26 enero, 2015

TRATADO DE COMERCIO E INVERSIONES UNIÓN EUROPEA- ESTADOS UNIDOS



El Consejo de Cooperación reguladora o cómo se vacía

una democracia desde el interior


David García (PACD)

La libertad empieza donde la ignorancia acaba (Victor Hugo)

Si el nombre de un tratado tuviera que hacer referencia obligatoria al aspecto principal del cual trata

su contenido, el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones tendría que cambiar de

denominación. La eliminación de barreras arancelelarias no representa apenas el 20% del tratado, y

eso en palabras de la mendaz Comisión Europea. La realidad se queda sin duda bien lejos de este

porcentaje. Pero si el libre comercio no es su objetivo, ¿qué es lo que persigue el proyecto

trasatlántico?

El TTIP es un tratado enormemente complejo, profundo y amplio que extiende sus efectos a múltiples

niveles. Comprender su estructura interna, sus mecanismos legales, principios que lo alientan y sus

implicaciones futuras se antoja por tanto imprescindible para comprender sus objetivos finales. Esta

labor casi detectivesca nos permite abrir una ventana privilegiada por la que observar los mecanismos

de los que se sirven nuestras élites para seguir imponiendo sus intereses a las mayorías. Este artículo se

enmarca en una serie que comenzó intentando explicar el trasfondo geopolítico del tratado. Hoy

intentaremos vislumbrar los contornos de un organismo muy poco conocido que de instaurarse estará

en condiciones de vaciar de contenido y de significación no ya a los parlamentos nacionales, sino al

conjunto del poder legislativo europeo: nos referimos al Consejo de Cooperación reguladora.

El último informe de Oxfam pone números a lo que ya debería ser una obviedad para todos. A día

de hoy, el 1% de la población del mundo (la que manda) posee la misma riqueza que el 99%

restante. Tendencia creciente. Así que lo que la filosofía, el derecho, la biología e incluso la religión

afirman (que somos iguales) es contradicho por la gran verdad de nuestro tiempo que es la

economía. En efecto, „económicamente“ existen dos clases de seres humanos: la élite minúscula del

1% y el pueblo del 99%. Es el dinero (y no la raza, el origen o la religión) lo que separa a los

humanos de los „superhumanos“. Aunque quizás fuera más apropiado hablar del organismo social y

su metástasis.

Siempre ha existido la desigualdad pero una como la hoy que hoy padecemos no tiene parangón en

la Historia. Esta situación sin embargo está lejos de ser estable. Intrínsecamente, por definición

misma podría decirse, una situación como la actual es movediza, volátil o incluso directamente

explosiva. Y el 1% lo sabe. Bien que lo sabe. Así que las élites también saben que tienen que tomar

medidas si quieren mantener el status quo.

El TTIP (junto con el TPP y el TISA) es el acuerdo de las élites „occidentales“ para mantener esta

orden de cosas. Esta lucha fratricida de poder se lleva adelante contra dos oponentes: la propia

población que comienza a revelarse y contra las élites de países que no aceptan las reglas de juego

de Occidente. „Occidente“ debe entenderse aquí no como una localización geográfica concreta,

sino como una visión del mundo que es la expresada por el modelo neoliberal y que es

personalizada por sus élites. Es por ello que „Occidente“ también está en Asia (Japón) o en

América Latina (Colombia, México).

Una característica fundamental de las „élites de Occidente“ es su carácter supranacional, liberada ya

(mentalmente) de las ataduras nacionales. Por supuesto que el mundo de naciones actual todavía

éstas juegan un papel importante (a fin de cuentas el peso relativo de las élites no solo depende de

su peso económico sino también del estado que las sostiene). Pero en este mundo en transición

acelerada, éstas élites se encuentran mentalmente más cercanas entre ellas que de sus conacionales

respectivos y no encuentran la menor dificultad en dañar sus propios estados si esto les reporta

beneficios adecuados. En definitiva, es el dinero lo que cuenta. Una segunda característica central

presente en este grupo y que marca indeleblemente a las élites de Occidente es su subordinación

voluntaria a EEUU al que ven como el garante de sus privilegios. Es en este último país donde su

control efectivo de la sociedad es más completo y a la vez más sutil. En cierto modo, este país

representa para ellas el modelo a seguir. Un último tercer elemento característico es la

subordinación del poder político al poder oligárquico empresarial, resultado de más de 30 años de

políticas contra el Estado y con la aceptación casi universal del dogma neoliberal en los todos los

arcos parlamentarios de los países europeos.

Es este carácter apátrida, esta subordinación a los EEUU y este control del poder económico sobre

el poder político lo que las diferencia de la de otros países. Y las que las aleja. Visto desde esta

perspectiva de élites, el TTIP presenta dos vectores principales que marcan sus objetivos. Para

alcanzarlos el tratado se sirve de mecanismos novedosos, muy sutiles y extremadamente efectivos.

Sus vectores principales son a nivel interno la instauración del gobierno empresarial en el mundo

occidental y a nivel externo el reforzamiento de su eslabón más fuerte (Estados Unidos) para

enfrentar mejor la amenaza de los países del BRICS, que no aceptan el orden establecido por

Occidente.

Servir a estos dos vectores principales es por tanto la función de todos y cada uno de los

mecanismos y principios insertos en el TTIP. Uno de los más efectivos y más desconocidos es el

Consejo de Cooperación reguladora (CCR) que es el que trataremos de ver algo más detenidamente.

El Consejo de Cooperación reguladora

Por las filtraciones publicadas sabemos que el Consejo de Cooperación reguladora es un nuevo

organismo trasatlántico previsto por el TTIP. Su composición será paritaria entre funcionarios de

los EEUU y de la UE. Su función será la revisión de la totalidad de la legislación tanto presente

como futura de la totalidad del bloque trasatlántico. Su ámbito de actuación abarcará tanto normas

legislativas como toda otra reglamentación no legislativa de cualquier nivel, ya sea el europeo, el

nacional o cualquiera de los subnacionales (ayuntamientos, regiones, estados federados etc). El

criterio de actuación estará marcado por cuestiones meramente monetarias como serán los costes

para las empresas provocados por las regulaciones o posibles reducciones o aumentos de las

partidas presupuestarias para los Estados. Para garantizar su efectividad el CCR estará situado en la

cúspide jerárquica, con lo que estará autorizado a paralizar la labor de cualquier otra instancia.

Un organismo tan cuidadosamente diseñado y tan estratégicamente situado no puede ser el

resultado de la casualidad y denota un alto grado de preparación. Se sabe bien lo que se pretende. El

CCR busca alterar decisivamente todo el proceso de creación legislativa, paralizando antes de su

promulgación toda ley „dañina“ al interés empresarial. Constituirá así una especie de comité de

censura de parlamentos que vigile el respeto del orden neoliberal. No es otra cosa que ideología

hecha organismo público. Al mismo tiempo podrá revisar todo el haber legislativo a la búsqueda de

leyes en vigor opuestas a este mismo interés privado, cambiando en „petit comité“ el resultado de

decenios de luchas por derechos sociales y medioambientales. Esto es lo que la Comisión conoce

como un „tratado vivo“. El TTIP no es algo fijo sino que pone en marcha un proceso de cambio

legislativo continúo cuya orientación está marcada de antemano y cuyos efectos serán progresivos

en el tiempo. El CCR se puede comparar así a la inoculación de un virus. El pinchazo es inofensivo,

las consecuencias pueden se fatales.

Esta vaciamiento de la democracia por medio del debilitamiento del poder legislativo de los estados

es un paso más en el proceso de neoliberalización de nuestras sociedades. Este paso dramático se

hace necesario ante el hecho de que el despojo de la sociedad ha dejado de centrarse en las capas

más desprotegidas y se concentra ahora en sus clases medias. Pese a la labor anestésica que llevan

adelante los medios de comunicación de masas, el dolor acumulado es tal que los Gobiernos de los

estados se han convertido en el eslabón débil del control de la sociedad por la élite del 1%. Pese a

que desde el tratado de Maastricht, los estados han ido viendo limitados sus prerrogativas y su

libertad de acción (no olvidemos que el 80% de la legislación nueva tiene su origen en Europa),

éstos siguen siendo enormes palancas de poder. Así, aunque las normas comunitarias constituyen

una camisa de fuerza neoliberal, un gobierno decidido a defender los derechos de su población tiene

enormes margen de maniobra. No es el momento aquí de describirlas con detenimiento, pero el

grado de deterioro del sistema financiero es tal que el poder de presión de un país pequeño como

Grecia puede ser enorme si amenazase simplemente con una moratoria de su deuda soberana. Y eso

sin contar con el „efecto llamada“ que tales decisiones tendrían sobre las poblaciones de otros

estados miembros. Ante una“coalición de rebeldes“ (por ejemplo Grecia y España) las élites

europeas tendrían que sentarse irremediablemente a negociar bajo la presión de ver a todo el

sistema financiero europeo caer como un castillo de naipes ante el impago de un Estado como el

español.

Ante la inminencia de esta amenaza el TTIP ofrece una solución „neoliberal“ a esta eventualidad. El

Consejo de Cooperación reguladora crea un nuevo nivel transatlántico de decisión (todavía aún más

lejano e inaccesible a la ciudadanía que el europeo) con la capacidad de intervención preventiva

ante „cualquier“ normativa de cualquier nivel que vaya en contra de los intereses monetarios de las

empresas. En la práctica esto significa que cualquier iniciativa política de cualquier gobierno puede

ser „legalmente“ paralizada. Que esto sea o no posible dependerá de la correlación de fuerzas

existentes, pero crea sin duda una vía para declarar ilegales a gobiernos que insistan en normativas

que sean previamente paralizadas por el CCR, basándose en el peregrino criterio de perjuicios a las

empresas, lo cual abrirá la puerta a enormes tensiones internas. Quién sabe, quizá podamos ver

pronto revoluciones de colores en Europa Occidental.

Digámoslo de otra manera. Según los datos conocidos hasta ahora (no olvidemos que las

negociaciones del TTIP son secretas y que sólo una decena de parlamentarios europeos reciben

resúmenes del estado de las negociaciones) el CCR crea un nuevo nivel trasatlántico de decisiones

que está jerárquicamente colocado en la cúspide burocrática y que puede detener cualquier

normativa que afecte económicamente a las multinacionales. Permitirá así intervenir „legalmente“

a los EEUU en los asuntos de cualquier estado soberano, deslegítimando la toma de decisiones de

parlamentos y gobiernos refrendados popularmente. A diferencia del nivel europeo que no cuenta

con mecanismos coercitivos realmente potentes contra gobiernos rebeldes, el garante implícito de

las decisiones del CCR serán los EEUU, que como es bien conocido, cuenta con el mayor

dispositivo represivo del mundo. Mirado así desde este otro ángulo la afirmación de Hillary Clinton

que definió al TTIP como la OTAN económica cobra su sentido pleno. Este coerción, claro está,

existirá para los estados europeos pero no para los EEUU, como se desprende de cualquier relación

de vasallaje. Aunque lo explicado solo suponga un caso extremo, la mera existencia de esta

posibilidad llevará a que la „autodisciplina“ y el „autocontrol“ sean la norma de comportamiento

habitual de muchos gobiernos.

Este órgano burocrático todopoderoso no tendrá la función de legislar, sino la de vigilar la

legislación. Ya que la mitad de sus miembros serán estadounidenses su composición da un poder

inaudito a la contraparte americana para influenciar las decisones soberanas de órganos

democráticamente elegidos. Podrá así (en el caso de una decisión del Parlamento Europeo) anular

las voluntad democrática tomada por los representantes legales de 500 millones de europeos. Se

podría argumentar que esto también lo podrían hacer los representates de la Comisión Europea. En

primer lugar, esta posiblidad es igualmente reprobable; pero en segundo lugar, creer que unos

funcionarios europeos iban a imponer su voluntad al gigante norteaméricano significa ignorar

supinamente la relación de fuerzas existentes en las relaciones transatlánticas. No olvidemos como

funciona la OTAN militar. Su contraparte económica no será diametralmente distinta.

Concluyendo ya, hay un último punto que debe ser tomado en cuenta y que es además de una

enorme trascendencia. Eliminando la posiblidad real de cambio por las vías demoráticas

establecidas, este tratado está eliminando la democracia si esta se define como la voluntad popular y

está instaurando de forma irreversible (en la medida que esto es posible en la Historia) el poder de

unas élites. Bajo la apariencia de instituciones democráticas y conservando todos los elementos

externos de ésta (elecciones, parlamentos, constituciones y partidos) el poder decisional real está

siendo concentrado en muy pocas manos que actúan por vía de intermediarios y que constriñen cada

vez más la autonomía soberana de las naciones y en consecuencia de las poblaciones.

En 1999 David Rockefeller en unas declaraciones al semanario Newsweek declaraba: „alguna cosa

debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo“.

El TTIP representa sin duda un paso de gigante en esta dirección. Su objeto es disciplinar el campo

occidental desde una perspectiva doble: con respecto a las poblaciones y con respecto a los estados

en sí mismos. Todo ello para hacer de Occidente un bloque más compacto y eficiente en su

enfrentamiento con las potencias emergentes. En este sentido el progresivo debilitamiento de

Europa como entidad política es un paso necesario, al igual que lo es el vaciamiento de su

democracia. El reforzamiento de los EEUU no es un objetivo final en sí mismo sino el paso

necesario hacia el orden neoliberal deseado. En „modo confrontación“, que es donde actualmente

nos encontramos habida cuenta de las tensiones con Rusia y con China, es normal que „Occidente“

elija reforzar su eslabón más fuerte.

En cierta medida resulta irónico ver como los países que fueron los abanderados (con límites) de la

democracia se encuentran inmersos en un proceso que puede terminar con ella, si por democracia

entendemos el pensamiento de Lincoln de gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En

una frase que debería estar bien presente en todos nuestros razonamientos sobre el mundo que nos

rodea, Zizek nos recuerda que el matrimonio entre el capitalismo y la democracia ha terminado. Es

a nosotros quien nos toca elegir qué es lo que queremos.