Redefiniendo a los pobres como “terroristas” |
Jeremy Keenan · · · · · |
21/12/14 |
La mayor parte de la
llamada actividad “terrorista” es un producto derivado de la actual crisis del
neoliberalismo y de la marginación de una creciente proporción de la población
mundial que éste produce.
En 1997, un grupo de americanos
neoconservadores (neocons) establecieron un centro de estudios (think-tank)
conocido como “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense” (en inglés Project for the New American Century o PNAC). Su objetivo era la dominación mundial
por parte de los Estados Unidos de América. Sus miembros formaron la
retaguardia de la administración Bush, que accedió al poder en 2000, con al
menos 18 de ellos colocados en posiciones clave en esta administración.
En septiembre del 2000, apenas cuatro
meses antes del acceso a la presidencia de Bush, la PNAC publicó un informe
llamado “Reconstruyendo las Defensas
Americanas: Estrategia, Fuerzas y Recursos para un Nuevo Siglo” (en inglés Rebuilding America’s Defenses: Strategy,
Forces and Resources for a new Century). Consagrado a asuntos tales como el
mantenimiento de la preeminencia estadounidense, como la frustración de
potencias rivales y como la formación de un sistema global de seguridad de
acuerdo con los intereses estadounidenses. La sección V del informe, llamada
“Creando la Fuerza Dominante del Mañana” incluye una frase torpemente escrita:
“Además, el proceso de transformación, incluso si aporta un cambio
revolucionario, parece que será largo, salvo que ocurra algún evento
catastrófico y catalizador – como un nuevo Pearl Harbor”.
Existen numerosas teorías acerca del
11-S. Lo que resulta claro es que cumplió ampliamente la mencionada función de
“nuevo Pearl Harbor”, presentando a los neocons - quienes efectivamente
controlaban el Pentágono y gran parte del resto de posiciones más altas en la
Administración de Estados Unidos- la
oportunidad que deseaban. La puesta en marcha de la Guerra Global contra el
Terrorismo (En inglés Global War on
Terror o GWOT) era el medio ideológico necesario para asegurar la
militarización de regiones como África, requerida
por los intereses imperiales estadounidenses. En
efecto, Deepark Lal, asesor económico del Banco Mundial y un economista
íntimamente relacionado con los think-tanks conservadores, dijeron que la Guerra
Global contra el Terrorismo podría ser percibida como “simplemente una
extensión de la defensa del mercado capitalista”
Durante las primeras dos semanas de
su mandato, el Presidente Bush estableció el Grupo de Desarrollo de la Política
Energética Nacional (En inglés National
Energy Policy Development Group), presidido por Dick Cheney. Su informe
publicado en Mayo de 2001, cuatro meses antes del 11-S, resaltaba que el
petróleo africano pronto cubriría del 25% de
las necesidades energéticas estadounidenses.
La importancia del petróleo africano
para los Estados Unidos en aquel momento era tal, que el Senador Ed Royce,
Presidente del Subcomité de África en el Congreso, pidió que el petróleo
africano fuera “considerado como prioritario para la seguridad nacional post
11-S de los Estados Unidos” y el Presidente Bush definió el petróleo africano
como un “interés nacional estratégico” y por tanto un recurso que los Estados
Unidos podían optar por controlar mediante
la fuerza militar.
Gracias a la producción
estadounidense de petróleo de esquisto bituminoso, la dependencia de
provisiones energéticas extranjeras es algo del pasado, pero es ya muy tarde
para salvar a África de su destino.
En lugar de reconocer que la
intervención militar estadounidense en África tenía que ver con el control de
recursos, la administración Bush usó el pretexto de la reciente puesta en
marcha de la Guerra Global contra el Terrorismo para justificar su
militarización de África. Sin embargo, con la falta de incidencia del terrorismo
en África -en el sentido del término dado tras el 11-S- esta actuación era
difícil de sostener. Por ello la solución fue fabricar
este terrorismo.
En 2002, el Secretario de Defensa
Donald Rumsfeld creó un “Grupo de Operaciones proactivo y preventivo” (Proactive, Preemptive Operations Group,
P2OG), una organización encubierta para llevar a cabo misiones secretas para
“estimular reacciones” en los grupos terroristas, incluyendo el incentivo para
llevar a cabo actividades terroristas.
La primera operación de este Grupo,
a principios de 2003 supuso el secuestro de 32 turistas europeos en el Sahara
argelino, por parte del “Hombre de Bin Laden en el Sahara”, tal y como lo apodó
George Bush. El hombre era en realidad un oficial del servicio de inteligencia
argelino, que en aquel momento trabajaba para Estados Unidos en el marco de la
Guerra Global contra el Terrorismo. Esta
operación de “bandera falsa” fue empleada para justificar el lanzamiento de un
nuevo frente africano (del Sahara-Sahel) en la Guerra Global contra el
Terrorismo.
Al mismo tiempo, el Pentágono
elaboró una serie de mapas de África, caracterizando toda la región del
Sahara-Sahel como un “espacio incontrolado”, un “Corredor Terrorista” y un
“Área Terrorista”.
Antes de esta operación P2OG, no
había terrorismo en el Sahel. Pese a estar sumida en la pobreza, se trataba de
una de las regiones más seguras de África.
Hoy en día, después de 10 años de
falsa política antiterrorista en África, la profecía del Pentágono se ha
cumplido. El Sahel se ha convertido en una zona de guerra. Alrededor de 4.000
Fuerzas Especiales francesas están “combatiendo el terrorismo” en Mali, Niger y
Chad. En total, Francia tiene actualmente 10.000 tropas en África.
Aproximadamente 8.000 tropas de mantenimiento de paz de la ONU se encuentran en
Mali. Cerca de 1.000 “instructores” europeos y estadounidenses están
proporcionando respaldo a los servicios de inteligencia y “entrenamiento”.
Alrededor de 10.00 tropas nacionales se encuentran en alerta. Varios miles de
personas han sido asesinadas.
Incluso con anterioridad al cambio
de milenio, los límites del neoliberalismo habían sido puestos de manifiesto.
“Globalización”, palabra de moda de los noventa, no se caracterizó por una
expansión del capitalismo mundial sino por su implosión. La mayor parte de
segmentos de la humanidad, el “Cuarto mundo” de Manuel Castells, ha sido excluida de los mercados mundiales,
tanto como productores como consumidores. En “La globalización y el Mundo
post-colonial” (Globalization and the
Postcolonial World), Ankie Hoogvelt
sugiere que al menos la mitad de la población mundial ha sido excluida del
sistema global.
El milenio actual es un milenio de
políticas de exclusión y contención. Mark Duffield, por ejemplo, teorizó que la
“nueva agenda de asistencia” invierte los anteriores objetivos desarrollistas
de “incorporación” de áreas periféricas en el sistema mundial y por el
contrario hoy sirve como una política de dirección y contención de territorios
políticamente inseguros situados en los límites de la economía global. En el
ámbito militar, AFRICOM, el nuevo Comando de combate estadounidense para
África, acogió con entusiasmo el lenguaje del nuevo discurso del “desarrollo de
la seguridad” (Security-development) propio
de la Comisión por África de Tony Blair, que nos lleva a hablar de
“militarización del desarrollo”.
Durante el periodo colonial y
finales del pre-colonial, los remanentes de modos de producción
pre-capitalistas procuraron cierta seguridad a aquellas secciones de la
población excluidas del sistema capitalista. Sin embargo, dado que las
industrias extractivas y la agroindustria se expandieron e hicieron mella en
las reservas tradicionales, a través de lo que podemos considerar una “acumulación
primitiva”, la supervivencia de los excluidos se ha tornado todavía más
precaria.
La gente sin embargo, ni se rinde ni
muere. Tienen esa cualidad humana fundamental de resistencia. Se organizan,
generalmente de forma democrática, para luchar por sus derechos humanos, sus
derechos indígenas, derechos de propiedad y su derecho a una buena gobernanza.
Sus gobiernos, agentes del sistema neoliberal, regímenes autoritarios
represivos preocupados por su propia supervivencia, sirven para contenerlos. En
esta tarea de convención, les asiste la Guerra Global contra el Terrorismo, que
sirve para deslegitimar las organizaciones civiles, con el consecuente desgaste
del empoderamiento de la sociedad civil y sus demandas de “gobernanza
democrática”.
Una de las características de la
Guerra Global contra el Terrorismo ha sido que numerosos de estos gobiernos se
han vuelto aún más represivos, sabiendo que tienen tras ellos a los americanos
y a “Occidente”. Véase la Primavera Árabe.
Los gobiernos, como los del Sahel,
Argelia y demás, han buscado “rentas terroristas” a través
de la generosidad militar y financiera por parte de Estados Unidos.
Mauritania, Mali, Níger y Chad, entre otros, son acusados de haber provocado a
las minorías étnicas y a la sociedad civil para que tomen las armas, de
haberlos “criminalizado” y de designarlos no ya como “rebeldes”, término que
reviste cierta dignidad, sino como “terroristas” o, en palabras del
Departamento de Estado estadounidense, como “terroristas putativos”.
Los países occidentales han reformado
la controvertida legislación terrorista para usarla contra cualquier persona
que se oponga al “sistema”, por lo que cada vez más individuos del “Cuarto
Mundo”, los marginados y excluidos, son considerados como “terroristas”, sin
las sutilezas de la legislación.
Dado que la última crisis económica
global ha puesto en evidencia los límites del neoliberalismo y ha profundizado
dramáticamente la polarización social, especialmente en el “Sur Global” y en el
“Cuarto Mundo”, sólo hay que profundizar en la miríada de estadísticas sobre
“terrorismo” producidas por agencias gubernamentales occidentales y la nueva
industria de “seguridad terrorista”, para ver qué está ocurriendo.
La mayor parte de datos presentan
defectos metodológicos, entre los que destaca la propia definición de “terrorismo”
y la distinción entre “terrorismo” y “conflictos armados” de un tipo u otro.
Los datos aportan dos grandes pistas
de lo que está ocurriendo. A pesar del incremento en un 43% de los ataques
terroristas en 2013, según informa el Departamento de Estado de Estados Unidos,
o en un 61% según el Índice de Terrorismo Global (Global Terrorism Index), la mayor parte de los ataques –tal y como
admite el Departamento de Estado - fueron locales y regionales, no
internacionales. Así, los a los países occidentales les ha ido bien. De las
17.891 personas fallecidas, sólo 16 fueron ciudadanos estadounidenses, mientas
que de las 32.577 personas heridas, sólo 12 fueron americanas. De las cerca de
3.000 personas secuestradas, sólo 12 fueron americanas. A los países europeos
les ha ido de forma similar.
Una segunda pista es que estos casos
toman un cariz completamente distinto si se suprimen los “conflictos armados” y
se suprimen países como Irak. Según los datos de Wikipedia, que excluye cerca
de 40 “conflictos armados”, se produjeron únicamente 3.348 muertes a causa de
ataques terroristas en la primera mitad de 2013, y estima en 6.696 las muertes
para el año completo. De éstas, 50% se produjeron en Irak, 32% en Paquistán,
Siria y Afganistán.
En otras palabras, cerca de dos
tercios de los incidentes terroristas citados por el Departamento de Estado
estadounidense y fuentes similares, provienen de “conflictos armados”, la mayor
parte de los cuales se vinculan a conflictos étnicos, insurgencias locales,
desposesión de tierras, etc. y suponen formas legítimas de resistencia. No
obstante, gracias a la ideología prevalente de la Guerra Global contra el
Terrorismo, hoy se consideran “terroristas”, cuando la mayor parte de ellos son
un producto derivado de la actual crisis del neoliberalismo y la marginación de
una creciente proporción de la población mundial que éste produce.
Jeremy H. Keenan es
profesor e investigador asociado del Departamento de Antropología Social y Sociología,
School of Oriental and African Studies (SOAS), London University.
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