La memoria histórica del PT
(Carta abierta a los antiguos militantes)
Construir la verdadera historia de la Transición, no escrita o falseada en muchos de sus aspectos, es, sin duda, necesario. Y uno de los más importantes déficits es la atención al papel desempeñado por las organizaciones políticas de la entonces llamada “izquierda revolucionaria”, que desaparecieron casi en su totalidad tras aquel periodo.
La más influyente de ellas en Andalucía fue el Partido del Trabajo (PT), que llegó a ser mayoritario en varias comarcas, especialmente en pueblos jornaleros –en los que contribuyó a la fundación del SOC-, en ciertos núcleos obreros y entre los estudiantes de no pocas facultades universitarias. De aquí que en las primeras elecciones municipales democráticas, en 1979, consiguiera casi doscientos concejales, un diputado provincial y una veintena de alcaldías en lugares tan significativos como Motril, Puerto Real, Estepona, Baena, Posadas y Lebrija, entre otros.
Aquel partido tuvo sus luces y también sus sombras. Quienes estuvimos en él pensamos que predominaron las primeras sobre las segundas, sobre todo por la capacidad de sacrificio de la mayoría de los militantes, que se exponían a ser detenidos en alguna de las frecuentes “caídas” y a perder sus trabajos o no concluir sus estudios; todo ello para intentar hacer posible el sueño de una sociedad más justa e igualitaria. Incluso, algunos dejaron la vida en el empeño, como el joven Javier Verdejo, asesinado en Almería cuando escribía en una pared “Pan, Trabajo y Libertad”.
El objetivo inmediato era, sin duda, conseguir el fin del franquismo y de ahí que su estrategia pasara por la construcción de frentes, no sólo políticos sino también sociales, que forzaran la instauración de la democracia política. Además, el papel del PTA (la federación andaluza del PTE) fue muy importante en las movilizaciones del 4 de diciembre de 1977 y en torno al referéndum del 28 de febrero de 1980, imbricando la autonomía con la reforma agraria y otras reivindicaciones sociales. Incluso, fue la primera organización que definió a Andalucía como nacionalidad.
Entre las sombras, quizá las dos mayores fueran el autoritarismo, a veces casi estalinista, del aparato –que, sobre todo a partir de la legalización, fue un obstáculo formidable para la democracia interna-, y la tendencia a confundir los deseos con la realidad de quienes, primero, tuvieron que vivir en la clandestinidad y, luego, conformaron el núcleo de “liberados”.
No es posible hacer aquí siquiera una síntesis de las causas de la desaparición del partido. Baste decir que no fue un final pacífico ni hubo la lealtad necesaria en la confrontación de ideas. Tras dos elecciones generales sin conseguir parlamentarios –aunque en la primera el partido no pudo presentarse como tal sino como “Frente Democrático de Izquierda”, por no estar aun legalizado- la unificación oportunista con la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) para constituir el “Partido de los Trabajadores” fue una verdadera estafa para los militantes de ambas organizaciones, ya que las dos cúpulas en realidad no se fusionaron sino que, con muy pocas excepciones dentro de ellas, intentaron dominar a la otra, dedicándose a bloquear toda iniciativa de la “contraria” con la consiguiente paralización del conjunto. En esa situación, la propuesta, fuera de los cauces orgánicos, por parte de los máximos dirigentes del antiguo Partido del Trabajo para convertir a la organización en una especie de Partido Radical Italiano, desencadenó la crisis, ya que suponía un cambio ideológico y de práctica política total y se hacía con una llamada explícita a “subvertir el partido”.
El núcleo duro del aparato del antiguo PT se lanzó a esa labor sin dar tiempo a la discusión política y en la confrontación que tuvo lugar –incomprensible entonces para la mayoría de los militantes y nunca explicada después-, el partido saltó en pedazos. En Andalucía, en concreto, la organización más importante surgida en ese contexto fue el PAU-PTA, como partido andaluz nacionalista de izquierda, que no pudo mantenerse mucho tiempo.
Ahora, más de veinticinco años después de todo aquello, ha surgido la iniciativa de recordar, homenajear o celebrar a aquel partido, el Partido del Trabajo (parece que sólo hasta la supuesta “unificación”), con un llamamiento a reunir documentación, una exposición y, lo que sería el acto central, una cena-fiesta en Sevilla; tras haberse celebrado otras en Madrid y Barcelona hace dos años. Pienso que para el objetivo, que creo positivo, de garantizar la memoria del partido –en realidad, debería ser construir su historia, que no está escrita y que corre el riesgo de ser falseada- habría sido más adecuado organizar unas Jornadas de encuentro y debate en lugar de una cena-fiesta, que evoca irremediablemente las reuniones de antiguos alumnos de colegio o de compañeros de “mili” en las que todo se idealiza, haciendo que la nostalgia de la juventud domine a la memoria de los hechos.
Y no creo que sea buscarle tres pies al gato considerar que, con independencia de las intenciones de los promotores, existen dos riesgos importantes en esta forma de activación del recuerdo El primero, es que algunos de quienes militaron en el PT y desde hace ya muchos años se instalaron en puestos políticos o sociales perfectamente integrados en el sistema pretendan legitimar toda su trayectoria mediante la activación selectiva de una memoria con la que mostrar que alguna vez fueron rojos, lo que les daría certificado de progresismo. El segundo, es que se utilice la memoria sentimental de muchos antiguos “peteros” para que el poder político establecido en Andalucía intente aparecer como cercano, entonces y ahora, a una ideología de izquierda radical, cara a un sector del electorado cuando se acercan otra vez elecciones.
Pero, incluso si los anteriores riesgos no existieran, me temo que el encuentro de comensales podría escenificar la manida (y reaccionaria) frase de que “quien no fue revolucionario a los veinte años es que nunca fue joven y quien lo sigue siendo a los cuarenta es que no ha llegado a ser maduro”. A este respecto, algunos, que ya hemos pasado los sesenta, como seguimos sintiéndonos disidentes frente al sistema –que es hoy más cruel, por más desigualitario; y más alienante, por más embaucador, que hace tres décadas- y creemos que continúa habiendo causas en las que es necesario estar implicados, no vamos a acudir a esa cena.
Y en relación al pasado, es preciso asumirlo mostrándolo tal cual fue, con sus luces y sus sombras, sus logros y sus miserias, pero sin quedar prisioneros de él por la nostalgia ni, menos, usarlo para pretender que justifique el presente. En cualquier caso, yo pediría que el recuerdo de compañeros ejemplares que ya no están entre nosotros y, por tanto, no pueden darnos su análisis sobre todo esto, como Tomás Iglesias o Alfonso Sánchez, y los sentimientos de muchos luchadores por la democracia que militaron en el partido no se usen para fines personales o en beneficio de estrategias de organizaciones políticas. Si se evita esto, sólo tengo que desear buen provecho a los que sí cenarán en el sevillano Casino de la Exposición, gentilmente cedido, parece que sin contrapartidas (¡qué generosidad!), por el alcalde Monteseirín. Y desear, también, que el recuerdo de entonces no desemboque en autocomplacencia sino en la activación los tan necesarios compromisos actuales en la dudosa democracia en la que vivimos.
ISIDORO MORENO
Catedrático de Antropología
Ex-Secretario General del PTA
(Carta abierta a los antiguos militantes)
Construir la verdadera historia de la Transición, no escrita o falseada en muchos de sus aspectos, es, sin duda, necesario. Y uno de los más importantes déficits es la atención al papel desempeñado por las organizaciones políticas de la entonces llamada “izquierda revolucionaria”, que desaparecieron casi en su totalidad tras aquel periodo.
La más influyente de ellas en Andalucía fue el Partido del Trabajo (PT), que llegó a ser mayoritario en varias comarcas, especialmente en pueblos jornaleros –en los que contribuyó a la fundación del SOC-, en ciertos núcleos obreros y entre los estudiantes de no pocas facultades universitarias. De aquí que en las primeras elecciones municipales democráticas, en 1979, consiguiera casi doscientos concejales, un diputado provincial y una veintena de alcaldías en lugares tan significativos como Motril, Puerto Real, Estepona, Baena, Posadas y Lebrija, entre otros.
Aquel partido tuvo sus luces y también sus sombras. Quienes estuvimos en él pensamos que predominaron las primeras sobre las segundas, sobre todo por la capacidad de sacrificio de la mayoría de los militantes, que se exponían a ser detenidos en alguna de las frecuentes “caídas” y a perder sus trabajos o no concluir sus estudios; todo ello para intentar hacer posible el sueño de una sociedad más justa e igualitaria. Incluso, algunos dejaron la vida en el empeño, como el joven Javier Verdejo, asesinado en Almería cuando escribía en una pared “Pan, Trabajo y Libertad”.
El objetivo inmediato era, sin duda, conseguir el fin del franquismo y de ahí que su estrategia pasara por la construcción de frentes, no sólo políticos sino también sociales, que forzaran la instauración de la democracia política. Además, el papel del PTA (la federación andaluza del PTE) fue muy importante en las movilizaciones del 4 de diciembre de 1977 y en torno al referéndum del 28 de febrero de 1980, imbricando la autonomía con la reforma agraria y otras reivindicaciones sociales. Incluso, fue la primera organización que definió a Andalucía como nacionalidad.
Entre las sombras, quizá las dos mayores fueran el autoritarismo, a veces casi estalinista, del aparato –que, sobre todo a partir de la legalización, fue un obstáculo formidable para la democracia interna-, y la tendencia a confundir los deseos con la realidad de quienes, primero, tuvieron que vivir en la clandestinidad y, luego, conformaron el núcleo de “liberados”.
No es posible hacer aquí siquiera una síntesis de las causas de la desaparición del partido. Baste decir que no fue un final pacífico ni hubo la lealtad necesaria en la confrontación de ideas. Tras dos elecciones generales sin conseguir parlamentarios –aunque en la primera el partido no pudo presentarse como tal sino como “Frente Democrático de Izquierda”, por no estar aun legalizado- la unificación oportunista con la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) para constituir el “Partido de los Trabajadores” fue una verdadera estafa para los militantes de ambas organizaciones, ya que las dos cúpulas en realidad no se fusionaron sino que, con muy pocas excepciones dentro de ellas, intentaron dominar a la otra, dedicándose a bloquear toda iniciativa de la “contraria” con la consiguiente paralización del conjunto. En esa situación, la propuesta, fuera de los cauces orgánicos, por parte de los máximos dirigentes del antiguo Partido del Trabajo para convertir a la organización en una especie de Partido Radical Italiano, desencadenó la crisis, ya que suponía un cambio ideológico y de práctica política total y se hacía con una llamada explícita a “subvertir el partido”.
El núcleo duro del aparato del antiguo PT se lanzó a esa labor sin dar tiempo a la discusión política y en la confrontación que tuvo lugar –incomprensible entonces para la mayoría de los militantes y nunca explicada después-, el partido saltó en pedazos. En Andalucía, en concreto, la organización más importante surgida en ese contexto fue el PAU-PTA, como partido andaluz nacionalista de izquierda, que no pudo mantenerse mucho tiempo.
Ahora, más de veinticinco años después de todo aquello, ha surgido la iniciativa de recordar, homenajear o celebrar a aquel partido, el Partido del Trabajo (parece que sólo hasta la supuesta “unificación”), con un llamamiento a reunir documentación, una exposición y, lo que sería el acto central, una cena-fiesta en Sevilla; tras haberse celebrado otras en Madrid y Barcelona hace dos años. Pienso que para el objetivo, que creo positivo, de garantizar la memoria del partido –en realidad, debería ser construir su historia, que no está escrita y que corre el riesgo de ser falseada- habría sido más adecuado organizar unas Jornadas de encuentro y debate en lugar de una cena-fiesta, que evoca irremediablemente las reuniones de antiguos alumnos de colegio o de compañeros de “mili” en las que todo se idealiza, haciendo que la nostalgia de la juventud domine a la memoria de los hechos.
Y no creo que sea buscarle tres pies al gato considerar que, con independencia de las intenciones de los promotores, existen dos riesgos importantes en esta forma de activación del recuerdo El primero, es que algunos de quienes militaron en el PT y desde hace ya muchos años se instalaron en puestos políticos o sociales perfectamente integrados en el sistema pretendan legitimar toda su trayectoria mediante la activación selectiva de una memoria con la que mostrar que alguna vez fueron rojos, lo que les daría certificado de progresismo. El segundo, es que se utilice la memoria sentimental de muchos antiguos “peteros” para que el poder político establecido en Andalucía intente aparecer como cercano, entonces y ahora, a una ideología de izquierda radical, cara a un sector del electorado cuando se acercan otra vez elecciones.
Pero, incluso si los anteriores riesgos no existieran, me temo que el encuentro de comensales podría escenificar la manida (y reaccionaria) frase de que “quien no fue revolucionario a los veinte años es que nunca fue joven y quien lo sigue siendo a los cuarenta es que no ha llegado a ser maduro”. A este respecto, algunos, que ya hemos pasado los sesenta, como seguimos sintiéndonos disidentes frente al sistema –que es hoy más cruel, por más desigualitario; y más alienante, por más embaucador, que hace tres décadas- y creemos que continúa habiendo causas en las que es necesario estar implicados, no vamos a acudir a esa cena.
Y en relación al pasado, es preciso asumirlo mostrándolo tal cual fue, con sus luces y sus sombras, sus logros y sus miserias, pero sin quedar prisioneros de él por la nostalgia ni, menos, usarlo para pretender que justifique el presente. En cualquier caso, yo pediría que el recuerdo de compañeros ejemplares que ya no están entre nosotros y, por tanto, no pueden darnos su análisis sobre todo esto, como Tomás Iglesias o Alfonso Sánchez, y los sentimientos de muchos luchadores por la democracia que militaron en el partido no se usen para fines personales o en beneficio de estrategias de organizaciones políticas. Si se evita esto, sólo tengo que desear buen provecho a los que sí cenarán en el sevillano Casino de la Exposición, gentilmente cedido, parece que sin contrapartidas (¡qué generosidad!), por el alcalde Monteseirín. Y desear, también, que el recuerdo de entonces no desemboque en autocomplacencia sino en la activación los tan necesarios compromisos actuales en la dudosa democracia en la que vivimos.
ISIDORO MORENO
Catedrático de Antropología
Ex-Secretario General del PTA