17 septiembre, 2015

CON EL FINAL DEL PA NO AGONIZA EL ANDALUCISMO POLÍTICO SINO TERMINA EL REGIONALISMO ANDALUZ

 

Con el final del PA no agoniza el “andalucismo político” sino el regionalismo andaluz

El asesinato de Blas Infante no constituyo uno más entre los múltiples crímenes realizados por la reacción en aquellos aciagos días. Su muerte no sólo formaba parte de la orgia de sangre conscientemente desencadenada por militares y fascistas tras el golpe del 18 de julio. Acabando con él no se pretendía solamente provocar terror y desembarazarse de un enemigo.
Acabar con Blas Infante poseía connotaciones que lo convertía en singular y excepcional. Matándole, los fascistas pretendían excluir del horizonte toda posibilidad de despertar popular. Acallando su voz se buscaba impedir cualquier posibilidad de inicio de un proceso de liberación integral, nacional y social. La sentencia que lo condenó trasluce hasta qué extremo los golpistas lo tenían claro y cómo asesinándolo creían erradicar toda potencialidad futura de levantamiento provocada por esa conjunción letal para el Sistema de insurrección identitaria y de clase, de lucha global como pueblo trabajador, que el ideario andalucista contenía y conllevaba.
Y es que, a pesar de que algunos de los que se autocalifican de seguidores suyos pretenden hoy ocultarlo o minusvalorarlo, Blas Infante no sólo fue condenado por pretender “la constitución de un partido andalucista”, como suelen resaltar. No era sólo el hecho nacional el único peligro representado por él y su movimiento, sino también por haber formado parte “de una candidatura de tendencia revolucionaria”, aspecto este que suelen olvidar citar y obvia intencionadamente el actual “andalucismo” oficial: PA, Fundación Blas Infante, etc.
Para este régimen, heredero y continuador del que le asesinó, el andalucismo y Blas Infante son hoy tan peligrosos como para sus antecesores. De ahí que si entonces se le mato para acabar con su mensaje, y temporalmente se logró, pues nadie quiso o supo continuarlo, desde la instauración del actual se manipule su figura y tergiversen sus ideas. Porque el andalucismo atenta directamente contra el “orden establecido” se le sigue matando hoy intelectualmente.
¿Qué es el andalucismo?
Para comprender el porqué de ese peligro intrínseco representado por Infante y el conjunto de su  ideario para el Sistema habrá que preguntarse qué es el andalucismo. Cuál era el proyecto de país y sociedad propugnado por Blas Infante y el “andalucismo histórico”. Y para responderlo no es necesario realizar sesudas investigaciones, pues lo proclamaron en infinidad de ocasiones. Tanto en las asambleas andalucistas de Ronda y Córdoba como en los escritos del propio Infante se subraya constantemente que el objetivo del andalucismo político era, y por tanto sigue siendo, el hacer realidad, el llevar a la práctica, los contenidos de la Constitución Andaluza de 1883. Y ante todo su primer artículo, el que proclama la soberanía de Andalucía.
Tal y como dejó escrito Blas Infante, su meta política y la del andalucismo era lograr “una Andalucía soberana constituida en democracia republicana”. Una Andalucía libre conformada en República, en Estado soberano propio, tal y como se instituye en el artículo primero de la Constitución Andaluza. Una soberanía que no es concedida. Que nos pertenece por derecho propio y que es ejercida plenamente, sin límites ni condicionantes. Por eso en la Constitución Andaluza, tras proclamar que “Andalucía es soberana”, y especificar que “se organiza en una democracia republicana”, añade que “no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”.
Un Estado propio que, además, es expresión jurídica de un poder popular andaluz real y efectivo, como queda igualmente transcrito en dicha constitución. Una lectura de su articulado trasluce el que la conformación de dicho Estado no tiene nada que ver con las “democracias representativas” de los estados burgueses al uso, sino que configura una autonomía nacional y un autogobierno popular. De ahí el que Infante le denominase Estado Libre, porque en lugar de estructura opresora, represora y usurpadora, es expresión de la auto-organización popular.
Por otro lado, el mismo desarrollo de dicho articulado no sólo supondría la construcción de un modelo de democracia popular; directa, horizontalista y asamblearia, sino que conllevaría la prefiguración de una sociedad y una economía socialistas. Que Blas Infante formase parte de “una candidatura de tendencia revolucionaria” no fue una excepción en su trayectoria. A lo largo de toda ella fueron permanentes sus esfuerzos por lograr una unidad de acción transformadora entre andalucistas, marxistas y libertarios. Y no como mera estratégica, sino por el carácter revolucionario del propio andalucismo, derivado tanto del pensamiento de Blas Infante como de esa asunción de los contenidos socializantes de la Constitución Andaluza.
Obviamente el andalucismo era y es un movimiento nacionalista, pues defiende la existencia de una nación andaluza y la de un pueblo andaluz, y como lógica consecuencia, los derechos y libertades inherentes a toda nación y todo pueblo: sus respectivas soberanías. La tan conocida como tergiversada afirmación de Blas Infante acerca de que su nacionalismo antes que andaluz era humano, utilizada hasta la saciedad por el regionalismo para “probar” el carácter no nacionalista de su ideario y el del andalucismo, por el contrario es una inequívoca declaración nacionalista, pero desde una óptica antiburguesa, antiestatista e internacionalista. De ahí lo de “humano”. Ese es el sentido y significado de su supuesto “nacionalismo antinacionalista”.
Pero el andalucismo va mucho más allá. Era y es un movimiento de liberación global, nacional y popular, patriótica y de clase, antiimperialista y anticapitalista, que entronca con la tradición revolucionaria de los movimientos de liberación nacional de los pueblos colonizados. La propia denominación del movimiento conformado como expresión política de aquel andalucismo lo subraya: Junta Liberalista. Ese término, “liberalista”, es adoptado como sinónimo de liberación.
El Partido Andalucista
A  finales de los sesenta surge un grupo político en nuestra tierra con el nombre de Alianza Socialista de Andalucía (ASA). Un pequeño colectivo formado fundamentalmente por profesionales liberales urbanos en torno a la figura y el liderazgo de Alejandro Rojas Marcos, miembro de una opulenta y tradicional familia de la burguesía industrial sevillana, y que ya había demostrado su capacidad de oportunismo político llegando a presentarse y ejercer como concejal “por el tercio familiar” durante la Dictadura, lo cual, por cierto, conllevaba jurar lealtad a Franco y a los “Principios Fundamentales del Reino”. La constitución fascista.
ASA era un grupo más, como tantos constituidos en el tardofranquismo, cuyas aspiraciones no iban más allá del establecimiento de una democracia formal equiparable a las europeas contemporáneas. Un colectivo que, como todos ellos, apenas pasaba de ser algo más que un grupo de amigos, sin presencia en la calle, y menos aún influencia en las clases populares. Que no os despiste lo de “socialista” y lo de “Andalucía”, que no eran más que sinónimo de reformismo y regionalismo.
En el día a día de la lucha antifascista sólo existían los comunistas, el PCE y los grupos marxistas a su izquierda, así como algunos colectivos libertarios. El hecho de que la calle fuese un monopolio de la izquierda fue lo que impulso a muchos de estos grupos a adjetivarse como “socialistas”. Socialismo equivalía a “izquierda moderada”, a progresismo reformista que en lo social no iba más mas allá de las propuestas de “capitalismo con rostro humano” defendidas por una socialdemocracia centroeuropea que tras la II Guerra Mundial abandonó el marxismo, quedando reducida, ideológicamente y en sus metas, a un mero social-liberalismo.
En cuanto a lo de “Andalucía”, no poseía más connotaciones que la de delimitación territorial de actuación. Dado que el espacio político del “socialismo democrático” estatal ya estaban copados por el PSOE y el PSI (Partido Socialista del Interior, posteriormente Partido Socialista Popular), diversos colectivos adoptaron la cuestión territorial como forma de búsqueda de espacio propio. En lo político, su defensa del territorio no pasaba de un mero regionalismo. Una defensa de descentralización de gestión regulada a través de “estatutos de  autonomía”. Así, ASA presentó su propuesta de “estatuto de autonomía” para Andalucía como proyecto estrella.
El autonomismo de ASA no tenía nada que ver con el pasado, con el andalucismo histórico. No era un intento de continuación del proyecto infantista. De hecho aquellos “socialistas andaluces” incluso ignoraban, al principio, la propia existencia de Blas Infante y la del mismo andalucismo histórico. Blas Infante y el andalucismo no fue el origen de ASA sino algo con lo que ASA se encontró con posterioridad y que puso al servicio de su proyecto reformista y regionalista, como una especie de mitología originaria necesaria para justificarlo.
El descubrimiento de Blas Infante y el andalucismo, así como su utilización como basamento mitológico justificativo de un proyecto político sin relación real alguna con ambos, conllevó el inicio de una nueva etapa, con la transformación de ASA en el Partido Socialista de Andalucía (PSA), tras la muerte del Dictador. Un partido que mantendría inalterada la misma ideología reformista y regionalista de ASA pero ahora amparada en la figura de Infante y envuelta en un andalucismo cuya relación con el original no sobrepasaba su propia denominación, así como en la adopción como propia de la simbología andalucista: bandera, himno, etc.
En un principio, al reclamo de esos símbolos y en la creencia del carácter andalucista y socialista de su proyecto, muchos andaluces bien intencionados se unieron a él. El PSA llegó a contener a sectores obreros apreciables y a poseer incluso tendencias revolucionarias en su seno. Pero sus dirigentes siempre supieron detentar el poder y anular cualquier intento de que el partido se convirtiese en algo más que una herramienta al servicio de sus ambiciones.
El PSA pudo haber sido el instrumento político de la liberación de Andalucía y del pueblo trabajador andaluz en la segunda mitad de los setenta. Todo le era favorable. Le hubiese bastado con impulsar el movimiento espontáneo surgido en torno a las manifestaciones de aquel 4 de diciembre y haber mantenido en pie aquella rebeldía popular. En cambio, sus líderes lo sumergieron en el juego de la transición y del autonomismo. EL PSA llegó a ser un elemento clave para el régimen, en aquellos años, a la hora de controlar y desmantelar el espíritu del 4D, así como para el triunfo y asentamiento del sucedáneo autonomista del 28F.
Andalucismo y Partido Andalucista
El Partido Socialista de Andalucía (PSA), posteriormente Partido Socialista de Andalucía - Partido Andaluz (PSA-PA), y finalmente simplemente Partido Andalucista (PA), nunca ha sido un partido realmente andalucista, aunque su nomenclatura y simbología lo aparentase, y sus bases lo creyesen, fruto de una obvia ignorancia ideológica. Sus dirigentes nunca han aspirado ni pretendido que el PA fuese algo más que una organización regionalista utiltarista. Basta con realizar una comparativa entre lo que Infante y el andalucismo pretendía y defendía con las ideas y propuestas del PA para comprobar las abismales e insalvables diferencias.
Aunque pudiese parecer una afirmación contradictoria, cuando pasó a denominarse como PA, con ello simbolizó el final de toda relación con el andalucismo y cualquier grado de engarce con él. No es que fuese entonces cuando lo abandonó, pues nunca llego a adoptarlo más allá de en lo aparente y superficial, sino que a partir de entonces mostró abiertamente su carácter regionalista, interclasista y conservador. La exclusión de la “s”  supuso su visualización.
¿Cómo va a ser andalucista un partido que nunca ha enarbolado la Constitución Andaluza como propia, ni la ha convertido en base de su proyecto político? ¿Cuando algún dirigente del PA ha afirmado de sí y su partido, como lo hizo Blas Infante,  que aspiraban a una “Andalucía soberana constituida en democracia republicana”? ¿Cuándo en un documento del PA se ha declarado algo semejante a lo escrito por aquellos andalucistas en el Manifiesto de la Nacionalidad, sobre “hacer efectiva la prescripción del artículo primero de la Constitución Andaluza… que aspiraba a constituir en Andalucía una democracia soberana y autónoma”?
El PA tampoco ha sido nunca un partido nacionalista andaluz. ¿Cómo va a ser nacionalista andaluz un partido en el que incluso el mismo uso público del término “nación”, en referencia a Andalucía, ha sido considerado “radical” hasta hace unos años? ¿Cómo va a ser nacionalista andaluz un partido en el que el hablar de  “soberanía andaluza” aún hoy es tabú, no digamos ya su pública defensa y la apuesta por una República Andaluza? ¿Cómo va a ser nacionalista andaluz un partido que siempre ha defendido la españolidad de los andaluces, así como la existencia de la compatibilidad entre ambas identidades en el seno de nuestro pueblo?. De la cuestión social y del socialismo andaluz ni hablamos. No hay nada acerca de lo que debatir al respecto en, al menos, los últimos treinta años del  PA.
Un “andalucismo” y un “nacionalismo” reducidos a la adopción de símbolos como la bandera el himno o la figura de Infante, y a vaguedades como el “sentirse orgulloso de ser andaluz”, la defensa de un autonomismo “de primera”, la no discriminación de Andalucía con respecto a otras “comunidades autónomas”, el ser una organización formada por andaluces y con una estructura territorial andaluza, o el velar exclusivamente por los intereses andaluces, no es andalucismo ni nacionalismo andaluz, solo es catalogable como regionalismo andaluz.
¿El final del andalucismo o el del regionalismo andaluz?
Consecuentemente, lo que actualmente agoniza, aquello que se va a dar por finiquitado el 12 de septiembre, no es la versión actual del “andalucismo político”, algo que el PA nunca fue y que sólo representó por suplantación de la denominación, sino la del regionalismo andaluz contemporáneo. Y precisamente ha sido el poseer ese ideario y esas estrategias meramente regionalistas lo que le ha arrastrado hasta su desaparición, no su inexistente “andalucismo”. Es cualquier forma de regionalismo andaluz, no el andalucismo, lo que ya no tiene cabida ni hueco en nuestra tierra. Y mucho menos aún futuro.
Al dejar su “andalucismo” reducido a un mero regionalismo andaluz, este ha sido fácilmente absorbible por los partidos estatalistas. Con ninguno de ellos entraba en contradicción con sus principios y proyectos el asumir una bandera, un himno, la “a” en sus siglas, etc. También ellos podían argüir que sus dirigentes eran autóctonos y enarbolar la defensa de nuestros intereses autonómicos dentro del sacrosanto Estado único, y ese victimismo crónico que siempre miraba al vecino vasco o catalán como culpable pero nunca a España. Así lo hicieron y dejaron al PA sin espacio político distinguible ni argumentarlo diferenciador. Todos ellos se envolvieron en la bandera, alababan a Infante y se rasgaban las vestiduras ante toda supuesta discriminación con respecto a otras “comunidades autónomas”, dejando al PA políticamente desnudo.
Pero lo que nunca han adoptado ni podrían adoptar como propios es el ideario andalucista real y un nacionalismo andaluz coherente. ¿Os imagináis al PP, el PSOE, IU, Ciudadanos, Podemos, etc. asumiendo y proclamando la defensa de una Andalucía soberana constituida en democracia republicana? Un pueblo trabajador andaluz en plena posesión y ejercicio de su soberanía a través de una República propia de carácter democrático-popular es totalmente inaceptable para cualquier proyecto españolista, sea “nacional” o estatal, pues lo impide y excluye.  Ese espacio político nunca podrían cubrirlo, de ahí que el interés de todos ellos radique  en impedir su desarrollo. Todo avance andalucista conlleva un retroceso equivalente del españolismo.
¿Refundación del andalucismo?
El final del PA, el lógico y esperable fin de un regionalismo andaluz que ya carece de utilidad práctica para el Sistema, que lo tiene más que amortizado, habiendo contribuido en gran medida al mantenimiento de la alienación de nuestro pueblo y la dependencia de nuestro país, así como a taponar el reforzamiento de un andalucismo verdadero que revertiese dicha situación, está conllevando el que se hable de la necesidad de la “refundación del andalucismo”, como si el PA lo hubiese representado alguna vez y con su desaparición el “andalucismo político” quedase huérfano de organización.
Si por “refundación del andalucismo” se sobreentiende volver a reeditar un conjunto de ideas regionalistas y proyectos reformistas semejantes a los representados hasta ahora por el PA y otros colectivos “andalucistas” que no han superado aún el autonomismo y esta “democracia”, pero envueltos en nuevas formas de expresarlas y exponerlos (municipalismos, federalismos, democracias participativas, etc.) o en diferentes formas organizativas (movimientos más abiertos, menos estructurados, etc.), significa que no se ha entendido nada. Todo regionalismo andaluz, sea de carácter más “progresista” o “moderado”, está de antemano condenado al fracaso. Esos espacios están ya ocupados, sea por el viejo españolismo y estatalismo de siempre (PP, PSOE, IU, etc.) o el renovado y actualizado (los podemos, ganemos, ahoras, etc.)
Si por “refundación del andalucismo” se sobreentiende la construcción de un movimiento que rechace la senda regionalista y reformista del PA. Que retome el proyecto de liberación global, nacional y social, propugnado por Blas Infante y defendido por el andalucismo histórico, esa “refundación” ya se produjo en los noventa con el surgimiento de la izquierda independentista andaluza. En ella se deposita, renueva y pone en marcha la continuación del proyecto en su integralidad; en sus aspectos soberanistas, populares y nacionales, y en los anticapitalistas. Independencia y socialismo es la traducción al lenguaje de hoy de la Andalucía libre infantista.
Todo nuevo proyecto político andaluz, se llame como se llame, sean cuales sean su intenciones manifestadas, sean quienes sean los que lo impulsen y sean cuales sean sus trayectorias, si no es nítidamente antisistema, o sea, soberanista, antiespañol y anticapitalista, si no propugna sin ambages la ruptura con el régimen actual, si no niega abiertamente su Estado, su autonomismo y su "democracia", si no rechaza toda construcción social y económica que no se asiente sobre bases socialistas, y todo ello no solo en su teorización y metas finalistas, sino en sus praxis, ámbitos de actuación y estrategias, tanto genéricas como concretas, no es ni llegará nunca a formar parte del “andalucismo político”, tan siquiera es o será algo realmente “nuevo”, sólo constituirá otra reedición remozada del PA y, como tal, llamado a desempeñar el mismo papel de siervo del españolismo y a sufrir idéntico fracaso y final.

Francisco Campos López
La Otra Andalucía http://www.laotraandalucia.org/node/3215