Aportación del Centro de Estudios Históricos de Andalucía a las II Jornadas por la Constitución Andaluza: Ayer y mañana de la Constitución de Antequera
Ayer y mañana de la Constitución de Antequera
Rubén Pérez Trujillano y Manuel Ruiz Romero.1
Centro de Estudios Históricos de Andalucía2
1 .- Para contactar con los autores: pereztrujillano@use.es y mruizromero@ono.com
2 .- Sobre la entidad: prensaceha@gmail.com ; facebook.com/centro.estudios.historicos.andaluces y twitter.com/CehaAndalucia así como: http://cehandalucia.blogspot.com.es
Es
ocioso considerar que el proyecto antequerano es uno de los hitos
recuperados para nuestra historia reciente y que ya forma parte, por
derecho propio, de lo que entendemos es la corriente historiográfica
denominada Andalucismo Histórico1.
Desde ahí se abre camino para calar entre los andaluces y andaluzas con
las dificultades propias del academicismo y de lo que políticamente
representa. En los últimos años, investigadores como Sánchez Acosta o
Pérez Trujillano han venido a profundizar con sus respetivas monografías
en las disposiciones de dicha norma constitucional, de manera que, uno y
otro, han reforzado un documento doctrinal que destaca como pórtico del
nacionalismo andaluz2.
De forma paralela, se han prodigado estudios que han demostrado hasta
qué punto la Carta Magna de 1883 es un referente en el frustrado
autonomismo republicano. Incluso, la bibliografía sobre el contexto
histórico federal/nacionalista ha crecido con valiosas aportaciones, por
lo que hoy por hoy, estamos en condiciones de afirmar que es creciente
su importancia en la contemporaneidad andaluza y, muy especialmente,
para quienes defendemos la realidad singular de Andalucía y la
proyección política de su soberanía popular e identidad. Precisamente,
la segunda edición de estas Jornadas contribuye a ello y es una muestra
más del interés que despierta.
Dicho
esto a modo de introducción, nadie sensato a estas alturas de la
literatura sobre la cuestión puede obviar que, tras las coordinadas
jurídico-ideológicas marcadas por el texto (en realidad tres) se
esconden importantes búsqueda de respuestas, aun exclusivamente
teóricas, para la realidad del momento muchas de las cuales nos
transportan a la realidad de la Andalucía de hoy. La necesidad
manifiesta de un nuevo Estado plurinacional y la respuesta ante un
capitalismo que se ha reforzado junto a un Estado crecientemente
autoritario orquestados ambos por el neoliberalismo, forjan la necesidad
de una alternativa a los territorios peninsulares desde la nación
andaluza con carácter constituyente. Es decir, confederal
radical-democrática, participativa, municipalista y basada en la
consolidación de derechos civiles, políticos, sociales, laborales
(especialmente en su dimensión jornalera), tanto colectivos como
individuales. Buena parte de los precedentes históricos y personalidades
que intentan socializar las ideas republicanas, entre otras cuestiones
por cabeceras abiertamente comprometidas con la reflexión
jurídico/política, se materializarán en 1883 bajo tres proyectos
(federal regional andaluz, cantonal y municipal) que sintetizan la
necesidad de una nación jurídica, y a la que la vida y obra de Blas
Infante junto a los andalucistas históricos que le acompañan, buscan
reforzar con un proyecto político vivo -movimiento- amén de una “patria viva”
en las conciencia de los andaluces y andaluzas. La Constitución de
Antequera ya es un elemento referencial para crear conciencia de pueblo
y, estamos convencidos, que puede y debe seguir siéndolo.3
Subrayar
la preocupación por la formación de la sociedad civil y el ciudadano,
apuntar una nueva estructura de Estado, hacer de la vida representativa
un proceso democrático directo y participativo en cierta forma tutelado
por el poder de unas bases organizadas de trabajadores… dibujan como
defendemos, la necesidad política de un nacionalismo que acabará por
aparecer en el tiempo en el seno, precisamente, de un escenario burgués y
bipartidista como es la Restauración y de la mano del regeneracionismo
al que Antequera ofrece un potente caudal. Con todas las limitaciones
que se desee especificar sobre el texto y la época, entre las que
anotamos nosotros la debilidad de aportaciones culturales e
identitarios, la propuesta se adelanta en el tiempo aunque es incapaz de
dinamizar sinergias sociales que, aún desde sectores pequeños
burgueses, sean alternativa al sistema liberal dominante tal y como
ocurren en otros territorios. No es exagerado con ello afirmar que buena
parte de las estructuras sociales proletarias y jornaleras en Andalucía
se mantendrán intactas en su práctica hasta los intentos de reforma
política y agraria iniciados en 1931 y bien entrado el franquismo. De
cualquier forma, ya para Antequera y en 1883 Andalucía existe. Es un
sujeto jurídico -unidad política- al que se le reconoce capacidad
histórica suficiente como para dar luz a una alternativa jurídica y
social, a la revolución liberal primero y, más tarde como apuntamos, a
la restauración dinástica.
Aceptadas
las premisas anunciadas que de seguro compartimos en su gran mayoría
buena parte de los presentes y lectores a la hora de la búsqueda de una
revolución nacional de Andalucía, y desde Andalucía para y con otros
territorios, la pregunta que nos aborda es la siguiente: ¿Qué aporta el
texto de Antequera en el momento presente a la segunda transición o al
proceso constituyente que se abre en el Estado y en el que Andalucía
está llamada a jugar un papel singular? Veamos.
Ante el mito de la transición rosa o modélica, ni siquiera los sectores del PP ponen ya reparos a la apertura de un debate sobre las reformas constitucionales4.
Si bien nadie practica censura a la reflexión teórica que implica, las
reticencias aparecen a la hora de que sea abierta, sin condiciones
previas y resultados adivinables. En definitiva, una deliberación
técnica enrocada en el bipartidismo y en su sentido privativo de la
representatividad. A nadie escapa que la Carta Magna del 78, a mediados
de 2016, está cuestionada en sus extremos jurídicos, los aspectos
sociales y su dimensión territorial e identitaria con respeto a los
pueblos que componen este Estado. Es más, la crisis económica, impuesta y
que sufrimos, distancia más el articulado de la norma borbónica y
agudiza el jaque popular a una democracia constitucional, imponiéndose
así una reforma que, a entender de muchas formaciones y militantes,
debería representar la apertura de un proceso constituyente. La
dificultad del bipartidismo, la eclosión de formaciones emergentes, las
reclamaciones sociales y territoriales, la necesidad de una “nueva política”
y el empuje popular con el aliento de sectores tradicionalmente
desafectos a la política… parecen invertir la distancia entre ciudadanía
y poder posibilitando al paso de los últimos años un deseo de iniciar
un nuevo proceso legislativo y de participación, del que brote una norma
y una arquitectura de Estado más cercana a las necesidades reales (es decir, verdaderas).
La
crisis de la Constitución del 78 tiene su origen mismo en la decadencia
de la restauración monárquica y con ella, de una democracia formal que ha hecho de la corrupción y la impunidad, la sumisión ciudadana y la asimetría social y territorial su sentido vital5. Su marca definitoria y esencia. El conflicto del borbonismo
bipartidista ha puesto de manifiesto -precisamente- con su negativa al
reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado y la
recentralización de sus estructuras, mensajes y decisiones políticas
(algunas de las cuales como el caso del Tribunal Constitucional jactadas
de un aparente halo de independencia e imparcialidad)6.
Las posiciones más jacobinas son acompañadas de una revitalización del
nacionalismo español, de un decadente sistema de partidos y
representativo, así como de la omnipotencia de un capital invisible,
el cual en su estrategia neoliberal, aspira a gestionar y dar
respuestas exclusivas y totalitarias a la debilidad integral que
citamos. La legalidad no es ya legítima.
Por
la izquierda tradicional, a su vez, las reiteradas referencias e
invocaciones a un federalismo mil veces nombrado y otras tantas
indefinido, hacen en gran parte de los casos, restar intencionadamente
contundencia a ese debate constituyente que reclamamos también desde
estas líneas y al que ni siquiera ha sido capaz de poner tiempo, fecha y
contenido.
En
este escenario complejo y multifactorial es necesario comenzar por
reconocer la existencia de varios sujetos y realidades nacionales en el
Estado. En paralelo, no existe afirmación identitaria sin la compañía,
en unión e igualdad, de los pueblos que conforman este ente cooperativo,
así como de una redistribución y redefinición de derechos que remuevan
las dificultades para el progreso y el desarrollo, social y de los
ciudadanos.
Llegados
a este punto y omitiendo más análisis justificativos, entendemos que la
Constitución andaluza de 1883 pese a su reconocimiento formar en el
articulado estatutario vigente (2007) representa en primer lugar una
opción de declaración de soberanía del pueblo andaluz no sólo vigente,
sino que nos obliga a todos a un mayor conocimiento de sus
reivindicaciones. Aspectos tales como laicicidad, separación de poderes,
feminismo igualitario (aún incipiente), apuesta por la enseñanza como
factor de cambios de mentalidades, suficiencia financiera,
republicanismo, higiene democrática y medidas participativas en la
administración, revitalización de la ciudadanía y sus derechos,
autogobierno generatriz, plurinacionalidad del Estado, Andalucía como
sujeto político, municipalismo, identidad cultual, soberanía
alimentaria, garantía sobre derechos vitales individuales y colectivos,
patriotismo nacional y ciudadano, confederación, derecho a decidir… son
algunos de los conceptos que subyacen en las disposiciones antequeranas a
la vez que forman parte activa y capital de ese paradigma andaluz del
que nos preocupa la toma de conciencia de nuestro pueblo y su
protagonismo ante el futuro.
La
Constitución de Antequera por tanto, es pieza y sentido de esa
estrategia constituyente en la que estamos, representando una catarsis
social capaz de poner en duda el presente, impulsando un nuevo marco
referencial de convivencia, una indudable perspectiva soberanista y
política alternativa y, finalmente, nos invita a revisar la Andalucía
que hoy nos tejen. Su transcendencia como elemento concientizador -en
palabras de Freire- está íntimamente unido a la deseable capacidad de
movilización y protagonismo de nuestro pueblo formando parte de un patriotismo de liberación.
Hacemos nuestro pues su aporte federal-republicano y de construcción
nacional, entendiendo que no existirá nunca un patrimonio constitucional
andaluz que dé la espalda de una estrategia por la recuperación de una
vida dignidad de los andaluces.
La fórmula es relativamente fácil: Andalucía “anfictionado”
de polis que diría Infante, España país de países y Europa libre
agrupación de pueblos. La demostración de que otra realidad es viable
pasa por la referencia “pasada”
(¿) de Antequera. Es posible, por necesario, que peleemos para que 1883
pudiera ser un nuevo matiz de ese patrimonio constitucional abrazado
por nuestro pueblo aquel 4D y 28F. De cualquier forma, como decía
Infante en su Ideal Andaluz, que sea dificultoso no significa que no sea necesario. En eso estamos hermanos andaluces.
1 .- Cfr. ORTIZ DE LANZAGORTA, J. L., “La autonomía generatriz: la Constitución cantonal de 1883”, en VV.AA., El siglo de Blas Infante. 1883 1981. Alegato frente a una ocultación, Sevilla, BEA, 1981, pp. 103-132, así como: ORTIZ DE LANZAGORTA, J. L., RUIZ LAGOS, M., y SANTOS LÓPEZ, J. Mª, La Constitución de Andalucía de 1883, Jerez, CEHJ, 1978.
2 .- En concreto: ACOSTA SÁNCHEZ, J., La Constitución de Antequera. Estudio teórico crítico. Democracia, federalismo y andalucismo en la España contemporánea, Sevilla, Fundación Blas Infante, 1983; quizás una síntesis en: — “La Constitución de Antequera y el federalismo”, en Actas del I Congreso sobre el Andalucismo Histórico, Sevilla, Fundación Blas Infante, 1985, pp. 49 82. Del mismo modo: PÉREZ TRUJILLANO, R.; Soberanía en la Andalucía del siglo XIX. Constitución de Antequera y Andalucismo Histórico,
Sevilla, Atrapasueños, 2013; — “Un proyecto de construcción nacional:
La Iberia de los Pueblos según la Constitución de Andalucía (1883)”, en Espacio, Tiempo y Forma, (28), 2016, pp. 45-71.
3.- Cfr. Una compilación en RUIZ ROMERO, M., Repertorio bibliográfico sobre el Andalucismo Histórico, Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, Consejería de Presidencia, 2007. (formato digital)
4 .- Comienza a aparecer una literatura que revisa críticamente los logros aparentes de la etapa: GARCÉS, JOAN E., Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles, Madrid, Siglo XXI, 1996; BAGUR, J. y DÍEZ, X. (Coord.), La gran deilusió. Una revisió Crítica de la Transició als Països Catalans, Barcelona, Argumenta, 2005; GRIMALDI, A., La sombra de Franco en la Transición, Barcelona, Anaya-Obeon, 2004; de este último autor: — Claves de la Transición (1973-1986) para adultos. De la muerte de Carreo Blanco al referéndum de la OTAN, Barcelona, Península, 2013; PONS PRADES, E., Los años oscuros de la Transición española. La crónica negra de 1975 a 1985, Barcelona, Belacqua, 2005; o bien: ANDRÉ-BAZZANA, B., Mitos y mentiras de la Transición, Madrid, El Viejo Topo, 2006; GONZÁLEZ DURO, E., La sombra del General. Qué queda del franquismo en España, Barcelona, Debate Debolsillo, 2006; DIEGO, ENRIQUE de, Casta parásita. La transición como desastre nacional, Madrid, Rambla, 2008; MOLINERO, C. (Ed.), La Transición, treinta años después de la Dictadura a la instauración y consolidación de la democracia, Barcelona, Península, 2006; MARTIN DE POZUELO, E., Los secretos del Franquismo. España en los papeles desclasificados del espionaje norteamericano desde 1934 hasta la Transición, Barcelona, La Vanguardia, 2007; CASTELLANO, P. Por Dios, por la Patria y el Rey. Una visión crítica de la transición española, Madrid, Temas de Hoy, 2001; MARTÍNEZ INGLÉS, A., La transición vigilada. Del Sábado Santo rojo al 23F, Madrid, Temas de Hoy, 1994; RODRIGUEZ LÓPEZ, EMMANUEL, Por qué fracasó la democracia en España. La Transición y la crisis del 78, Madrid, Traficantes de sueños, 2015; GALLEGO MARGALEG, F., El mito de la Transición, Barcelona, Crítica, 2008; así como TUDELA ARANDA, El Fracasado éxito del Estado Autonómico. Una historia española, Madrid, Marcial Pons, 2016.
5
.- De cualquier forma, la democracia es un proyecto abierto y en muchos
extremos ya manifiesta profundas contradicciones. Entre otros trabajos:
PANIAGUA SOTO, J. L. y MONEDERO, J. C. (Eds.), En torno a la democracia
en España. Temas abierto del sistema político español, Madrid, Tecnos,
1999.
6
.- En los últimos años ha proliferado una bibliografía crítica sobre el
monarca durante y después de la Transición. Un ejemplo: ANASAGASTI, I.,
Una Monarquía protegida por la censura, Madrid, Akal, 2009, así como — Jarrones chinos. Arias Navarro, Suárez, Calvo Sotelo, Gonzalez, Aznar y Rodríguez Zapatero del poder a la desubicación, Madrid, La Esfera de los Libros, 2014.
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Aportación de Nación Andaluza a las II Jornadas por la Constitución Andaluza: La Constitución de Antequera: guía para la acción
La constitución andaluza de 1883 firmada en Antequera, en su Título
I, Artículo 1º dice: “Andalucía es soberana y Autónoma; se organiza en
una democracia republicana representativa, y no recibe su poder de
ninguna autoridad exterior al de las autonomías cantonales que le
instituyen por este Pacto”
Esto es lo primero que nos encontramos cuando comenzamos a leer la Constitución de Antequera; y no es por casualidad ni por azar. Y no solo se nos presenta como el objetivo principal de la Constitución, sobre el que pivotan el resto de Títulos y Artículos. También nos marca el camino a seguir, la forma en la que los andaluces y andaluzas llegaremos a construir una Andalucía “Soberana y Autónoma”.
La Andalucía que se “organiza en una democracia republicana y representativa” no puede esperar a que en el Estado español se den unas excepcionales circunstancias para que desde sus instituciones nos reconozcan como nación y nos otorguen el derecho inherente a la misma, puesto que eso no ha ocurrido en más de 500 años ni ocurrirá jamás. La Andalucía a la que nos quiere conducir la Constitución de Antequera “no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”, lo que significa que no reconoce a las instituciones del Estado español ni aceptará lo que dimane de ellas. Por lo tanto, solamente desde un proceso constituyente andaluz, protagonizado por organizaciones andaluzas y teniendo a Andalucía como punto de partida y de llegada, será posible que podamos llegar al final de un camino que nos conduzca a la soberanía, como pueblo, como clase y como seres humanos.
Y no puede ser de otra forma porque España es irreformable. Tanto las experiencias del pueblo andaluz en todos los intentos soberanistas a través de los últimos siglos, como la última demostración de la voluntad popular de establecer un proceso constituyente encaminado a una Andalucía soberana, el 4 de Diciembre de 1977, nos muestran la imposibilidad de una reforma que posibilite un proceso soberano hacia otras formas de relación con el Estado, basadas en la igualdad y la soberanía de los pueblos y sus instituciones. La vía hacia la soberanía abierta aquel 4 de diciembre del 77, terminó en la gran estafa al pueblo andaluz, que representó la clase política el 28 de Febrero de 1980. La soberanía exigida en las calles y plazas andaluzas se tornó en Autonomía, una simple descentralización del Estado que nos concede unas instituciones sin capacidad legislativa ni política, sometidas a las normativas emanadas del Estado Central y de las instituciones Europeas; carente de los atributos que corresponderían a instituciones que representaran la voluntad de los andaluces y a la soberanía exigida.
Por contra, la reforma de la Constitución del 78 es la vía escogida por aquellos que ven en un nacionalismo andaluz popular aún carente de suficiente vertebración un simple granero de votos que les permita sentarse en los sillones de Madrid o de Sevilla. Los “nuevos” partidos y todas sus réplicas “regionales”, ven en la cuestión nacional andaluza, una forma de entrar en una nueva era política, donde el derecho de autodeterminación de los pueblos está en la primera línea del tablero político. Una forma de no quedarse atrás en los procesos soberanistas ya iniciados por algunos de los pueblos peninsulares y que tendrán continuidad en el resto de naciones peninsulares e insulares. Un modo de obtener protagonismo y votos sin que cambien las bases del actual status-quo.
Esto es lo primero que nos encontramos cuando comenzamos a leer la Constitución de Antequera; y no es por casualidad ni por azar. Y no solo se nos presenta como el objetivo principal de la Constitución, sobre el que pivotan el resto de Títulos y Artículos. También nos marca el camino a seguir, la forma en la que los andaluces y andaluzas llegaremos a construir una Andalucía “Soberana y Autónoma”.
La Andalucía que se “organiza en una democracia republicana y representativa” no puede esperar a que en el Estado español se den unas excepcionales circunstancias para que desde sus instituciones nos reconozcan como nación y nos otorguen el derecho inherente a la misma, puesto que eso no ha ocurrido en más de 500 años ni ocurrirá jamás. La Andalucía a la que nos quiere conducir la Constitución de Antequera “no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”, lo que significa que no reconoce a las instituciones del Estado español ni aceptará lo que dimane de ellas. Por lo tanto, solamente desde un proceso constituyente andaluz, protagonizado por organizaciones andaluzas y teniendo a Andalucía como punto de partida y de llegada, será posible que podamos llegar al final de un camino que nos conduzca a la soberanía, como pueblo, como clase y como seres humanos.
Y no puede ser de otra forma porque España es irreformable. Tanto las experiencias del pueblo andaluz en todos los intentos soberanistas a través de los últimos siglos, como la última demostración de la voluntad popular de establecer un proceso constituyente encaminado a una Andalucía soberana, el 4 de Diciembre de 1977, nos muestran la imposibilidad de una reforma que posibilite un proceso soberano hacia otras formas de relación con el Estado, basadas en la igualdad y la soberanía de los pueblos y sus instituciones. La vía hacia la soberanía abierta aquel 4 de diciembre del 77, terminó en la gran estafa al pueblo andaluz, que representó la clase política el 28 de Febrero de 1980. La soberanía exigida en las calles y plazas andaluzas se tornó en Autonomía, una simple descentralización del Estado que nos concede unas instituciones sin capacidad legislativa ni política, sometidas a las normativas emanadas del Estado Central y de las instituciones Europeas; carente de los atributos que corresponderían a instituciones que representaran la voluntad de los andaluces y a la soberanía exigida.
Por contra, la reforma de la Constitución del 78 es la vía escogida por aquellos que ven en un nacionalismo andaluz popular aún carente de suficiente vertebración un simple granero de votos que les permita sentarse en los sillones de Madrid o de Sevilla. Los “nuevos” partidos y todas sus réplicas “regionales”, ven en la cuestión nacional andaluza, una forma de entrar en una nueva era política, donde el derecho de autodeterminación de los pueblos está en la primera línea del tablero político. Una forma de no quedarse atrás en los procesos soberanistas ya iniciados por algunos de los pueblos peninsulares y que tendrán continuidad en el resto de naciones peninsulares e insulares. Un modo de obtener protagonismo y votos sin que cambien las bases del actual status-quo.