El Consejo de Cooperación reguladora o cómo se vacía
una democracia desde el interior
David García (PACD)
La libertad empieza donde la ignorancia acaba (Victor Hugo)
Si el nombre de un tratado tuviera que hacer referencia obligatoria al aspecto principal del cual trata
su contenido, el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones tendría que cambiar de
denominación. La eliminación de barreras arancelelarias no representa apenas el 20% del tratado, y
eso en palabras de la mendaz Comisión Europea. La realidad se queda sin duda bien lejos de este
porcentaje. Pero si el libre comercio no es su objetivo, ¿qué es lo que persigue el proyecto
trasatlántico?
El TTIP es un tratado enormemente complejo, profundo y amplio que extiende sus efectos a múltiples
niveles. Comprender su estructura interna, sus mecanismos legales, principios que lo alientan y sus
implicaciones futuras se antoja por tanto imprescindible para comprender sus objetivos finales. Esta
labor casi detectivesca nos permite abrir una ventana privilegiada por la que observar los mecanismos
de los que se sirven nuestras élites para seguir imponiendo sus intereses a las mayorías. Este artículo se
enmarca en una serie que comenzó intentando explicar el trasfondo geopolítico del tratado. Hoy
intentaremos vislumbrar los contornos de un organismo muy poco conocido que de instaurarse estará
en condiciones de vaciar de contenido y de significación no ya a los parlamentos nacionales, sino al
conjunto del poder legislativo europeo: nos referimos al Consejo de Cooperación reguladora.
El último informe de Oxfam pone números a lo que ya debería ser una obviedad para todos. A día
de hoy, el 1% de la población del mundo (la que manda) posee la misma riqueza que el 99%
restante. Tendencia creciente. Así que lo que la filosofía, el derecho, la biología e incluso la religión
afirman (que somos iguales) es contradicho por la gran verdad de nuestro tiempo que es la
economía. En efecto, „económicamente“ existen dos clases de seres humanos: la élite minúscula del
1% y el pueblo del 99%. Es el dinero (y no la raza, el origen o la religión) lo que separa a los
humanos de los „superhumanos“. Aunque quizás fuera más apropiado hablar del organismo social y
su metástasis.
Siempre ha existido la desigualdad pero una como la hoy que hoy padecemos no tiene parangón en
la Historia. Esta situación sin embargo está lejos de ser estable. Intrínsecamente, por definición
misma podría decirse, una situación como la actual es movediza, volátil o incluso directamente
explosiva. Y el 1% lo sabe. Bien que lo sabe. Así que las élites también saben que tienen que tomar
medidas si quieren mantener el status quo.
El TTIP (junto con el TPP y el TISA) es el acuerdo de las élites „occidentales“ para mantener esta
orden de cosas. Esta lucha fratricida de poder se lleva adelante contra dos oponentes: la propia
población que comienza a revelarse y contra las élites de países que no aceptan las reglas de juego
de Occidente. „Occidente“ debe entenderse aquí no como una localización geográfica concreta,
sino como una visión del mundo que es la expresada por el modelo neoliberal y que es
personalizada por sus élites. Es por ello que „Occidente“ también está en Asia (Japón) o en
América Latina (Colombia, México).
Una característica fundamental de las „élites de Occidente“ es su carácter supranacional, liberada ya
(mentalmente) de las ataduras nacionales. Por supuesto que el mundo de naciones actual todavía
éstas juegan un papel importante (a fin de cuentas el peso relativo de las élites no solo depende de
su peso económico sino también del estado que las sostiene). Pero en este mundo en transición
acelerada, éstas élites se encuentran mentalmente más cercanas entre ellas que de sus conacionales
respectivos y no encuentran la menor dificultad en dañar sus propios estados si esto les reporta
beneficios adecuados. En definitiva, es el dinero lo que cuenta. Una segunda característica central
presente en este grupo y que marca indeleblemente a las élites de Occidente es su subordinación
voluntaria a EEUU al que ven como el garante de sus privilegios. Es en este último país donde su
control efectivo de la sociedad es más completo y a la vez más sutil. En cierto modo, este país
representa para ellas el modelo a seguir. Un último tercer elemento característico es la
subordinación del poder político al poder oligárquico empresarial, resultado de más de 30 años de
políticas contra el Estado y con la aceptación casi universal del dogma neoliberal en los todos los
arcos parlamentarios de los países europeos.
Es este carácter apátrida, esta subordinación a los EEUU y este control del poder económico sobre
el poder político lo que las diferencia de la de otros países. Y las que las aleja. Visto desde esta
perspectiva de élites, el TTIP presenta dos vectores principales que marcan sus objetivos. Para
alcanzarlos el tratado se sirve de mecanismos novedosos, muy sutiles y extremadamente efectivos.
Sus vectores principales son a nivel interno la instauración del gobierno empresarial en el mundo
occidental y a nivel externo el reforzamiento de su eslabón más fuerte (Estados Unidos) para
enfrentar mejor la amenaza de los países del BRICS, que no aceptan el orden establecido por
Occidente.
Servir a estos dos vectores principales es por tanto la función de todos y cada uno de los
mecanismos y principios insertos en el TTIP. Uno de los más efectivos y más desconocidos es el
Consejo de Cooperación reguladora (CCR) que es el que trataremos de ver algo más detenidamente.
El Consejo de Cooperación reguladora
Por las filtraciones publicadas sabemos que el Consejo de Cooperación reguladora es un nuevo
organismo trasatlántico previsto por el TTIP. Su composición será paritaria entre funcionarios de
los EEUU y de la UE. Su función será la revisión de la totalidad de la legislación tanto presente
como futura de la totalidad del bloque trasatlántico. Su ámbito de actuación abarcará tanto normas
legislativas como toda otra reglamentación no legislativa de cualquier nivel, ya sea el europeo, el
nacional o cualquiera de los subnacionales (ayuntamientos, regiones, estados federados etc). El
criterio de actuación estará marcado por cuestiones meramente monetarias como serán los costes
para las empresas provocados por las regulaciones o posibles reducciones o aumentos de las
partidas presupuestarias para los Estados. Para garantizar su efectividad el CCR estará situado en la
cúspide jerárquica, con lo que estará autorizado a paralizar la labor de cualquier otra instancia.
Un organismo tan cuidadosamente diseñado y tan estratégicamente situado no puede ser el
resultado de la casualidad y denota un alto grado de preparación. Se sabe bien lo que se pretende. El
CCR busca alterar decisivamente todo el proceso de creación legislativa, paralizando antes de su
promulgación toda ley „dañina“ al interés empresarial. Constituirá así una especie de comité de
censura de parlamentos que vigile el respeto del orden neoliberal. No es otra cosa que ideología
hecha organismo público. Al mismo tiempo podrá revisar todo el haber legislativo a la búsqueda de
leyes en vigor opuestas a este mismo interés privado, cambiando en „petit comité“ el resultado de
decenios de luchas por derechos sociales y medioambientales. Esto es lo que la Comisión conoce
como un „tratado vivo“. El TTIP no es algo fijo sino que pone en marcha un proceso de cambio
legislativo continúo cuya orientación está marcada de antemano y cuyos efectos serán progresivos
en el tiempo. El CCR se puede comparar así a la inoculación de un virus. El pinchazo es inofensivo,
las consecuencias pueden se fatales.
Esta vaciamiento de la democracia por medio del debilitamiento del poder legislativo de los estados
es un paso más en el proceso de neoliberalización de nuestras sociedades. Este paso dramático se
hace necesario ante el hecho de que el despojo de la sociedad ha dejado de centrarse en las capas
más desprotegidas y se concentra ahora en sus clases medias. Pese a la labor anestésica que llevan
adelante los medios de comunicación de masas, el dolor acumulado es tal que los Gobiernos de los
estados se han convertido en el eslabón débil del control de la sociedad por la élite del 1%. Pese a
que desde el tratado de Maastricht, los estados han ido viendo limitados sus prerrogativas y su
libertad de acción (no olvidemos que el 80% de la legislación nueva tiene su origen en Europa),
éstos siguen siendo enormes palancas de poder. Así, aunque las normas comunitarias constituyen
una camisa de fuerza neoliberal, un gobierno decidido a defender los derechos de su población tiene
enormes margen de maniobra. No es el momento aquí de describirlas con detenimiento, pero el
grado de deterioro del sistema financiero es tal que el poder de presión de un país pequeño como
Grecia puede ser enorme si amenazase simplemente con una moratoria de su deuda soberana. Y eso
sin contar con el „efecto llamada“ que tales decisiones tendrían sobre las poblaciones de otros
estados miembros. Ante una“coalición de rebeldes“ (por ejemplo Grecia y España) las élites
europeas tendrían que sentarse irremediablemente a negociar bajo la presión de ver a todo el
sistema financiero europeo caer como un castillo de naipes ante el impago de un Estado como el
español.
Ante la inminencia de esta amenaza el TTIP ofrece una solución „neoliberal“ a esta eventualidad. El
Consejo de Cooperación reguladora crea un nuevo nivel transatlántico de decisión (todavía aún más
lejano e inaccesible a la ciudadanía que el europeo) con la capacidad de intervención preventiva
ante „cualquier“ normativa de cualquier nivel que vaya en contra de los intereses monetarios de las
empresas. En la práctica esto significa que cualquier iniciativa política de cualquier gobierno puede
ser „legalmente“ paralizada. Que esto sea o no posible dependerá de la correlación de fuerzas
existentes, pero crea sin duda una vía para declarar ilegales a gobiernos que insistan en normativas
que sean previamente paralizadas por el CCR, basándose en el peregrino criterio de perjuicios a las
empresas, lo cual abrirá la puerta a enormes tensiones internas. Quién sabe, quizá podamos ver
pronto revoluciones de colores en Europa Occidental.
Digámoslo de otra manera. Según los datos conocidos hasta ahora (no olvidemos que las
negociaciones del TTIP son secretas y que sólo una decena de parlamentarios europeos reciben
resúmenes del estado de las negociaciones) el CCR crea un nuevo nivel trasatlántico de decisiones
que está jerárquicamente colocado en la cúspide burocrática y que puede detener cualquier
normativa que afecte económicamente a las multinacionales. Permitirá así intervenir „legalmente“
a los EEUU en los asuntos de cualquier estado soberano, deslegítimando la toma de decisiones de
parlamentos y gobiernos refrendados popularmente. A diferencia del nivel europeo que no cuenta
con mecanismos coercitivos realmente potentes contra gobiernos rebeldes, el garante implícito de
las decisiones del CCR serán los EEUU, que como es bien conocido, cuenta con el mayor
dispositivo represivo del mundo. Mirado así desde este otro ángulo la afirmación de Hillary Clinton
que definió al TTIP como la OTAN económica cobra su sentido pleno. Este coerción, claro está,
existirá para los estados europeos pero no para los EEUU, como se desprende de cualquier relación
de vasallaje. Aunque lo explicado solo suponga un caso extremo, la mera existencia de esta
posibilidad llevará a que la „autodisciplina“ y el „autocontrol“ sean la norma de comportamiento
habitual de muchos gobiernos.
Este órgano burocrático todopoderoso no tendrá la función de legislar, sino la de vigilar la
legislación. Ya que la mitad de sus miembros serán estadounidenses su composición da un poder
inaudito a la contraparte americana para influenciar las decisones soberanas de órganos
democráticamente elegidos. Podrá así (en el caso de una decisión del Parlamento Europeo) anular
las voluntad democrática tomada por los representantes legales de 500 millones de europeos. Se
podría argumentar que esto también lo podrían hacer los representates de la Comisión Europea. En
primer lugar, esta posiblidad es igualmente reprobable; pero en segundo lugar, creer que unos
funcionarios europeos iban a imponer su voluntad al gigante norteaméricano significa ignorar
supinamente la relación de fuerzas existentes en las relaciones transatlánticas. No olvidemos como
funciona la OTAN militar. Su contraparte económica no será diametralmente distinta.
Concluyendo ya, hay un último punto que debe ser tomado en cuenta y que es además de una
enorme trascendencia. Eliminando la posiblidad real de cambio por las vías demoráticas
establecidas, este tratado está eliminando la democracia si esta se define como la voluntad popular y
está instaurando de forma irreversible (en la medida que esto es posible en la Historia) el poder de
unas élites. Bajo la apariencia de instituciones democráticas y conservando todos los elementos
externos de ésta (elecciones, parlamentos, constituciones y partidos) el poder decisional real está
siendo concentrado en muy pocas manos que actúan por vía de intermediarios y que constriñen cada
vez más la autonomía soberana de las naciones y en consecuencia de las poblaciones.
En 1999 David Rockefeller en unas declaraciones al semanario Newsweek declaraba: „alguna cosa
debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo“.
El TTIP representa sin duda un paso de gigante en esta dirección. Su objeto es disciplinar el campo
occidental desde una perspectiva doble: con respecto a las poblaciones y con respecto a los estados
en sí mismos. Todo ello para hacer de Occidente un bloque más compacto y eficiente en su
enfrentamiento con las potencias emergentes. En este sentido el progresivo debilitamiento de
Europa como entidad política es un paso necesario, al igual que lo es el vaciamiento de su
democracia. El reforzamiento de los EEUU no es un objetivo final en sí mismo sino el paso
necesario hacia el orden neoliberal deseado. En „modo confrontación“, que es donde actualmente
nos encontramos habida cuenta de las tensiones con Rusia y con China, es normal que „Occidente“
elija reforzar su eslabón más fuerte.
En cierta medida resulta irónico ver como los países que fueron los abanderados (con límites) de la
democracia se encuentran inmersos en un proceso que puede terminar con ella, si por democracia
entendemos el pensamiento de Lincoln de gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En
una frase que debería estar bien presente en todos nuestros razonamientos sobre el mundo que nos
rodea, Zizek nos recuerda que el matrimonio entre el capitalismo y la democracia ha terminado. Es
a nosotros quien nos toca elegir qué es lo que queremos.
una democracia desde el interior
David García (PACD)
La libertad empieza donde la ignorancia acaba (Victor Hugo)
Si el nombre de un tratado tuviera que hacer referencia obligatoria al aspecto principal del cual trata
su contenido, el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones tendría que cambiar de
denominación. La eliminación de barreras arancelelarias no representa apenas el 20% del tratado, y
eso en palabras de la mendaz Comisión Europea. La realidad se queda sin duda bien lejos de este
porcentaje. Pero si el libre comercio no es su objetivo, ¿qué es lo que persigue el proyecto
trasatlántico?
El TTIP es un tratado enormemente complejo, profundo y amplio que extiende sus efectos a múltiples
niveles. Comprender su estructura interna, sus mecanismos legales, principios que lo alientan y sus
implicaciones futuras se antoja por tanto imprescindible para comprender sus objetivos finales. Esta
labor casi detectivesca nos permite abrir una ventana privilegiada por la que observar los mecanismos
de los que se sirven nuestras élites para seguir imponiendo sus intereses a las mayorías. Este artículo se
enmarca en una serie que comenzó intentando explicar el trasfondo geopolítico del tratado. Hoy
intentaremos vislumbrar los contornos de un organismo muy poco conocido que de instaurarse estará
en condiciones de vaciar de contenido y de significación no ya a los parlamentos nacionales, sino al
conjunto del poder legislativo europeo: nos referimos al Consejo de Cooperación reguladora.
El último informe de Oxfam pone números a lo que ya debería ser una obviedad para todos. A día
de hoy, el 1% de la población del mundo (la que manda) posee la misma riqueza que el 99%
restante. Tendencia creciente. Así que lo que la filosofía, el derecho, la biología e incluso la religión
afirman (que somos iguales) es contradicho por la gran verdad de nuestro tiempo que es la
economía. En efecto, „económicamente“ existen dos clases de seres humanos: la élite minúscula del
1% y el pueblo del 99%. Es el dinero (y no la raza, el origen o la religión) lo que separa a los
humanos de los „superhumanos“. Aunque quizás fuera más apropiado hablar del organismo social y
su metástasis.
Siempre ha existido la desigualdad pero una como la hoy que hoy padecemos no tiene parangón en
la Historia. Esta situación sin embargo está lejos de ser estable. Intrínsecamente, por definición
misma podría decirse, una situación como la actual es movediza, volátil o incluso directamente
explosiva. Y el 1% lo sabe. Bien que lo sabe. Así que las élites también saben que tienen que tomar
medidas si quieren mantener el status quo.
El TTIP (junto con el TPP y el TISA) es el acuerdo de las élites „occidentales“ para mantener esta
orden de cosas. Esta lucha fratricida de poder se lleva adelante contra dos oponentes: la propia
población que comienza a revelarse y contra las élites de países que no aceptan las reglas de juego
de Occidente. „Occidente“ debe entenderse aquí no como una localización geográfica concreta,
sino como una visión del mundo que es la expresada por el modelo neoliberal y que es
personalizada por sus élites. Es por ello que „Occidente“ también está en Asia (Japón) o en
América Latina (Colombia, México).
Una característica fundamental de las „élites de Occidente“ es su carácter supranacional, liberada ya
(mentalmente) de las ataduras nacionales. Por supuesto que el mundo de naciones actual todavía
éstas juegan un papel importante (a fin de cuentas el peso relativo de las élites no solo depende de
su peso económico sino también del estado que las sostiene). Pero en este mundo en transición
acelerada, éstas élites se encuentran mentalmente más cercanas entre ellas que de sus conacionales
respectivos y no encuentran la menor dificultad en dañar sus propios estados si esto les reporta
beneficios adecuados. En definitiva, es el dinero lo que cuenta. Una segunda característica central
presente en este grupo y que marca indeleblemente a las élites de Occidente es su subordinación
voluntaria a EEUU al que ven como el garante de sus privilegios. Es en este último país donde su
control efectivo de la sociedad es más completo y a la vez más sutil. En cierto modo, este país
representa para ellas el modelo a seguir. Un último tercer elemento característico es la
subordinación del poder político al poder oligárquico empresarial, resultado de más de 30 años de
políticas contra el Estado y con la aceptación casi universal del dogma neoliberal en los todos los
arcos parlamentarios de los países europeos.
Es este carácter apátrida, esta subordinación a los EEUU y este control del poder económico sobre
el poder político lo que las diferencia de la de otros países. Y las que las aleja. Visto desde esta
perspectiva de élites, el TTIP presenta dos vectores principales que marcan sus objetivos. Para
alcanzarlos el tratado se sirve de mecanismos novedosos, muy sutiles y extremadamente efectivos.
Sus vectores principales son a nivel interno la instauración del gobierno empresarial en el mundo
occidental y a nivel externo el reforzamiento de su eslabón más fuerte (Estados Unidos) para
enfrentar mejor la amenaza de los países del BRICS, que no aceptan el orden establecido por
Occidente.
Servir a estos dos vectores principales es por tanto la función de todos y cada uno de los
mecanismos y principios insertos en el TTIP. Uno de los más efectivos y más desconocidos es el
Consejo de Cooperación reguladora (CCR) que es el que trataremos de ver algo más detenidamente.
El Consejo de Cooperación reguladora
Por las filtraciones publicadas sabemos que el Consejo de Cooperación reguladora es un nuevo
organismo trasatlántico previsto por el TTIP. Su composición será paritaria entre funcionarios de
los EEUU y de la UE. Su función será la revisión de la totalidad de la legislación tanto presente
como futura de la totalidad del bloque trasatlántico. Su ámbito de actuación abarcará tanto normas
legislativas como toda otra reglamentación no legislativa de cualquier nivel, ya sea el europeo, el
nacional o cualquiera de los subnacionales (ayuntamientos, regiones, estados federados etc). El
criterio de actuación estará marcado por cuestiones meramente monetarias como serán los costes
para las empresas provocados por las regulaciones o posibles reducciones o aumentos de las
partidas presupuestarias para los Estados. Para garantizar su efectividad el CCR estará situado en la
cúspide jerárquica, con lo que estará autorizado a paralizar la labor de cualquier otra instancia.
Un organismo tan cuidadosamente diseñado y tan estratégicamente situado no puede ser el
resultado de la casualidad y denota un alto grado de preparación. Se sabe bien lo que se pretende. El
CCR busca alterar decisivamente todo el proceso de creación legislativa, paralizando antes de su
promulgación toda ley „dañina“ al interés empresarial. Constituirá así una especie de comité de
censura de parlamentos que vigile el respeto del orden neoliberal. No es otra cosa que ideología
hecha organismo público. Al mismo tiempo podrá revisar todo el haber legislativo a la búsqueda de
leyes en vigor opuestas a este mismo interés privado, cambiando en „petit comité“ el resultado de
decenios de luchas por derechos sociales y medioambientales. Esto es lo que la Comisión conoce
como un „tratado vivo“. El TTIP no es algo fijo sino que pone en marcha un proceso de cambio
legislativo continúo cuya orientación está marcada de antemano y cuyos efectos serán progresivos
en el tiempo. El CCR se puede comparar así a la inoculación de un virus. El pinchazo es inofensivo,
las consecuencias pueden se fatales.
Esta vaciamiento de la democracia por medio del debilitamiento del poder legislativo de los estados
es un paso más en el proceso de neoliberalización de nuestras sociedades. Este paso dramático se
hace necesario ante el hecho de que el despojo de la sociedad ha dejado de centrarse en las capas
más desprotegidas y se concentra ahora en sus clases medias. Pese a la labor anestésica que llevan
adelante los medios de comunicación de masas, el dolor acumulado es tal que los Gobiernos de los
estados se han convertido en el eslabón débil del control de la sociedad por la élite del 1%. Pese a
que desde el tratado de Maastricht, los estados han ido viendo limitados sus prerrogativas y su
libertad de acción (no olvidemos que el 80% de la legislación nueva tiene su origen en Europa),
éstos siguen siendo enormes palancas de poder. Así, aunque las normas comunitarias constituyen
una camisa de fuerza neoliberal, un gobierno decidido a defender los derechos de su población tiene
enormes margen de maniobra. No es el momento aquí de describirlas con detenimiento, pero el
grado de deterioro del sistema financiero es tal que el poder de presión de un país pequeño como
Grecia puede ser enorme si amenazase simplemente con una moratoria de su deuda soberana. Y eso
sin contar con el „efecto llamada“ que tales decisiones tendrían sobre las poblaciones de otros
estados miembros. Ante una“coalición de rebeldes“ (por ejemplo Grecia y España) las élites
europeas tendrían que sentarse irremediablemente a negociar bajo la presión de ver a todo el
sistema financiero europeo caer como un castillo de naipes ante el impago de un Estado como el
español.
Ante la inminencia de esta amenaza el TTIP ofrece una solución „neoliberal“ a esta eventualidad. El
Consejo de Cooperación reguladora crea un nuevo nivel transatlántico de decisión (todavía aún más
lejano e inaccesible a la ciudadanía que el europeo) con la capacidad de intervención preventiva
ante „cualquier“ normativa de cualquier nivel que vaya en contra de los intereses monetarios de las
empresas. En la práctica esto significa que cualquier iniciativa política de cualquier gobierno puede
ser „legalmente“ paralizada. Que esto sea o no posible dependerá de la correlación de fuerzas
existentes, pero crea sin duda una vía para declarar ilegales a gobiernos que insistan en normativas
que sean previamente paralizadas por el CCR, basándose en el peregrino criterio de perjuicios a las
empresas, lo cual abrirá la puerta a enormes tensiones internas. Quién sabe, quizá podamos ver
pronto revoluciones de colores en Europa Occidental.
Digámoslo de otra manera. Según los datos conocidos hasta ahora (no olvidemos que las
negociaciones del TTIP son secretas y que sólo una decena de parlamentarios europeos reciben
resúmenes del estado de las negociaciones) el CCR crea un nuevo nivel trasatlántico de decisiones
que está jerárquicamente colocado en la cúspide burocrática y que puede detener cualquier
normativa que afecte económicamente a las multinacionales. Permitirá así intervenir „legalmente“
a los EEUU en los asuntos de cualquier estado soberano, deslegítimando la toma de decisiones de
parlamentos y gobiernos refrendados popularmente. A diferencia del nivel europeo que no cuenta
con mecanismos coercitivos realmente potentes contra gobiernos rebeldes, el garante implícito de
las decisiones del CCR serán los EEUU, que como es bien conocido, cuenta con el mayor
dispositivo represivo del mundo. Mirado así desde este otro ángulo la afirmación de Hillary Clinton
que definió al TTIP como la OTAN económica cobra su sentido pleno. Este coerción, claro está,
existirá para los estados europeos pero no para los EEUU, como se desprende de cualquier relación
de vasallaje. Aunque lo explicado solo suponga un caso extremo, la mera existencia de esta
posibilidad llevará a que la „autodisciplina“ y el „autocontrol“ sean la norma de comportamiento
habitual de muchos gobiernos.
Este órgano burocrático todopoderoso no tendrá la función de legislar, sino la de vigilar la
legislación. Ya que la mitad de sus miembros serán estadounidenses su composición da un poder
inaudito a la contraparte americana para influenciar las decisones soberanas de órganos
democráticamente elegidos. Podrá así (en el caso de una decisión del Parlamento Europeo) anular
las voluntad democrática tomada por los representantes legales de 500 millones de europeos. Se
podría argumentar que esto también lo podrían hacer los representates de la Comisión Europea. En
primer lugar, esta posiblidad es igualmente reprobable; pero en segundo lugar, creer que unos
funcionarios europeos iban a imponer su voluntad al gigante norteaméricano significa ignorar
supinamente la relación de fuerzas existentes en las relaciones transatlánticas. No olvidemos como
funciona la OTAN militar. Su contraparte económica no será diametralmente distinta.
Concluyendo ya, hay un último punto que debe ser tomado en cuenta y que es además de una
enorme trascendencia. Eliminando la posiblidad real de cambio por las vías demoráticas
establecidas, este tratado está eliminando la democracia si esta se define como la voluntad popular y
está instaurando de forma irreversible (en la medida que esto es posible en la Historia) el poder de
unas élites. Bajo la apariencia de instituciones democráticas y conservando todos los elementos
externos de ésta (elecciones, parlamentos, constituciones y partidos) el poder decisional real está
siendo concentrado en muy pocas manos que actúan por vía de intermediarios y que constriñen cada
vez más la autonomía soberana de las naciones y en consecuencia de las poblaciones.
En 1999 David Rockefeller en unas declaraciones al semanario Newsweek declaraba: „alguna cosa
debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo“.
El TTIP representa sin duda un paso de gigante en esta dirección. Su objeto es disciplinar el campo
occidental desde una perspectiva doble: con respecto a las poblaciones y con respecto a los estados
en sí mismos. Todo ello para hacer de Occidente un bloque más compacto y eficiente en su
enfrentamiento con las potencias emergentes. En este sentido el progresivo debilitamiento de
Europa como entidad política es un paso necesario, al igual que lo es el vaciamiento de su
democracia. El reforzamiento de los EEUU no es un objetivo final en sí mismo sino el paso
necesario hacia el orden neoliberal deseado. En „modo confrontación“, que es donde actualmente
nos encontramos habida cuenta de las tensiones con Rusia y con China, es normal que „Occidente“
elija reforzar su eslabón más fuerte.
En cierta medida resulta irónico ver como los países que fueron los abanderados (con límites) de la
democracia se encuentran inmersos en un proceso que puede terminar con ella, si por democracia
entendemos el pensamiento de Lincoln de gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En
una frase que debería estar bien presente en todos nuestros razonamientos sobre el mundo que nos
rodea, Zizek nos recuerda que el matrimonio entre el capitalismo y la democracia ha terminado. Es
a nosotros quien nos toca elegir qué es lo que queremos.