.
La Junta invirtió 120.000
euros para construir un edificio en el que pudieran conservarse los textos
El escritor Villar Raso siempre ha sido menos entusiasta
con la colección. Cuenta que a finales de 2002, cuando ya estaba terminada, el
entonces consejero de Relaciones Institucionales, Juan Ortega, del Partido
Andalucista, llevó a un grupo de investigadores para enseñarles el proyecto. Él
viajaba en esa expedición. “Ortega me preguntó qué me parecía”, recuerda. “Yo
le dije que antes de hacer el edificio tenía que haberse informado del valor de
los fondos. Pero se fiaron de lo que les contó Ismael [Diadié]”. La Junta invirtió 120.000 euros
para levantar el edificio en un solar cedido por la familia Kati. Andalucía lo
impulsó como un proyecto de cooperación: “Una gota de agua en un mar de
necesidades”, señalan los informes de la época, en los que se argumentaba que
la construcción de la biblioteca podía suponer una “caja de resonancia” que
impulsara el interés por la zona.
El acuerdo pasaba también por digitalizar todos los
manuscritos que interesaran a la
Junta y guardar una copia en la sede de Almería del Centro de
Estudios Andaluces, aunque esta parte del proyecto sigue a medias. En realidad,
cuando el Partido Andalucista salió del Gobierno, tras las elecciones de 2004
que devolvieron la mayoría absoluta al PSOE, la relación institucional con los
Kati se enfrió.
Pese a su opinión templada sobre el valor de estos
documentos, Villar Raso admite que el fondo guarda algunos libros realmente valiosos.
Él destaca tres, con los que coinciden casi todos los expertos y que ya fueron
resaltados por un informe realizado por el Ministerio de Cultura durante el
Gobierno popular de José María Aznar.
El primero de ellos es el Tarik-El-Fettash, un texto del
siglo XV conocido como la primera historia de África contada por africanos.
José Ortega y Gasset solía referirse a él como “un libro que todo el mundo
debería leer”. La escribió un antepasado de los Kati de hoy y existen otras
copias de este libro, que se reedita periódicamente, pero algunos expertos que
han podido consultar el ejemplar que guarda la familia aseguran que tiene una
peculiaridad.
Por alguna razón, en las reediciones posteriores se han
eliminado todas las referencias a los andalusíes, que suman varias páginas de
las que carece, incluso, el ejemplar que hay en la biblioteca Ahmed Babá,
creada por iniciativa de la
Unesco en 1973 y donde se conservan casi 20.000 manuscritos.
La biblioteca guarda la primera historia de África contada por
africanos. Ortega y gasset lo recomendaba
Los otros dos libros que coinciden en resaltar todos los
expertos son un Corán ceutí grabado en oro y las crónicas sudanesas de
Es-Saheli, un arquitecto y poeta granadino. Para algunos, el mejor poeta
andaluz de todos los tiempos. Peregrinó a La Meca en 1330 y allí coincidió con el emperador
Mansa Mussa, que acabó regresando al Níger con una corte de sabios y hombres de
letras. A Es-Saheli le encargó en 1327 la construcción de la gran mezquita de
Tombuctú, la mezquita de Djingareyber, hecha principalmente de barro y que se
convirtió en referente de un estilo arquitectónico que se extendió desde Malí a
Burkina Faso.
Y es que la biblioteca andalusí se halla en una zona
políticamente inestable. De hecho, dos de los mausoleos de la mezquita de
Djingarey han sido destruidos esta semana por los islamistas de Ansar Dine
(defensores de la fe), que controlan Tombuctú desde que, en marzo, aprovechando
el vacío de poder creado por el golpe de Estado en Malí, se unieron a un grupo
de independentistas tuaregs agrupados en el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad
(MNLA). Ansar Dine y sus socios de la rama magrebí de Al Qaeda lograron luego
expulsar a los tuaregs y conquistar dos de las ciudades más importantes del
norte de Malí: Tombuctú y Gao. En Tombuctú han impuesto la sharía (la ley
islámica) y ha quedado prohibido el alcohol, el tabaco y el juego. Las mujeres
ya no pueden pisar la calle sin taparse.
“Hasta ahora tú podías ver al borde del río Níger a
mujeres de tribus con los pechos al aire y otras tapadas hasta arriba”, cuenta
el exministro Pimentel. Al margen de la destrucción del patrimonio, de la que
ya ha alertado la Unesco,
está en peligro la convivencia pacífica de tribus y culturas muy diferentes
que, hasta ahora, caracterizaba a esta zona del norte de Malí. “Es una
desgracia que estén echando abajo los monumentos, pero, por ejemplo, la
mezquita de Djingareyber, al ser de barro hay que reconstruirla casi cada año.
Todo el mundo participa en la reconstrucción”, cuenta el periodista José María
Arenzana, amigo de Ismael Diadié y que guió una de las visitas de la Junta a Tombuctú. “Pueden
derribarla y se volverá a construir. Pero lo que es imposible de reconstruir
son esos pegamentos culturales”, advierte.
Los equilibrios en la zona son tan frágiles que los que
conocen bien la región temen que esto pueda alterarlos definitivamente. “Lo que
están haciendo con estos ataques es una violación espiritual de la sociedad,
intentando que pierda toda su identidad”, señala Arenzana. Uno de los ataques
que más impacto ha causado dentro y fuera de la región ha sido la destrucción
de la histórica puerta de madera de la mezquita de Sidi Yahia, del siglo XV. La
tradición decía que esa puerta no se abriría hasta el fin de los días y los islamistas,
al echarla abajo, han querido lanzar el mensaje de que ninguna superstición
puede estar por encima de Alá.
Los ataques también han afectado a la mezquita de
Sankoré, que como la puerta de Sidi Yahia y la mezquita de Djingareyber, es
considerada patrimonio mundial por la Unesco. La de Sankoré, que es además la Universidad de
Tombuctú, tenía también una importante biblioteca plagada de manuscritos, pero
que ahora están en El Escorial, cuenta Arenzana. La sacó de Tombuctú el sultán
de Marruecos, que luego trató de llegar desde Rabat a Tánger por barco, pero
fue apresado por unos piratas que se llevaron la biblioteca. Y cuando los
piratas estaban de vuelta, un barco español les interceptó y se quedó con los
documentos. La biblioteca se depositó en El Escorial, donde un incendio
destruyó en el siglo XVII parte de los fondos. El resto se conserva y
probablemente, gracias a aquells avatares, se ha salvado ahora de los
islamistas.
La incertidumbre es mayor sobre los fondos de la familia
Kati. Tienen más contenido histórico que religioso y, quizás por eso, no sea un
objetivo de ensañamiento para los nuevos conquistadores de Tombuctú. Por lo
tanto, en principio, no corre peligro. Otra cosa es el valor económico. “Los
manuscritos valen dinero. En el mundo islámico un manuscrito andalusí del siglo
XII o XIII es muy cotizado. Y esto sí les puede interesar”, advierte Manuel
Pimentel.
El exministro reconoce su inquietud por lo que le pueda
pasar al fondo Kati, pero tiene la sospecha, asentada en algo de información de
primera mano, de que está a salvo. Ismael Diadié y su familia salieron hace
unos días de Tombuctú y se llevaron con ellos parte de los manuscritos. Se han
refugiado en otra zona del país y puede que las hojas y los libros que sacaron
de la biblioteca estén ahora allí o puede que se hayan vuelto a evaporar
escondidos por el desierto. “Es como una maldición. El fondo está en un sitio
tan inestable que no consigue unificarse”, reflexiona Pimentel. La maldición
del legado de la familia Kati, aunque todos son optimistas