El 750 que nos
llega
Manuel Ruiz Romero
Doctor en Historia.
Centro de Estudios Históricos
de Andalucía.
Jerez acaba de iniciar un año de celebraciones que
prologan la memoria de un hito: la anexión de la ciudad en la Corona de Alfonso
X. Monarca éste que ha pasado a la historia con el sobrenombre de El Sabio, habida cuenta sus tolerantes
intenciones para incorporar bajo su mandato y en favor de sus súbditos,
progresos y saberes alcanzados por otras culturas de su época. Quizás por eso,
el mensaje participativo y conciliador lanzado por los componentes de la
Comisión Ejecutiva creada para la cita, evoque el epitafio de su padre Fernando
III ya adelantado en una de sus Cantigas y escrito en latín, hebreo, árabe y
castellano: “Dios es aquel que puede
perdonar a cristianos, judíos y moros con tal que tengan en Él bien firmes sus
convicciones”.
La ciudad recordará su pasado y hará balance de su
presente para encarar su futuro; sin embargo, nadie solicita un cambio de
tornas en la Historia ni dar lecciones de tolerancia pasados los siglos. Los
hechos fueron como sucedieron y animo a conocerlos más, pero aquellos sucesos
junto a otros de los últimos siglos reposan sobre nuestra piel como inconsciente,
más o menos sentido y asimilado, del que no podemos escapar. No se trata de
despreciar a los vencidos ni injuriar a los vencedores; como tampoco se trata
de negar lo que existió o de aplicar simplonamente al pasado unos deseos
imposibles. La Historia, ninguna historia, puede simplificarse como una mala
película del Oeste con sus buenos y malos ingenua y tópicamente diferenciados.
En ochocientos años hubo de todo. Como lo ha habido en
los siete siglos posteriores. Ni la tolerancia musulmana floreció en la
totalidad de los siglos, como tampoco los reinos cristianos fueron de una
bondad continuada que hiciera honor a su sentido evangélico y dinástico.
Abundaron las luchas fratricidas en uno y otro lado, tanto como sobraron
ambiciones de poder, imposiciones y conquistas. Por eso, con el 750
celebraremos la tolerancia y la multiculturalidad cuando la hubo, y siempre que
exista, porque con ellas intentaremos comprender mejor los procesos que nos han
conducido a lo largo de los tiempos al fanatismo, la exclusión y al
enfrentamiento del que también son hijos, paradójicamente, los Derechos
Humanos. Lamentaremos la sangre vertida ya sea por andalusíes, judíos o
cristianos en todas y cada una de sus excluyentes imposiciones, ambiciones o
disputas, aun aceptando que somos consecuencia de todas ellas, pero sin
ensalzar con ello la violencia como una solución imprescindible. El Jerez de
hoy es el resultante de todas y cada unas de las civilizaciones que habitaron
este solar milenario.
La Historia es progreso si convierte el pretérito en
futuro y se tiñe de civismo en el presente si nos hace más conscientes del
porqué somos así. No se ama lo que no se conoce. Mi padre era descendiente de
sorianos y mi madre gaditana. Pero judío, andalusí o castellano quiero que mis
alumnos vivan la Historia como la suma de errores y aciertos de una Humanidad y
una condición humana, que no deja de asombrarnos a la vez que la intentamos
comprender y enmendar día tras día. A todos ellos los heredo orgulloso, al
tiempo que me alegro en el devenir de los siglos de ejercer como andaluz e
interpretar desde esta sensibilidad así la vida.
El siempre alentador Vaticano II también nos invita a
nuevas percepciones (Nostra Aetate)
con la mano tendida de sinceridad cristiana: “La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios
viviente, misericordioso y todopoderoso. Creador, que habló a los hombres (…)
veneran a Jesús aunque no le reconocen como Dios, honran a María su Madre
virginal y a veces también la invocan devotamente (…) si en el transcurso de
los siglos surgieron no pocas desavenencias entre musulmanes y cristianos, el
Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente la
mutua compresión y actuando en común, defiendan y promuevan para todos los
hombres la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad”. Y
aquello que también es Concilio y por tanto, refuerza “lo que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad”: “La Iglesia no puede olvidar que ha recibido
la Revelación del Antiguo Testamento por medio del pueblo judío. No puede
olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las
ramas del silvestre y de quienes preceden en Cristo y de la Virgen María”.
El debate, creo con toda modestia, es más serio que la simple cabeza del
patrón.
Nuestra asociación defiende una visión noble y
positiva de una Historia pasada y
reciente que, en sus peores e indignos capítulos, sólo cabe soportar con
vergüenza y sin resignarnos ante el futuro. Y aplaudiré durante este año la
humildad del intelectual que socializa saberes con palabras ausentes de
narcicismo ególatra y protagonista, que a buen seguro motivará alguna lectura,
la participación en algunos actos o la búsqueda de palabras, conceptos y
personajes por la red. Hasta brindaremos con una copa de Sherrish en la mano, reconociendo que fue este topónimo andalusí
del siglo XI el cual daba nombre a esta ciudad, el que nos permitió ganarle el
pleito sobre la denominación de nuestros vinos a una Gran Bretaña productora de
caldos desde sus colonias reunidas bajo la Commonwealth.
Porque
la Historia no son sólo batallas y reyes, nos interesa más el perfil de una
tierra que convirtió el topónimo de la Frontera,
también en una realidad de diálogo, intercambio y conocimiento. En un escenario
consciente que nos aporta identificación y civismo con el proyecto de
convivencia que nos ocupa hoy y mañana. Ese podría ser el objetivo estimulante
de una conmemoración: sin ensoñaciones históricas de ninguna naturaleza ni
imaginarios fascinantes. Los valores democráticos nos exigen otra interpretación
de la Historia sin negarla por ello en su cruda verdad y superando percepciones
añejas. Aprendamos del pasado para construir un presente riguroso y un futuro
capaz. De todo lo remoto me jacto de heredarlo porque somos su fruto temprano.
Nacido en Sevilla me quedo con Jerez porque es milagro de esa sensibilidad
acumulada e inigualada.
Fuente: Tribuna.