IU, Podemos y las razones del avance del neoreformismo
En
el día de las elecciones al Parlamento Europeo, los periodistas
cumplieron con la tradición de preguntar a los líderes de los partidos
del régimen a la salida de sus colegios electorales para que éstos
llamasen a la participación. Uno de ellos fue Cayo Lara, el mismo
“izquierdista” que se cubrió de gloria ofendiendo a los trabajadores de
Delphi llamándolos “desclasados”, el cual cumplió, y lo hizo
dirigiéndose a los que propugnaban la abstención, a “los que pasan de
votar” según sus propias palabras, manifestando que “no votando, con la
abstención, nunca se cambio el curso de la historia”. Y esto lo dice
alguien que se autocalifica como “comunista”. Desconocía yo que la toma
del Palacio de Invierno fue realmente una entrada masiva en un colegio
electoral, papeleta en mano, buscando una urna para votar. Que lo que
hubo en Rusia y que posibilitó el cambio del curso de la historia no fue
una revolución sino unas elecciones.
Pero más allá de lo estrambótico de dichas declaraciones, las mismas
son significativas tanto como muestra del punto de degradación teórica
en que se desenvuelve el PCE-IU, como del nivel de implicación de la
federación y el partido en el Sistema y sus engranajes institucionales e
ideológicos. Lo que, por otro lado, no constituye ninguna novedad. De
hecho el PCE, primero en solitario y posteriormente a través y junto al
resto de componentes de IU, constituyeron y siguen constituyendo
elementos fundamentales, primeo para el establecimiento y después para
el mantenimiento del régimen neofranquista actual. Sin su
colaboracionismo disfrazado de responsabilidad y de realismo, la
“transición” no hubiese sido posible y el régimen hoy lo tendrá difícil.
La contribución del PCE, y después del PCE-IU, a la contención y
desmovilización popular, así como al desclasamiento obrero, fue y es
esencial para que el franquismo pudiese sobrevivir a la muerte del
Dictador. Sin su contribución la ruptura se hubiese impuesto. Como
consecuencia, ahora tendríamos una democracia burguesa real, en lugar de
este continuismo neofranquista ampliado. De esta permanencia del
franquismo camuflado tras la máscara de una “monarquía constitucional”, y
ampliado a la participación en sus beneficios y en sus privilegios a
esas “izquierdas” y “demócratas” que, como PSOE y PCE, cambiaron poder
por democracia.
El régimen actual, por tanto, no alcanza tan siquiera a detentar la
categoría de una democracia formal. Y ese es el gran error en que
incurren muchos desde posicionamientos supuestamente alternativos, ya
que la determinación de las características y la catalogación del
régimen al que se enfrentan constituyen elementos determinantes de las
estrategias y de las tácticas. Para las izquierdas revolucionarias, las
únicas que son y pueden ser realmente transformadoras, no son ni pueden
ser idénticas las estrategias que se deriven de la conceptuación del
régimen como neofranquista o democrático burgués. Tampoco son o pueden
ser tan siquiera semejantes las tácticas que conllevará la lucha contra
un continuismo franquista aparentemente democrático a aquellas otras que
se desarrollarían en el seno de una democracia burguesa real. Y esa es
la contradicción fundamental en el seno de muchos colectivos que se
reclaman como parte de la oposición al régimen. Su errónea
identificación del mismo, o la inexistencia de una teorización en
concordancia con la conceptuación, es lo que les lleva a elaborar unos
proyectos equívocos que les arrastra indefectiblemente, a ellos y a sus
seguidores, a fracasar permanentemente y a convertirse
inconscientemente en unos agentes al servicio de los intereses del
Sistema.
Lógicamente, si vivimos en un régimen político que es mero
continuismo franquista envuelto en apariencias de democracia formal. Si
no es ni supone más que la permanencia encubierta de las estructuras
políticas, sociales, económicas y culturales tanto de la dictadura como
de sus élites dirigentes. Mero perfeccionamiento de la última etapa
franquista, de esa “dictablanda” del desarrollismo tecnocrático
tardo-franquista envuelta en formalismos pseudo democráticos de
“monarquía constitucional”, y arropado por la legitimidad que le concede
la participación de ciertas “fuerzas democráticas”, habrá que
desempolvar las viejas políticas antifranquistas y rupturistas como
elementos aglutinadores de la oposición y el cambio, lo que conllevará
que los proyectos tendrán que encaminarse a su sustitución, las
estrategias a su superación, y las tácticas a su negación y a la
confrontación con sus elementos constitutivos y sostenedores.
Allí donde no hay democracia siempre hay una oposición democrática
que se sitúa al margen del régimen y se une en torno a un proyecto
unitario de mínimos cuyo fin es alcanzarla. De ahí que esa oposición le
dé la espalda al régimen usurpador de la democracia, deslegitimándolo y
no participando en sus elecciones e instituciones. Dado que el objetivo
último es la sustitución del régimen por otro que si sea calificable de
democrático, aunque sea en su mínima expresión democrático burguesa, esa
oposición no se propone ni propone cambios en el. No defiende mejoras
en sus procesos electorales, en sus políticos, en sus instituciones, en
sus legislaciones, etc. Tampoco pretende aumentar la participación
popular, que sus responsables escuchen al pueblo o que tengan en cuenta
su parecer. A esa oposición le son indiferentes sus gobiernos, sean
estos conservadores o “progresistas”, de derechas o de “izquierdas”. No
hace distinción entre ellos, pues sabe que todo lo que forma parte del
régimen es sólo régimen. Esa oposición a un régimen que “le llaman
democracia y no lo es”, por eso mismo, rompe con él, propugnando la
ruptura, la no colaboración y la actuación al margen y en contra de los
cauces establecidos.
Por contraposición, las fuerzas del régimen, que lo conforman y que
le sostienen, serán todas las que sí forman parte del mismo mediante su
participación, se llamen como se llamen y lo justifiquen como lo
justifiquen. Aquellas que están integradas en el o que aspiren a
integrarse en él; conformando sus instituciones, actuando en ellas y
mediante ellas, así como encauzando las reivindicaciones a través de las
mismas. Aquellas cuyas políticas sean institucionalistas e
institucionalizadas, cuyo objetivo es mejorar y gobernar el régimen.
Como consecuencia, sus “izquierdas” serán aquellas que actúen como
oposición del régimen y dentro del régimen, y no como oposición contra
el régimen y desde fuera del régimen, defendiendo el reformarlo en lugar
de confrontarlo y mejorarlo en lugar de destruirlo. Serán sus
“izquierdas” aquellas que propugnen mayores participaciones y defiendan
la profundización en la “democracia”, pues partirán de su existencia y
por tanto no se tratará de alcanzarla sino de mejorarla. Será a ellas,
por tanto, a las que sí les importará quién gobierna. Las que lucharán
por lograr otras mayorías y porque sus políticos sean diferentes. Serán
ellas los que crean y propaguen que cambiando determinadas leyes o
instituciones el régimen podrá ser un instrumento útil y utilizable.
El régimen actual se asienta y se sostiene sobre la base comúnmente
aceptada por todos los que forman parte de él acerca de ser una
democracia, quizás imperfecta, decididamente mejorable, incluso
necesitada de cambios profundos o “radicales”, pero democracia. En
cuanto a su razón de ser, los pilares inamovibles e indiscutibles,
justificativos de la propia existencia de este régimen; como en el caso
de todos los regímenes españoles es el de mantener “la unidad de la
patria”, o sea de este latifundio de explotación intensiva llamado
España, ya sea bajo la forma de “nación” o como frontera común estatal,
así como el “libre mercado”, o sea la del expolio y el latrocinio
institucionalizado del capitalismo. España y Capital, su salvaguardia y
potenciación. A eso se reduce todo. Eso fue lo pactado en la
“transición” y a eso se atienen sus fuerzas políticas. Y dentro de esos
mismos márgenes se mantienen y actúan las que quieren sustituirlas.
Pretextando unidades, practicismos e inmediateces ocultan su entreguismo
a cambio de promoción.
Por eso el neoreformismo, como renovadores de la izquierda del
régimen, sostienen estos tres presupuestos, los afirman y proponen en
concordancia con ellos: Que este régimen es democrático. Que España es
una realidad nacional objetiva o una unidad estatal beneficiosa. Que
economía es y equivale a un sistema económico factible o posible, o sea:
capitalismo. Un capitalismo más “social”, con mejoras en la
distribución de riquezas y con mayores controles colectivos, más
“equitativo” y “justo”, pero capitalismo al fin y al cabo. Esto es lo
que les une, lo que propagan sus elementos políticos y sociales, ya sea
explícitamente o de facto; realizando discursos superficialmente
antisistema, y en la praxis encauzando propuestas y luchas dentro de los
márgenes del Sistema. Como mera alternativa de alternacia dentro del
régimen, el nuevo reformismo se mantiene dentro de lo pactado.
Y es precisamente en estas diferencias en las que se haya la
distinción entre ser y formar parte de la izquierda del régimen, mera
alternativa de alternancia en el poder, o ser y formar parte de la
izquierda contra el régimen, vanguardia contra el poder establecido. El
ser, o no, una oposición radical e intransigente a sus basamentos e
instituciones. Es dentro de estos marcos referenciales en los que hay
que situar el análisis para dilucidar en torno al significado y las
consecuencias de los “éxitos” electorales. Y es también dentro de estos
presupuestos en los que adquiere su pleno sentido las declaraciones de
Cayo Lara. Decir que el cambio es factible a través del voto, o que
incluso sólo es posible mediante el voto, no es un mero error, es
trabajar por imposibilitarlo. Consolidar al régimen asegurando la
derrota popular. Y ese papel es el que desempeño en “la transición” la
vieja socialdemocracia, y es el que ahora retoma su relevo, este
neoreformismo, mezcla remozada tras envolturas superficialmente
rompedoras del tradicional ideario regeneracionista español y las
sempiternas recetas pro capitalistas socialdemócratas.
El que una opción política o social detente mayor número de
afiliados, votos o asistentes a sus actos no significa automáticamente
ni conlleva necesariamente que actúe adecuadamente, y por tanto tampoco
constituye en sí misma una constancia del acierto en sus tesis y
estrategias. Puede incluso ser una prueba indudable de lo opuesto. En el
plano social, que una opción sea más o menos escuchada o seguida por el
pueblo estará intrínsecamente interrelacionada con el grado de
conciencia de clase que posea. Si está inmerso en unos altos grados de
alienación sólo tendrá ojos y oídos para discursos y propuestas que se
muevan dentro de los parámetros ideológicos del Sistema, puesto que no
pretenderán salvarse del Sistema sino salvar al sistema para que éste
les salve a ellos. Lo mismo cabe decir en el ámbito nacional. Que una
opción sea más o menos escuchada y seguida por un pueblo estará
intrínsecamente interrelacionada con su grado de consciencia
identitaria. Si están inmersos en altos grados de desarraigo
étnico-cultural sólo tendrán ojos y oídos para discursos y propuestas
que se muevan dentro de unos parámetros españolistas y estatalistas,
pues no pretenderán salvarse de España y sus estados sino que aspirarán a
salvar a España y a mejorar sus estados para que estos les salve a
ellos.
Estaremos de acuerdo en que el grado de alienación social y
desarraigo identitario del Pueblo Trabajador Andaluz es tan enorme que
resulta paralizante. En estas condiciones, el pensar que una opción
basada en la confrontación frontal contra las bases del Sistema, contra
España y el capitalismo, cuyo nacionalismo y anticapitalismo vaya más
allá de lo verbal y superficial, pueda ser votada o tan siquiera
escuchada por un número significativo de población, resulta utópico.
Luego, si opciones como Izquierda Unida o Podemos han experimentado una
subida electoral , y más aún si ha sido tan considerable, ello sólo ha
sido posible porque ambas candidaturas han defendido postulados que
permanecen dentro de los límites ideológicos de la izquierda del
régimen, del reformismo socialdemócrata y el regeneracionismo
españolista, pues si no hubiese sido así no habrían obtenido tal número
de votos. De hecho basta leer sus programas para comprobar que ese ha
sido el porqué. IU y Podemos no representan unas alternativas al régimen
sino una renovación de la izquierda del régimen. El relevo de la vieja
socialdemocracia del PSOE por el nuevo reformismo populista. El triunfo
de nuevas formar de transmitir el mismo mensaje que defendiera aquel
PSOE de 1982: el de la posibilidad y la certeza del cambio dentro del
régimen y a través del propio régimen. Que votar es la forma de
“cambiar el curso de la historia”.
El triunfo de IU y Podemos no constituyen ninguna esperanza de cambio
real, tan siquiera de la existencia de posibilidades de transformación
de la realidad a corto ni a medio plazo. Significan y conllevan
precisamente todo lo contrario; expresión de las gigantescas
dificultades a las que tiene que hacer frente y que seguirá teniendo que
hacer frente el movimiento revolucionario andaluz. Que planteamientos y
propuestas meramente reformistas, cortoplacistas y buenistas, propias
de un populismo sólo verbalmente radical y que no atentan ni pretenden
atentar contra el régimen, contra España y el Capital, que no lo hacen
tambalear sino que lo refuerzan, puedan pasar por radicales,
transformadoras, populares e incluso andalucistas, lo demuestra.
Pero la mayor y más palpable demostración del confusionismo reinante,
de la inexistencia de condiciones objetivas de posibilidades de
transformación, se encuentra en el paradójico hecho de que hasta en
elementos del entorno de la izquierda soberanista, entre aquellos que en
teoría tendrían que poseer una mayor claridad de ideas, se da el que en
lugar de ser los abanderados de la ruptura, se dejan arrastrar y van
tras la estela del reformismo españolista de nuevo cuño representados
por “alternativas” como IU, Podemos y otros semejantes. Si incluso entre
los que están llamados a constituir vanguardia crítica y combativa de
nuestra tierra, a despertar y levantar al pueblo, los hay que están
inmersos en idéntica confusión y ceguera, se evidencia que el proceso de
liberación andaluz, su propia puesta en marcha, va a ser otra larga
marcha.
En Andalucía habrá una alternativa de cambio cuando haya una voz que
transmita un mensaje inequívoco acerca de que no vivimos en democracia.
De que no hay solución en el capitalismo y de que no hay futuro dentro
del Estado Español. Que en lugar de democracias participativas plantee
acabar con el neofranquismo. Que no abogue por economías más sociales y
más justas sino con destruir el capitalismo. Que no proponga otros
estados españoles sino liberarse de España. Y habrá esperanza de cambio
cuando estos mensajes y propuestas sean escuchados y seguidos por
nuestro pueblo. No cuando las clases populares andaluzas voten a IU o
Podemos, sino cuando les den la espalda y sean conscientes de que como
realmente “nunca se cambió el curso de la historia” fue con el voto. Que
el curso de la historia sólo lo cambian las revoluciones. La voz ya
existe, es la de la revolución andaluza, la de la izquierda
independentista. Ahora se trata de que no quede distorsionada por
sucedaneos ni ahogada por reformismos embozados, así como de saber
hacerla llegar a nuestro pueblo y de lograr que éste asuma el mensaje.
De nosotros y sólo de nosotros depende.
Autor: Francisco Campos López