Decía Marx en una de sus conocidas “Tesis sobre Feuerbach” que “es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad”. Traduciéndolo a lenguaje evangélico, dado que hay tanto izquierdista andaluz que se reivindica como cristiano, o al menos como influenciado por su filosofía o su figura, lo que Marx afirma podría ser hasta cierto punto equiparable a aquella supuesta afirmación atribuida a Jesús, transcrita en el Evangelio de Mateo, de “por sus frutos (por sus hechos, sus obras) los conoceréis”. Pero Marx va mucho más allá de lo personal, accidental, temporal o moral, añadiendo más adelante que también “la vida social es, en esencia, práctica”.
Es por tanto en la praxis, en la realidad material y la cotidianidad actuante; en lo que se hace, en el ejercicio del día a día, en las estrategias, acciones y actividades propuestas, en desarrollo o realizadas; y no en lo que se dice, en las ideas que se manifiesta defender, en los principios que se afirma mantener, en la ética que se adjudique, o en las declaraciones realizadas en escritos, alocuciones, etc., en donde podemos hallar la medida real para determinar tanto en torno a la “verdad” personal, la “del hombre” individualmente considerado, como sobre la “esencia” de la “vida social”, la “verdad” de las sociedades y agrupaciones humanas. Las características que ciertamente los describen, conforman y encuadran. Lo que son, hacia donde se dirigen y hacia donde nos conducen. Es la praxis la que construye y determina presentes y futuros, no las autoadscripciones, las palabras o las intencionalidades. Por ello es la práctica la que finalmente describe y califica personal y colectivamente. Y es precisamente por el hecho de no conducirnos en nuestros análisis y decisiones partiendo de este baremo genérico básico de medir y sopesar por lo que los falsarios mercachifles de la izquierda andaluza al servicio del régimen y el Sistema logran embaucarnos utilizando teorías, prédicas y simbología aparentemente radicales y rompedoras, pero sólo a modo de tinta de calamar que oculta el fondo auténtico de sus propósitos y acciones, de su praxis entreguista y colaboracionista, ajena y contrapuesta a las banderas que enarbolan. Parten del cínico dicho que afirma que “el papel lo aguanta todo”. Y no les falta razón, dado que “el papel”: el documento, el discurso, etc., no es praxis, y con habilidad puede incluso compatibilizarse con una práctica contradictoria con respecto a su palabrería, mientras que la propia praxis no esconde, no camufla, descubre y muestra “la verdad”, la “esencia” de la realidad propia o comunitaria.
Un activista o un grupo sociopolítico andaluz podrá definirse o proclamarse como demócrata, antifascista, anticapitalista, incluso antisistema en lo social; o como andalucista, nacionalista, soberanista, incluso independentista en lo identitario, pero lo que objetivamente le adscribirá, o no, a alguno de esos parámetros calificativos o a todos ellos será el que su práctica también lo sea. Si sus propuestas, actividades, acciones, adscripciones partidistas, etc., no son concordantes con respecto a lo que se afirma ser o defender, simplemente no se es aquello que se autoetiqueta. Si esa dicotomía entre dicho y hecho se lleva a cabo inconscientemente será reseñable como incoherencia e incapacidad, y si se realiza conscientemente será calificable como demagogia y engaño, pero, dado que en cualquiera de los casos no variarán las consecuencias, las responsabilidades adquiridas serán idénticas. Y será precisamente ese grado cualitativo de interrelación concordante entre el decir ser y el hacer, la teoría y la praxis, por encima de cualquier otra consideración, incluidos impolutos y ejemplares historiales, no sólo lo que definirá catalogaciones, sino también lo que indefectiblemente determinará niveles de acierto o error en proyectos, estrategias y metas trazadas, con independencia incluso de las pretensiones aducidas para justificarlas.
De ejemplos de esas incoherencias e incapacidades, o de demagogias y engaños, de Dr. jekyll y Mr. Hail políticos personales o grupales en definitiva, está repleta la historia más reciente de nuestro país. Muchos fueron y son los supuestos demócratas y antifascistas que renegaron de la ruptura con la Dictadura, aceptando formar parte de su continuación sociopolítica, incluso catalogándola como “democracia”. Imperfecta, incompleta, degradada, etc., pero democracia. Su antifranquismo teórico acabo transformándose en práctica colaboracionista con la prolongación evolutiva del régimen que habían combatido, pasando de oponentes al régimen a piezas del engranaje del mismo. En pro fascismo. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en neofranquistas. Muchos fueron y son los supuestos anticapitalistas que renegaron, aceptando formar parte, e incluso justificando, el sistema socioeconómico del “libre mercado”. Su socialismo teórico acabo transformándose en práctica reformista limitada a limar sus aristas más agudas para hacer más llevadera la explotación, propugnando economías más “justas”, más “sociales”, así como “desarrollos sostenibles” o “repartos de la riqueza”, dentro del capitalismo. En pro capitalismo. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en neocapitalistas. Muchos fueron y son los supuestos antiestatistas que renegaron, aceptando formar parte de las estructuras del Estado burgués, incluso defendiéndolas como neutras, ajenas o por encima de la lucha de clases, y por ello posibles instrumentos pro populares. Su comunismo o anarquismo teórico acabo transformándose en práctica de apoyo y apología del Estado, mostrándose a favor de determinadas tipologías de éste, como el “Estado del bienestar”, y rechazando sólo algunas otras, como la “neoliberal”. En pro estatismo. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en neoestatistas. Muchos fueron y son los supuestos andalucistas que renegaron, aceptando un régimen español y acatando su Constitución, aquel que combatieron los andalucistas históricos, e incluso defendiendo la españolidad andaluza. Su andalucismo teórico acabo transformándose en mero localismo, en un simple ser andaluces en el sentido de ser de aquí, y en la reclamación de equiparación con respecto a otros países igualmente negados y ocupados, y con todo ello en sostén y refuerzo del españolismo. En antiandalucismo. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en neoespañolistas. Muchos fueron y son los supuestos nacionalistas andaluces que renegaron, acatando y aceptando la negación de nuestra nación por el régimen y su Constitución, así como la subordinación del país a políticas y proyectos nacional-estatales españoles que, por serlo, intrínsecamente rechazan y subyugan la nacionalidad andaluza, sustraen sus derechos y mantienen la ocupación. Su nacionalismo teórico acabo transformándose en praxis regionalista camuflada como “nacionalismo integrador” y “no excluyente”. En antinacionalismo andaluz. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en neonacionalistas estatalistas españoles. Muchos fueron y son los supuestos soberanistas andaluces que renegaron, aceptando e incluso aspirando a formar parte, incluso justificando, una administración neocolonial impuesta y ajena a los andaluces, la autonomista española, que además excluye e imposibilita la soberanía andaluza. Su soberanismo teórico acabó transformándose en práctica de defensa y apología de otras Españas soberanas: neoautonómicas, plurinacionales, federales, republicanas, etc., que consustancialmente conllevan la perpetuación de la denegación y usurpación de nuestra soberanía. En antisoberanismo andaluz. Y por tento se han reconvertido, a través de su praxis, en procolonialistas españoles. Muchos fueron y son los supuestos independentistas andaluces que renegaron, aceptando y aspirando a formar parte, e incluso justificando y defendiendo, estructuras de dependencia y dominación sobre Andalucía, como las de los estados españoles, la Unión Europea, la OTAN, etc. Su independentismo teórico acabó transformándose en mera práctica de lucha por “cambios” en características, grados o nomenclaturas de la dependencia española, europea, etc., en lugar de combatir contra su misma existencia, y, por consiguiente, en propuestas y actuaciones de conservación y prolongación de la injerencia y el adueñamiento imperialista con respecto al presente y futuro del país. En antiindependentismo andaluz. Y por tanto se han reconvertido, a través de su praxis, en colaboradores con la opresión, en vasallos voluntarios del amo español, europeo o internacional, en proimperialistas.
El colmo del sinsentido, o quizás no, es que todo ese conjunto de renegados, de traidores a sus propias causas, y con ello a la del pueblo trabajador andaluz, adjetivaban y adjetivan con epítetos, para ellos cargados de negatividad, lo cual ya es significativo; como los de “radicales”, “extremistas”, “intransigentes”, “puristas”, “marginales”, “antiguos”, etc., incluso “sectarios”, a los que simplemente ambicionaban, y aún hoy lo hacen, a conservar y sostener la coherencia entre ideas y proyectos, discurso y acciones, teoría y práctica. A la plena concordancia entre lo que se piensa, se dice, se propone y se hace, por encima de ganancias políticas, sociales, etc. Y digo que quizás no, porque en el fondo es comprensible su conducta, visto desde su propia óptica e intereses, dado que todo sucedáneo sólo puede subsistir y crecer en ausencia del original. Eso explica sus obsesivas estrategias de aislar, invisibilizar, acallar, denigrar e intentar acabar con lo genuino, para así poder suplantarlo. Esa es la razón de fondo de la inquina por parte de estos impostores contra todos aquellos que aboguen y pretendan mantener la ligazón entre teoría y práctica, con la subsiguiente supeditación de la praxis a principios y fines, a la teoría, no al contrario como ellos.
Ese conjunto de renegados se ampara en subterfugios intelectuales autoexculpatorios en torno a supuestos “realismos”, del tipo “estar con los pies en la tierra, “adaptarse a los tiempos” o “a las circunstancias”, etc., así como en esos otros acerca de la necesidad de “priorizar lo social”, considerar “la excepcionalidad del momento” o atender las “carencias” colectivas más básicas y las “urgencias sociales” más perentorias, para argumentar y excusar su revisionismo ideológico, su derrotismo político y su acatamiento a “las reglas de juego” del régimen y el Sistema, pero sobre todo el embaucamiento al que someten al pueblo. Porque lo que ellos llevan a cabo no es una adaptación a la realidad, sino un sometimiento al “orden establecido”. Transigir con la realidad impuesta e integrarse en ella. Partir de un falso y claudicante “esto es lo que hay” como supuesta barrera infranqueable, para así acotar objetivos y aspiraciones populares a aquellas aceptables y asumibles por el régimen político y el sistema socioeconómico imperante en los que él y ellos pretenden prosperar. Desde un punto de vista transformador, revolucionario, adaptarse a la realidad no es asumirla y sumergirse en ella, actuar en conformidad con las normas y límites trazados por el enemigo nacional y social del pueblo, sino analizarla e interpretarla para, a partir de ella misma, confrontarla y subvertirla, haciéndola tambalear hasta demolerla mediante planteamientos y objetivos que la sobrepasen, acentuando y agrandando contradicciones que hagan socavar los cimientos del régimen y contribuyan a implosionar el Sistema. Tampoco lo que hacen es “priorizar lo social”, sino utilizarlo y controlarlo, acotándolo y reconduciéndolo para neutralizar toda posibilidad de que cualquier reivindicación pueda llegar a ser herramienta que posibilite ese sobrepasar normas y límites, haciéndolas permanecer siempre dentro de parámetros admisibles por el régimen y absorbibles por el Sistema. En lugar de trabajar por transformar la realidad se rinden a ella y la imponen al pueblo. Algo a lo que resignarse y de lo que sacar el mayor provecho posible, dentro de “lo que hay”, a partir de su previo acatamiento y la sumisión social. Un ejemplo de ello, a nivel reivindicativo, sería la derivación del desestabilizante movimiento antidesahucio y sus ocupaciones de viviendas hacia alternativas como la “dación en pago” o las “soluciones habitaciones” de los “alquileres sociales”. Otro la derivación del desestabilizante movimiento de ocupación de fincas hacia una “reforma agraria” que sólo afectaría a determinados terrenos infrautilizados o públicos, o el mero cooperativismo. Uno a nivel político sería su electoralismo e institucionalismo, centrándolo y supeditándolo todo al voto y al copar puestos instituciones, haciendo creer que es lo determinante y logrando así desviar y desmovilizar el activismo social hacia la pasividad e inutilidad de los “procesos electorales”. Otro el de la difusión de la “democracia participativa”, que no es más que parcheo “progre” intrascendente y refuerzo de la “democracia representativa”, soporte de la democracia burguesa, en lugar de propagar la democracia directa y el autogobierno, que la contradice e imposibilita. En todos estos casos, tras una apariencia de radicalidad, se deriva hacia metas que no rebasan los límites establecidos y se someten a ellos. Ademas todos ellos forman parte también de sus estrategias de “política espectáculo” y “actos simbólicos”. De actuaciones que, como los fuegos artificiales, hacen mucho ruido pero no conllevan nada ni conducen a nada. Tampoco pretenden nada. Bueno sí, aparentar y prosperar ellos, que es de lo que se trata: de la autopropaganda y el autobombo para simular y disimular. Para figurar y encumbrarse.
Pero quizás el ejemplo más palpable y clarificador acerca de esa claudicante sujeción a las reglas impuestas por el enemigo en su beneficio es, a nivel político, la insistencia machacona de estos renegados en adjudicar los males sociales a un determinado gobierno o partido, en lugar de al propio régimen político y al sistema socioeconómico al que sirven los mismos. Señalando a los capataces se desvía la atención del verdadero culpable, el amo, salvaguardando así su poder y su propiedad. Porque es éste el que decide y determina, no sus capataces, sean estos los ahora colocados para administrar nuestra tierra en su nombre o los que los puedan sustituir en el futuro. Todos ellos sólo son y sólo pueden llegar a ser meros gestores y ejecutores de sus órdenes. Afirmar que el problema de la Andalucía actual y su pueblo es el “régimen del PSOE” y no el régimen neocolonial español, o el gobierno de Susana Díaz y no el dominio del Capital, es engañarse, pretender engañar o ambas cosas al unísono. Y de nuevo habrá que resaltar que resulta indiferente que se haga intencionadamente o inadvertidamente, por traición o ignorancia, pues los efectos que conllevará y los resultados a los que conducirá serán idénticos, luego el grado de responsabilidad será análogo. Te engañes, engañes o ambas cosas a la vez, estarás engañando al pueblo y contribuyendo al mantenimiento de su alienación identitaria y de clase, así como perpetuando su esclavitud. Estés actuando como instrumento ciego o de forma deliberada, lo estarás haciendo de igual manera a favor de sus enemigos. Como manijero del régimen y el sistema sobre el pueblo y contra el pueblo.
Otra tipología de argumentario recurrente tras los que suelen parapetarse estos renegados, a modo de autojustificación con respecto a sus incoherencias y traiciones, son aquellos referidos al grado de desconocimiento e inactividad popular, así como al del carácter minoritario y el aislamiento social, tanto de las ideologías que afirman mantener como de ellos mismos y los colectivos que las defienden, lo que supuestamente les impondría el sumarse a proyectos “más amplios” de carácter reformista y/o estatal para obtener mayores y mejores resultados. Pero, una vez más, sus pretextos no hacen más que poner en evidencia su demagogia y entreguismo. Es precisamente el alto grado de alienación imperante y ese carácter minoritario el que debería obligar a un mayor nivel de claridad y rectitud, en lugar de justificar el formar parte de la confusión y el retorcimiento. Las transformaciones sociales radicales las llevan a cabo los pueblos, no un puñado de líderes preclaros e iluminados. Tampoco son la consecuencia de un acto colectivo voluntarista y espontáneo sino de una acción masiva autoimpuesta y premeditada. Consecuentemente toda revolución y todo proceso de liberación nacional requieren de un pueblo trabajador y unas clases populares mayoritariamente conscientes y determinadas que las lleven a cabo. Por tanto, si la población posee un alto y generalizado nivel de alienación es precisamente cuando más imprescindible resulta ir “con la verdad por delante”, y marchar por nosotros mismos, pues la primera labor a cumplimentar es la de despertar y concienciar al pueblo para que este se libere de las cadenas y vendas que le impiden ponerse en pie, y por sí mismos. A mayor grado de ignorancia y ensoñación popular mayor necesidad de franqueza e inflexibilidad para revertir la situación. Igual cabe afirmar con respecto al carácter minoritario de las ideologías andalucistas y revolucionarias, y de los grupos que la representan. A mayor pequeñez y aislamiento también mayor necesidad de franqueza e inflexibilidad como única manera de reverter la situación. El tacticismo cortoplacista y la contemporización con el enemigo, las pretendidas moderaciones y acomodaciones, solo se las pueden permitir los que se encuentran en un contexto favorable, donde una parte considerable o al menos suficiente del pueblo ya posee un nivel de clarificación y decisión adecuado. No al contrario, como mantienen los renegados. Si se cede en circunstancias desfavorables solo se consigue aumentar el fracaso y las derrotas. Ser más, numéricamente hablando, será consecuencia de haber sido previamente más en claridad y rectitud. Somos pocos porque el sector del pueblo trabajador andaluz consciente es igualmente escaso, y seremos más en cuantía, extensión, repercusión, aceptación, etc., en tanto seamos capaces de aumentar cuantitativa y cualitativamente su capacidad de conocimiento, discernimiento y rebelión. Si a un nivel bajo respondemos menguando discurso y planes solo obtendremos cotas aún más exiguas. Más ignorancia, confusión y pasividad. Desde una perspectiva revolucionaria y liberadora, si no te escucha, sigue o incluso vota un pueblo alienado cuando propagas dichas ideas y proyectos no es más que el lógico efecto del desconocimiento y el ensueño inoculado. Algo previsible y admisible. Si en cambio sí lo hace significativamente, no es la prueba de actuar correctamente sino todo lo contrario, de que lo que propagas y defiendes es y supone más alienación. De ahí el voto, pues se responde afirmativamente a lo previamente inducido. Sólo se puede dar un paso atrás cuando existe una posibilidad cierta de que éste posibilite posteriormente dar dos adelante. Sin la existencia de dicha oportunidad inequívoca y próxima, ese paso atrás solo será el preámbulo de otros muchos. De retrocesos constantes y permanentes. La historia de la izquierda andaluza y el “andalucismo” oficial, a lo largo de estas últimas cuatro décadas, son evidentes ejemplos de las consecuencias de esta tipología de retrocesos en situaciones adversas. De aquellos “realistas” barros transigentes y atemperadores provienen estos lodos de debilidad ideológica, organizativa, movilizadora, etc., que padecemos. Somos la consecuencia de años y años de “moderación”, no de “radicalidad”.
Pero no nos equivoquemos. La mayoría de los renegados, y aún en mayor número entre sus dirigentes, pues sólo entre las bases es argüible y admisible el desconocimiento, no dan pasos atrás por errores analíticos y estratégicos, sino por el convencimiento de la imposibilidad de obtener réditos personales o de grupo, ni a corto ni a medio plazo, manteniendo postulados y proyectos congruentes y acordes con ser de izquierdas y andalucistas coherentemente. Y la razón es sencilla. No aspiran a liberar Andalucía sino a gobernarla. A dirigirla como capataces en nombre del amo. Y para poder gobernar a un pueblo mayoritariamente alienado, para lograr que te escuche, acepte y vote, hay imprescindiblemente que adaptar los mensajes y propuestas a la visión deformada de la realidad que se les ha inoculado. Además de que para que el amo permita al aspirante tener éxito éste tendrá que adaptarse a los límites marcados por él. Ésta es la verdad última. Dado que la meta es la obtención del poder, a su adquisición están dispuestos a sacrificar todo lo que pueda constituir un obstáculo o impedimento para alcanzarlo. Como consecuencia, esta es la pregunta primigenia y definidora que cabe hacerse desde posiciones y postulados revolucionarios e independentistas andaluces con respecto a la realidad política, social, económica, cultural, etc., andaluza: ¿Ambicionamos a gobernar o a liberar nuestra tierra y nuestro pueblo? Gobernar o liberar, esta constituye la primera línea política divisoria y demarcadora en cualquier país ocupado y colonizado. No se sitúa entre conservadores o progresistas, izquierdas o derechas, monárquicos o republicanos, etc., sino entre los que aceptan y/o acatan la realidad dependiente y opresora y los que se oponen y rebelan contra ella. Entre los colaboracionistas y los resistentes. Entre los “realistas” que aspiran a gobernar lo existente, la Andalucía neocolonial, y los opositores a esa realidad de subordinación y expolio, que aspiran a ponerle fin, así como a los gobiernos colaboracionistas que la mantienen y justifican. De inclinarse por una u otra opción, colaborar o resistir, gobernar o liberar, dependerá el mostrar y demostrar nuestra “verdad”, la “esencia” de lo que realmente somos y pretendemos como activistas y colectivos de la izquierda andaluza. ¿Goberar Andalucía o liberar Andalucía? esa es la cuestión. La pregunta a respoder y responderse.
Más de uno afirmará y defenderá con toda seguridad que la planteada es una falsa dicotomía, que entre ambas no tiene por qué verse y considerarse tal oposición o contradicción sino que, por el contrario, incluso existe posibilidad de complementación. Y que por esa razón eligen ambas pues pretenden regir lo existente para cambiarlo, que eligen gobernar para poder liberar. Pero con ello no harían más que desenmascararse como pretendientes a plazas de capataces del amo. Gobernar la Andalucía actual no es conducirla y menos aún modificarla, puesto que se carece del instrumento político adecuado para poder hacerlo. La herramienta que permite dirigir para transformar es representar y utilizar la soberanía popular detentada a sus distintos niveles. Los gobernantes pueden ejercer la autoridad de sus poblaciones, representarlas y ejecutarlas, porque existe una soberanía popular que delega en ellos para regir en su nombre. Pero en Andalucía, ni a nivel local, ni comarcar o provincial, y mucho menos nacional, existe soberanía andaluza. Careciéndose de soberanía nacional y popular Andalucía no se autogobierna ni puede llegar a autogobernarse a través de legítimos representantes. Tanto el país como sus administradores son gobernados por los usurpadores de su soberanía, por los detentadores del poder real y absoluto, el ocupante y colonizador. Consecuentemente, las “autoridades” andaluzas, a todos los niveles de la administración, no deciden ni pueden dirigir en nombre del pueblo andaluz, sino que lo hacen y sólo lo pueden hacer en nombre del Estado Español. Ayuntamientos, diputaciones, Junta, etc., son Estado Español. Esto no es una opinión sino una incontestable afirmación constitucional española: “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan” (art.137). Los “gobernantes” andaluces no ejercen la autoridad del pueblo y menos en su nombre, sino sobre el pueblo y en nombre del Estado, como parte de su engranaje. Son y forman parte de la administración colonial. De la organización territorial del Estado Español impuesto. Y son mayorales al servicio de España y el Capital con independencia de sus intencionalidades y de que los voten sus respectivas poblaciones. El dueño de la hacienda puede permitir el que sus trabajadores elijan de entre ellos a sus manijeros, pero no por ello éstos están o podrán estar al servicio de los jornaleros, ni significa el que estos trabajadores posean o puedan poseer capacidad de decisión. El poder sigue estando en manos del amo. Esta elección no modifica el hecho de que los electos sean y sólo puedan ser meros administradores de la finca en beneficio del dueño. En Andalucía se gobierna por delegación del poder del Estado Español. Bajo su aquiescencia, su control y acatando la subordinación al mismo. En Andalucía no se dirige o legisla, se gestiona según las normas y bajo los límites establecidos por España y el Capital. En su nombre y bajo su autoridad. A esto se reduce el gobierno local, provincial o “autonómico” en nuestra tierra.
A lo largo de la historia, ningún movimiento de liberación nacional, democrática o popular ha logrado sus metas libertadoras y/o emancipadoras a través de las instituciones creadas por el ocupante, el colonizador, la dictadura o el enemigo de clase. Y mucho menos acatando,sometiéndose y adaptándose a su legislación. Tan siquiera se lo han planteado o lo han propuesto. Y ello ha sido así no por ser éstos unos “extremistas”, “intransigentes”, “puristas”, “utópicos”, etc. sino por ser conscientes de que estas administraciones existían y existen precisamente para imposibilitar cualquier grado o posibilidad de libertad nacional y/o emancipación social, y actuar en consecuencia. Por mero raciocinio y coherencia. Esta verdad básica e indiscutible no sólo es aceptada sino compartida por muchos en Andalucía, incluso de entre los renegados, pero siempre que haga referencia a o afecte cualquier otro pueblo que no sea el andaluz. El grado genérico de alienación colectiva y condicionamiento social inoculado a nuestro pueblo, y por tanto también a ellos, así como el nivel de oportunismo de la mayoría de sus líderes y dirigentes, es de tal envergadura que conlleva ver y señalar como normal, realizable o adecuado lo que en cualquier otro lugar y circunstancia, con respecto a cualquier otro pueblo, se consideraría como ilógico, inútil y hasta traidor. Se Parte de la inexistencia de democracia, de vivir en un régimen continuista neofranquista, pero se nos propone luchar por la democracia real a través de las instituciones creadas por un régimen autoritario para imposibilitarla. Se parte de la existencia de una nación andaluza negada, ocupada y colonizada, pero se nos propone luchar por su reconocimiento, contra el dominio y la opresión, a través de las instituciones negadoras, dominadoras y opresoras al servicio del Estado ocupante y colonizador. Se Parte de vivir en un Estado burgués que, como todos, es creado para asegurar la dictadura de la oligarquía sobre las clases populares, pero se nos propone que éstas clases populares defiendan sus intereses y alcancen sus objetivos a través de las instituciones del Estado creado contra ellos por sus enemigos de clase. Se parte de que vivimos en un sistema socioeconómico capitalista, concebido para asegurar el expolio y exprimir su fuerza de trabajo a las clases populares, pero se nos propone que luchemos por la justicia social y el reparto de la riqueza dentro y a través de ese sistema ideado para impedirlo y perpetuar su explotación. ¿Quiénes son los “utópicos”, los “intransigentes”, los “antiguos”, etc., los que niegan por absurdos y condenados al fracaso estos proyectos “realistas” o los que los proponen? ¿O es que realmente no se cree en aquello que se declara ser y defender, y de ahí la enorme distancia entre dicho y hecho, entre ideas y propuestas, entre teoría y praxis?
Decía Gramsci que “la verdad es la táctica de la revolución”. Si realmente pretendemos sacar a nuestro pueblo de su penosa situación, si realmente queremos ser “realistas”, “adaptarnos a los tiempos”, “priorizar lo social”, etc., debemos comenzar por decirnos y decirles la verdad. El pueblo trabajador andaluz no necesita que le gobiernen sus esclavitudes sociopolíticas y económicas, sino que les libren de ellas. Nada mejorara de forma efectiva ni cambiará en profundidad mientras mantenga sus dependencias y sus ataduras. Mientras no sea soberano de sí mismo, su tierra, sus riquezas y su trabajo. Un pueblo libre. Y el primer paso, no ya para lograrlo, sino tan siquiera para poder encaminarse hacia su consecución, es utilizar esa táctica revolucionaria de la verdad, de decirnos y decirles esas certezas desadormecedoras, como herramienta revulsiva de activación colectiva radical y permanente. Enfrentarnos y enfrentarles a la auténtica y descarnada realidad nacional, social y económica en la que permanecemos y permanecen apresados para que, siendo plenamente conscientes de ella, nuestro pueblo, único sujeto político del proceso, comprenda, asuma y esté dispuesto a ponerse en pie y luchar por modificarla.
Andalucía lo que necesita son activistas y colectivos valientes y decididos, que no tengan nada que perder salvo sus cadenas y las de su pueblo, y enarbolen la bandera de la verdad, de esa verdad que además no sólo es proclamada sino practicada, que ante todo y sobre todo es en “esencia” praxis coherente de proyectos, propuestas y acciones en plena conformidad con lo manifestado, aún a costa de incomprensiones, rechazos y marginaciones, pues si realmente se está al servicio del pueblo no se busca ni se aspira a réditos personales o de grupo, sino a construir un futuro para nuestro país y nuestra gente. Activistas y colectivos que no sólo se digan andalucistas, soberanistas, anticapitalistas o antisistema, sino que en su práctica, que en sus proposiciones y actuaciones también lo sean, y lo sean más allá de políticas de “fuegos artificiales”: esporádicas, inconexas y hueras, meramente “simbólicas” o propagandísticas. Que formen parte de estrategias rupturistas globales y premeditadas, engarzadas como elementos interconectados que coadyuvan y se encaminan a lograr el despertar y el levantamiento popular. Activistas y colectivos que le señalen al pueblo los enemigos reales y se planteen y les planteen abiertamente la contienda frontal contra los mismos. Que les hablen y conduzcan contra España y el Capital, contra el régimen político y el sistema socioeconómico impuestos: contra su “democracia”, su “autonomía”, su “Estado del bienestar” o su “economía de mercado”. Que combatan tanto a sus actuales capataces como a los “alternativos” que aspiran a sustituirlos. Contra todos los embaucadores que pretenden mantener el ensueño y la servidumbre popular. Nuestro país y nuestro pueblo no necesitan manijeros diferentes sino terminar con los manijeros. No requiere cadenas más holgadas sino romper sus cadenas. No le urge cambiar de amos o cambiar a los amos, sino terminar con los amos. La Andalucía resistente no puede ni debe bregar por lograr buenos gobernantes, por aupar a honrados administradores de la colonia, sino batallar porque el pueblo se autogobierne, liquidando la ocupación, el expolio y la explotación. Destruyendo la estructura neocolonial opresora. Andalucía y el pueblo trabajador andaluz no precisan ser gobernados sino liberados.
Francisco Campos López