¿Sociedad del conocimiento o gran estafa programada?
La política del gobierno de recortes y de
agresión sistemática contra los trabajadores ha puesto en evidencia lo
falaz de los planteamientos que glorifican desde hace décadas la
desregulación laboral como paso necesario e inevitable para la
transición a una economía desarrollada basada en el conocimiento.
La política del gobierno de recortes y de
agresión sistemática contra los trabajadores ha puesto en evidencia lo
falaz de los planteamientos que glorifican desde hace décadas la
desregulación laboral como paso necesario e inevitable para la
transición a una economía desarrollada basada en el conocimiento. Desde
mucho antes de la criris, y como justificación de las sucesivas reformas
laborales, se presenta como modelo a empresas de éxito como Google,
firma de tecnología puntera en la que trabajadores con una altísima
cualificación (y remuneración) deciden hasta sus horarios laborales y
los proyectos que ponen en marcha. El problema es que, en el caso
español y europeo, la desregulación no tiene nada que ver con una
flexibilidad de las condiciones laborales orientada a promover el
bienestar y la creatividad de unos pocos técnicos altamente cualificados
y, por tanto, con un gran poder de negociación en el mercado de
trabajo. La reforma laboral tiene como objetivo fundamental la
desarticulación de la organización de los trabajadores y de su capacidad
de negociación colectiva. Se trata de despedir y reducir salarios sin
estorbos.
Las consecuencias de este desempleo masivo planificado, que en España
alcanza ya una de las cotas más altas del planeta, afectan de manera
desigual a la población trabajadora en función de muchos factores, pero
de manera especial, en función de la cualificación. Todos los niveles
educativos sufren una degradación de sus condiciones laborales, pero las
bajas cualificaciones, o la ausencia de las mismas, colocan a miles
personas en situaciones extremas de paro de larga duración o de alto
riesgo de exclusión social.
En el caso de los jóvenes, la combinación de los efectos de la
reforma laboral, el desempleo masivo y los recortes en educación está
conduciendo al abismo a la generación más formada de nuestra historia.
Entre la población titulada universitaria nos encontramos con dos
situaciones dramáticas, cada vez más generalizadas: por un lado están
quienes se ven forzados a la emigración para poder hacer valer sus
títulos en el extranjero ante un mercado laboral interno en el que no
encuentran salida. Por otro lado, tenemos a quienes padecen las
condiciones del subempleo, ocupando trabajos muy por debajo de su
cualificación, con bajos salarios y una alta temporalidad. Con este
último fenómeno el empresariado consigue, además, dos cosas que le salen
gratis: la primera es una mano de obra altamente cualificada a precio
de mano de obra sin cualificación, que emplea para dar una imagen de
“excelencia” a unas empresas que ofrecen unos servicios para los que se
requiere una mano de obra con una formación mucho más básica. La segunda
es expulsar de esos empleos de baja cualificación a los jóvenes con
menor formación, abocándolos a los márgenes de la asistencia y la
exclusión social; de ello resulta la división de los jóvenes
trabajadores y un paro masivo entre los mismos (más del 50% de la
juventud activa se encuentra en situación de desempleo) que no hace sino
presionar a la baja los salarios, tanto de los jóvenes como del
conjunto de la clase trabajadora. Son estos jóvenes con bajas
cualificaciones quienes se llevan la peor parte: a la cronificación de
su situación de desempleo, se añaden no sólo los recortes en las
prestaciones sociales, sino los recortes educativos, que impiden su
reciclaje, así como los recortes en todo tipo de planes formación
técnica y de inserción laboral.
Pero, a pesar del dramatismo de la situación que vive la juventud
española y de sus desastrosas consecuencias para el futuro, no sólo los
jóvenes padecen en el ámbito laboral la fatal combinación del desempleo y
los recortes. Los adultos de más de 50 años que se ven expulsados de su
puesto de trabajo, con una dilatada experiencia profesional en un campo
determinado, vienen también a ser víctimas de su propia pericia, al
encontrar difícil reubicación en cualquier otro sector laboral: apenas
existen ofertas, las que hay son copadas por trabajadores más jóvenes,
más cualificados y contratados en peores condiciones laborales, y la
edad avanzada juega en su contra. También ellos disponen de cada vez más
escasas oportunidades de formación y reciclaje debido a los recortes.
Esta casuística es aún más acusada en el caso de las mujeres, que
padecen todas las consecuencias de los recortes y del desempleo en todas
las franjas de edad y de manera más pronunciada que los varones. La
asignación de los roles laborales de menor prestigio y remuneración que
el mercado otorga a las mujeres, las sitúa en las posiciones de mayor
vulnerabilidad social. Si a ello se le suman los recortes en igualdad y
dependencia, con la carga de trabajo añadido no pagado que asumirá la
población femenina como consecuencia de ello, la situación de pobreza,
exclusión e injusticia será máxima en el caso de las mujeres (como
vienen denunciando desde hace años organismos internacionales como el
PNUD), irónicamente más y mejor preparadas que los hombres,
especialmente entre las generaciones más jóvenes.
En definitiva, los grupos de poder que claman desde hace años por el
advenimiento de la sociedad del conocimiento a golpe de mercado y
desregulación, capitaneados por la Troika, gobiernos y patronal, ofrecen
ahora, a la vista de todos y con la excusa de la crisis, los resultados
de su plan. Los recortes en las subvenciones a la formación laboral, la
elitización universitaria a través de brutales subidas de tasas, la
cuasi ausencia de programas de formación para la población adulta, o el
secular desprecio institucional hacia la formación profesional (que
lleva a que en este país, sólo las encuestas del INE consideren a los
módulos de grado superior como una formación técnica y práctica de alta
cualificación, es decir, formación superior al nivel de la
universitaria), tienen como consecuencia necesaria la degradación del
empleo, el paro masivo, la economía sumergida, el aumento de la
exclusión social, el abundamiento de la crisis y la doble explotación
del trabajo de las mujeres (doméstico y en el mercado). Y todo ello,
mientras se exige a los trabajadores el pago de una deuda ilegítima que
una serie de oligarcas y especuladores tienen contraída con unos bancos
extranjeros de la misma calaña.
Hay que hablar de clases sociales, de educación pública y universal,
de formación para la integración laboral. Y también hay que hablar de
reparto del trabajo y la riqueza, tal y como hacía el diputado Sabino
Cuadra en el congreso, el pasado junio. La hipocresía del discurso del
paso a la sociedad del conocimiento y de los autónomos emprendedores de
éxito ya no tiene credibilidad alguna. Porque no entramos en la era
Google, sino en la del encumbramiento de la desigualdad y de la estafa.
Fuente: Nodo 50
Antonio Márquez de Alcalá, sociólogo.