[Debate sindicalismo] Si no puedes ser grande, aprende a ser pequeño: guerrilla sindical
Enviado por anonerror (no verificado) en Lun, 17/10/2016 - 18:34
"¿Crisis del sindicalismo o la oportunidad para la guerrilla sindical?"
Por Yeray Campos. -'Solidaridad obrera', 14/10/2016.
'Si no puedes ser grande, aprende a ser pequeño', esta vendría a ser
la máxima guerrillera por excelencia. Con ella unos pocos, pero que
conocen bien el terreno, que han tejido amplias redes de enlaces y
solidaridad, que saben cuando esconderse entre las sombras y cuando
sorprender saliendo de los matorrales, pueden derrotar a muchos.
Pero la guerrilla es la forma organizativa para los malos tiempos.
Para los de la represión, de la clandestinidad. Para cuando se nos
impone ser pocos y ninguna otra forma de organizarse es posible. ¿A
quién le gusta dormir al raso noche tras noche, olvidar lo que es una
comida caliente, llenarse los pies y las manos de barro? ¿O ir, libres,
por llanuras y montañas? Cuando se puede, cuando nos dejan, hemos de
bajar del monte y tratar de ser muchos. De ser los muchos. De ser
grandes. ¿O no?
En los años veinte el lema de la Industrial Workers of the World, el
sindicato revolucionario anglosajón, era «One Big Union». Una Gran
Unión, o una gran central sindical. Ser grandes, ser muchos, pero
golpear como uno solo. ¿Por qué debía de ser así?
La respuesta está en el modelo de producción pre-fordista. A finales
del siglo XIX y comienzos del XX los Estados liberales, incluso los más
democráticos, no hacen demasiados esfuerzos por incluir a la clase
trabajadora dentro de su proyecto político. El Estado social es mínimo,
así como el desarrollo de las vías mediadas de negociación sindical y la
intervención de los gobiernos en el mundo laboral. Salarios bajos,
jornadas largas, sin vacaciones, sin legislación contra el despido. Sin
protección ante el accidente o garantías ante la jubilación. Es en este
contexto que se desarrolla la acción de los sindicatos revolucionarios.
Este modelo aboca inevitablemente a dos caminos. O la sumisión ante
la patronal, lo que compromete la propia supervivencia material de las
plantillas, o el conflicto. De los conflictos que se ganan salen
acuerdos que se imponen a la patronal y que en el Estado español toman
el nombre de bases de trabajo.
Hay quien quiere identificar las bases de trabajo como el antepasado
de los actuales convenios colectivos, pero lo cierto es que su
naturaleza es bien distinta. Para empezar toda base de trabajo era, sí o
sí, producto de un conflicto laboral. Si el conflicto se ganaba el
documento era firmado por el propio sindicato que llevaba a cabo la
lucha en representación directa de los trabajadores y por la patronal.
En ocasiones, si la base es importante, irá también firmada por un
gobernador civil de provincia o un ministro del trabajo, pero por lo
general el gobierno se mantiene al margen tanto del conflicto como de la
negociación.
En segundo lugar, por lo general las bases de trabajo se van a
aplicar únicamente sobre los obreros afiliados al sindicato que han
librado el conflicto. En algunos casos incluso es posible que el
sindicato logre imponer a la patronal que solo pueda contratar a
trabajadores afiliados a la propia central.
Las consecuencias de este tipo de modelo de negociación colectiva son
claras. Se tiende a una afiliación masiva que, además, debe de ser muy
activa si quiere que se mantengan las bases firmadas. También se tiende a
la unidad bajo una sola central sindical, al menos por empresa y
sector. El término esquirol no hacía referencia tanto a quien no
secundaba una huelga como a quien no pertenecía al sindicato al que
debía pertenecer: La One Big Union. Frente a este concepto de unidad
sindical hay quienes reivindican la «libertad» de no pertenecer al gran
sindicato, caso de la Unión de Sindicatos Libres en la Cataluña de los
años 20, de inspiración tradicionalista y que solo podemos calificar
como prefascistas.
Dentro de este difícil modelo los sindicatos revolucionarios
comienzan a conseguir victorias y a amenazar el orden capitalista. Esto
coincide cronológicamente con el surgimiento de los fascismos, en los
que el capitalismo logrará imponer el modelo del sindicato vertical.
Aquí, para evitar el conflicto social, obreros y patronos son incluidos
dentro de la misma estructura y todas las formas de lucha que permitían a
los trabajadores obtener victorias en el modelo anterior (la huelga, el
boicot y el sabotaje), son prohibidas y duramente reprimidas.
El sindicato vertical se establece en el Estado español con la
victoria de las tropas de Franco, impuesto a punta de fusil, y toma el
nombre de Organización Sindical Española. Un modelo así, basado en la
extinción represiva de todas las fricciones que provoca la guerra de
clases, tiene unos claros límites. Sólo puede mantenerse en una
situación de excepción, cuando las violencias son canalizadas hacia la
guerra imperialista (caso de Italia y Alemania) o cuando la economía se
mantiene bajo una constante depresión autárquica que impide el
desarrollo productivo (caso del Estado español). En el momento en que,
en el caso del régimen franquista, los tecnócratas del Opus toman las
riendas de la economía y el país se industrializa el sindicato vertical
se queda obsoleto. Por dentro, es copado por la infiltración opositora
y, por fuera, es desautorizado de forma que los convenios entre patronal
y plantillas se firman al margen de la estructura.
Después de cuarenta años de mantener el movimiento obrero en una
cárcel el vertical se derrumba. Las fuerzas que se le oponían salen a la
luz, en tanto que otras renacen de la muerte impuesta. El Estado
español ha estado todo ese tiempo en una cápsula del tiempo pero, a
nivel sindical, ¿qué ha pasado en el resto de Europa occidental?
Tras la segunda guerra mundial, ante el fracaso de los fascismos y la
amenaza soviética, se establece un consenso socialdemócrata. Los
trabajadores cualificados de Europa son incluidos en el proyecto
político de la burguesía. El Estado social se extiende y las democracias
se vuelven más amplias y representativas. Si el palo del fascismo no
había logrado exterminar el conflicto social, quizá había que probar con
la zanahoria.
La patronal está ahora dispuesta a integrar a los sindicatos dentro
de la estructura empresarial y los gobiernos aparentan ser árbitros
neutrales. Los sindicatos que prosperan en este momento logran grandes
cuotas de poder, a costa de renunciar a sus objetivos revolucionarios y
de supeditar su acción al programa de un partido socialdemócrata,
laborista o democristiano. Frente al tipo de acuerdo que hemos analizado
más arriba, los acuerdos que genera este modelo sindical van firmados
por lo general, ya no por un sindicato en cuestión, sino por un órgano
de representación unitaria elegido a través de unas elecciones
sindicales. Sería el caso de los shop stewards committees en Reino Unido o de los comités d´entreprise
en Francia. El acuerdo firmado tiene carácter legal y no es extraño que
los órganos gubernamentales intervengan tanto en las negociaciones como
en los conflictos.
Las consecuencias de este modelo sobre el movimiento sindical son
justo las contrarias. Para que un acuerdo se mantenga ya no es necesario
que la afiliación sindical sea demasiado grande, ya que se aplica a
todos los trabajadores independientemente de si su sindicato ha
participado o no en el conflicto.
La tendencia, antes que al conflicto directo, es a la concertación y a
la estabilidad, al mantenimiento de la paz social, por lo que tampoco
es necesario que la plantilla se implique demasiado, profesionalizándose
la negociación. Por último, en lugar de a la unidad bajo una única
central, se tiende a la pluralidad producto de las elecciones
sindicales. Lo que se disfraza de libertad para el trabajador, que puede
elegir a la fuerza que más le convenga, también supone que la empresa
pueda pactar con el sindicato que le venga mejor siempre que tenga
suficiente representatividad.
Volviendo al Estado español, cuando cae el modelo sindical fascista,
la mayor parte de la oposición reivindica el modelo de negociación que
tiene lugar en el resto de Europa, con órganos de representación
unitaria, mediación gubernamental, convenios colectivos y cogestión
empresarial. Entre tanto la CNT, que renace desde la clandestinidad y el
exilio, reivindica las bases de trabajo.
Se reparten fotocopias de viejas bases de trabajo firmadas en el año
que siguió a la proclamación de la segunda república, o entre febrero y
julio de 1936, dos momentos de excepción para los trabajadores y para la
CNT, en los que la patronal estaba en retroceso y acepta firmar bases
muy beneficiosas para el sindicato. En el primer caso por el shock que
provoca el hundimiento repentino de la monarquía, en el segundo porque
consideran que el golpe militar que les salve está cercano, como
efectivamente era. Se pretende hacer de la excepción la norma, sin
recordar, u olvidando a propósito, los límites del modelo. Y es que ante
situaciones de represión sindical, ante pérdidas de afiliación o
relajamiento de las plantillas las bases del trabajo caían. Las
patronales dejaban de aplicarlas y las condiciones laborales volvían a
empeorar, en un modelo profundamente inestable.
Igualmente hay que decir que, en aquellos lugares donde nunca ha
habido un sindicalismo de concertación, como en los EEUU, el viejo
sistema se mantiene sin que ello sea en absoluto beneficioso para los
trabajadores. Si los acuerdos sindicales se aplican únicamente sobre los
obreros sindicados no es raro que los propios sindicatos se vean
constantemente ante la tentación de hacerse corporativos. Si añades a la
ecuación una brutal represión contra el mayor sindicato de clase, la
IWW, hasta reducirlo a la marginalidad, tienes un modelo copado por
sindicatos corporativistas que sólo miran por los intereses de su propio
sector. ¿O a nadie le suena la forma de actuar del gremio de actores de
cine?
El problema de proponer un retorno a las bases del trabajo es que ni
las patronales, ni unos trabajadores que aspiran a igualarse a la
aristocracia obrera de Alemania o Francia, están muy por la labor. Eso
sin tener en cuenta que el resto de sindicatos ya están ejerciendo de
forma extraoficial el nuevo modelo. Sólo faltaba que el gobierno, a
través de los Pactos de la Moncloa, lo ratificara.
La CNT, que en un principio se niega tajantemente a participar en la
negociación de los convenios colectivos, se verá divida entre quienes
aceptarán formar parte de los órganos de representación unitaria y
quienes no. Pero ambos sectores se acaban viendo obligados a tragar con
los convenios.
Ante el modelo de producción fordista, las fuerzas que apostaban por
la no mediación, por la acción directa, por la autonomía sindical y por
escalar los conflictos hacia un futuro revolucionario, ya no pudieron
ser grandes y debieron aprender, sin jamás retroceder, a ser pequeñas.
Ahora que el neoliberalismo ha puesto en crisis al modelo sindical de
la concertación, que los comités de empresa quedan reducidos a la
inoperancia, que los convenios colectivos caen como fruta demasiado
madura, que los gobiernos se quitan el disfraz de amables mediadores, es
quizá el tiempo para salir de entre los matorrales y dar el asalto. En
un momento como el actual, las complejas maquinarias burocráticas en las
que se han convertido los sindicatos de concertación no son capaces de
dar la lucha ni por sus propios privilegios. Es el tiempo de la
flexibilidad en las tácticas, de la sorpresa. Los pocos, pero que
conocen bien el terreno, que tejen redes de solidaridad, pueden ser
capaces de vencer. ¿Crisis del sindicalismo o la oportunidad para la
guerrilla sindical?
Yerai Campos está terminando historia y trabaja
precariamente. Participó en la puesta en marcha de
regeneracionlibertaria.org. Secretario de organización de la FEL (2014 a
2015). Afiliado a la CGT.