26 julio, 2006

RETRATO DE UN PERSONAJE: ENTREVISTA a LUIS CENCILLO


Luis Cencillo es filósofo, psicólogo, antropólogo y filólogo pero, sobre todo, es uno de los últimos intelectuales españoles. En todos esos campos ha destacado, innovado y publicado decenas de tratados. Actualmente, tras haber pasado por distintas universidades, imparte clases y terapia en su Fundación. Para algunos estudiosos, Cencillo es, simplemente, uno de los mayores pensadores de los últimos tiempos, y el hecho de que se le ignore sistemáticamente en medios académicos españoles (especialmente en las Facultades de Psicología), tal vez sea la mejor prueba de su profundidad y universalidad. Con él, tenemos la oportunidad de diagnosticar los males de nuestra sociedad.
Se habla mucho del malestar social. Al mismo tiempo, los índices de enfermedades mentales se han disparado, pero quizá haya que preguntarse si no es nuestra civilización, en conjunto, la que está enferma…
Sí, así es. Está enferma porque nadie tiene identidad, ni los grupos ni las personas. Todo se ha vuelto montaje o creencia: sólo queremos “creernos algo” o “encarnar un ideal”. Lo tenemos todo, pero no sabemos lo que queremos. Somos como niños que no juegan a nada porque tienen demasiados juguetes.
Pero, en tu opinión, ¿podemos hablar de enfermedad de civilización o de una especie de plaga de individuos enfermos?
Lo enfermo es la civilización, pero luego cada uno participa de la enfermedad o es víctima de ella. Es una enfermedad creada y, además, contagiosa: lo que hace uno lo repiten muchos por imitación, gracias a los mass media que generan un embarramiento ambiental cada vez mayor. Los media producen enfermedad porque hay mucha información, pero está vacía y desajustada.
Entonces, ¿los medios de comunicación expanden nuestro malestar?
La facilidad actual para moverse y comunicarse podría ser algo sumamente útil y positivo, pero sólo si tenemos algo que comunicarnos o algún sitio a donde ir. Ahora se habla de la sociedad de la comunicación pero estamos cada vez más incomunicados. Sólo se comunican tonterías debido a que el desarrollo humano y el de los canales de comunicación no han ido parejos.
El problema se manifiesta en que ya no preocupan en absoluto las cuestiones profundas o sustanciales. Lo que genera una gran preocupación es estar desocupado, enganchado todo el día a banalidades. En eso consiste la enfermedad.
Lo curioso es que esta situación tiene por origen algo sumamente positivo, como es la libertad. El hombre aprende a controlar su vida a partir de la Ilustración (con la llegada de la libertad de opinión, sindicación laboral, fomento de la lectura...) y esa misma libertad es la que le confunde.
Lo que no significa que haya vuelta atrás ni que haya que buscar soluciones fuera de la libertad.
El problema es que las instituciones que hemos conocido antes de la Ilustración eran represivas. Y así, el remedio es peor que la enfermedad. Lo verdaderamente importante es desarrollar la capacidad de conducirse a uno mismo. Yo creo tener esa capacidad y estoy encantado con el estado de cosas, me siento libre e informado. Pero la gente que tiene una estructura afectivo-mental gregaria se desorienta con tanta libertad. No saben a dónde ir o qué comunicar.
Lo “natural” es el perverso polimorfo de Freud que está sin programar. Vive como un manojo de deseos incolmables. Esto ocurre porque no hay educación, esa es la enfermedad de fondo. Que no hay programación ninguna ni en un sentido ni en otro.
¿Esa “falta de educación” es la que hace difícil que los jóvenes crezcamos en nuestra sociedad?
Claro. Pero no sólo eso, además hay horror a sentirse maduro o antiguo, horror a tener alguna convicción excesivamente personal… porque entonces parece que te separas de la moda, de la masa gregaria o de lo que “se lleva”. Entonces eres raro o antiguo, que es lo más negativo que hay.
¿La complicidad de los gobernantes sería el otro lado de esta extraña enfermedad que padecemos?
Encima, eso. Los partidos políticos imponiendo su pequeña dictadura. La democracia (al menos, la americana y la europea) no es más que un mosaico de pequeñas oligarquías. Rousseau y Montesquieu pensaban que todos debían tener representación, pero eso ya no es posible en una sociedad tan inmensa.
Además, ahora se votan listas cerradas (lo que limita tanto, que yo ya no voto). Y luego hacen con tu voto lo que les da la gana, según los compromisos del momento. El voto se convierte en un valor de cambio que no tiene ninguna eficacia para el votante. Es como un cheque en blanco, un instrumento de juego sometido a los vaivenes del mercado de intereses en que se ha convertido la política actual. Y eso, por supuesto, lleva al caos.
Todo esto forma parte del diagnóstico de lo que nos sucede, ¿pero hay soluciones?
La curación es la terapia.
¿Una terapia colectiva?
La situación actual de las sociedades exige una respuesta universal macro-occidental, casi cósmica. Necesitamos una serie de genios que se ganen el crédito de las masas y empiecen, como en el Renacimiento, a establecer nuevas referencias.
¿Es eso el gobierno de los sabios?

No, no puede ser un movimiento organizado, sino algo generado como en la “teoría del caos”, porque esos genios no se pueden producir pedagógicamente. Tienen que surgir como en el Renacimiento: en todas partes y sin ponerse de acuerdo, pero coincidiendo en una misma visión del mundo. Lo malo es que en el Renacimiento había mucha más libertad que ahora. En eso hemos perdido: hoy los pensadores y los artistas están canalizados mediatizadamente por los galeristas y los editores y si no sigues sus intereses, pues ya te has caído. Es como si hubiera muchos Francos o Hitlers por ahí, en cada área del saber o del crear, controlándolo todo. Y eso genera el riesgo de ahogar esos genios que en siglo XV brotaron como producto del pueblo. Ahora, sin embargo, tienen que estar promovidos por una Operación Triunfo, donde la selección natural de Darwin opera invertida, ya que se elige siempre al más débil o al menos peligroso, es decir, al que resulta comprensible para el director o para el mecenas. Se promueve a quien se comprende desde arriba y no hace sombra.
Además, resulta que los que dirigen suelen ser gente intelectualmente muy vulgar. Si no, no habrían aplicado los medios, más bien espurios, para llegar al “triunfo”.
¿Los intelectuales o maestros han dejado de tener una voz propia en nuestras sociedades?
Depende del lugar. En el caso de Alemania yo creo que el poco o mucho de influencia judía que había (los judíos son más creativos que los alemanes), eran un condimento. Y al perderse ese condimento se ha quedado lo germánico puro que es muy “plump” (como se dice en Alemania) o como un pisapapeles, que diría Nietzsche.
En España es diferente. Aquí ocurre, sencillamente, que no se ha estudiado. Primero, con el antifranquismo, se tenía un “soborno de la conciencia”, que diría Freud, para hacer huelgas y no estudiar. Sólo se leía sobre marxismo. Nadie estudiaba a los clásicos. Saber griego, latín y sánscrito era un auténtico demérito. Conocer letras clásicas era como ser antiguo y reaccionario. Lo que había era mucha matemática y neurologismo. En España, por ejemplo, ni siquiera se estudiaba a Freud (que era lo último en Europa) porque el que representaba a la izquierda era García Hoz que era conductual. En esas condiciones…
Para entendernos, ¿qué es ser sabio o intelectual?
Hoy en día mucha gente cree que los intelectuales son los actores de cine [risas]. Yo diría que los intelectuales son las personas que tienen ideas claras y un sistema organizado de su mundo (hegeliano, kantiano, tomista…), además de la perspicacia suficiente para relacionar causal y lógicamente unas cosas con otras. El sabio sería lo mismo pero “sápidamente”, saboreando con cierto regusto casi estético el ser mismo de las cosas.
¿Crees que los nuevos descubrimientos de la ciencia y la técnica nos pueden acercar a un nuevo humanismo?
En los nuevos descubrimientos priman la tecnología y las explicaciones espaciales. Humanismo hay poco. Quizá pueda surgir algo a partir de la ruptura del paradigma físico legalista, lineal y abstracto, a través de la visión fractal de Mandelbrot, los atractores de Lorenz, la nueva física, y por ahí. Lo cierto es que al romperse el viejo paradigma se genera un espacio más flexible en el que caben otros contenidos. Hoy día, hasta los filósofos son demasiado cientifistas. Es una cierta derecha la que se ha apropiado de la línea más humanista (Sastre, Heiddeger, etc.) mientras cierta izquierda sigue todavía en un cientifismo estéril. Falta la fecundidad de un centro que sepa superar, como vértice, estas dos visiones parciales.
Para mejorar la sociedad, ¿podemos hacer algo?
Sólo podemos dejarlo al azar, esperar que aparezcan sujetos que hayan conservado su integridad y su amplitud mental en medio de este corsé matemático de leyes lógicas y principios conductuales. Genios que empiecen a inaugurar en grupo una nueva visión del hombre y de la vida. En política, por ejemplo, llevamos más de un siglo sin avanzar. Seguimos con el Manifiesto Comunista y no hemos hecho nada más que degenerar.
El marxismo se volvió dictadura y el liberalismo, neoliberalismo mercantil. El anarquismo se transformó en postmodernidad caótica, pero en un caos no creativo y poco interesante. Porque, claro, el anarquismo clásico de Bakunin está muy bien por la supresión de las estructuras intermedias buscando que lo vital tome la delantera. A mí me parece el mejor ideal. Pero es inaplicable porque los más pillos machacan siempre a los más creativos.
¿Qué crees que puede ocurrir sin ese grupo de sabios o esa mutación social? ¿Hacia dónde se dirige nuestra sociedad?
Podríamos buscar antecedentes en los siglos VI, VII, VIII y IX en los que no pasó nada. Pero no deberíamos hablar sólo de Occidente hay que contar con las poblaciones de África, China y los países árabes, que no paran de crecer, mientras los occidentales van reduciendo su número. Las poblaciones de Occidente serán sustituidas por otras venidas de fuera. Habrá nuevos pensadores africanos o sudamericanos que no son de tradición lógica griega y que tendrán cierto condimento mágico y arcaico, aunque con la tecnología occidental. Serán un par de siglos de superstición. Éste será el primer rinoceronte. Luego todo van a ser rinocerontes, al menos hasta la aparición de un nuevo grupo de genios completamente diferentes a los que estamos acostumbrados. Volveremos a algo como los presocráticos o los sacerdotes egipcios.