Imagen: Antología del flamenco coordinada por Antonio Mairena. 1960.
Los intereses de los préstamos bancarios: ¿qué justificación tienen y por qué no deberíamos pagarlos?
Cualquier persona que haya tenido que devolver un préstamo sabe lo
que significan los intereses a la hora de pagarlo. Uno recibido, por
ejemplo, al 7% supondría tener que devolver casi el doble del capital
recibido al cabo de diez años.
Tanto es el peso de lo intereses que llevan consigo los préstamos que
durante mucho tiempo se consideró que cobrarlos por encima de unos
niveles determinados más o menos razonables se consideraba no solo un
delito de usura sino una acción inmoral, o incluso un pecado grave que
condenaría para siempre a quien lo cometiera.
Hoy día, sin embargo, casi todos los gobiernos han eliminado esa
figura delictiva y a todo el mundo le parece natural que se cobren
intereses legales de hasta un 30% (esto es lo que cobran en estos
momentos los bancos españoles a los clientes que sobrepasen su línea de
crédito) o que haya naciones hundidas en la miseria no exactamente por
lo que deben sino por la cuantía de los intereses que han de pagar.
Los países de la Unión Europea renunciaron a tener un banco central
que los financiara cuando necesitasen dinero y entonces tienen que
recurrir a la banca privada en esas circunstancias. En consecuencia, en
lugar de financiarse al 0%, o a un interés mínimo que simplemente cubra
los gastos de administrar la política monetaria, tienen que hacerlo al
4, 5, 6 o incluso al 15% en algunas ocasiones. Y eso hace que cada año
los bancos privados reciban entre 300.000 millones y 400.000 millones de
euros en forma de intereses (¿tengo, entonces, que explicar quién
estuvo y por qué detrás de la decisión de que el Banco Central Europeo
no financiara a los gobiernos?).
Los economistas franceses Jacques Holbecq y Philippe Derudder han
demostrado que Francia ha tenido que pagar 1,1 billones de euros en
intereses desde 1980 (cuando el banco central dejó de financiar al
gobierno) a 2006 para hacer frente a la deuda de 229.000 millones
existente en ese primer año (Jacques Holbecq y Philippe Derudder, La dette publique, une affaire rentable: A qui profite le système?, Ed.
Yves Michel, París, 2009). Es decir, que si Francia hubiera sido
financiada por un banco central sin pagar intereses se habría ahorrado
914.000 millones de euros y su deuda pública sería hoy insignificante.
En España ha ocurrido lo mismo. Nosotros hemos pagado ya, a cuenta de
los intereses (227.000 millones en total desde entonces), tres veces la
deuda que teníamos en 2000 y a pesar de ello ahora seguimos debiendo
todavía el doble de lo que debíamos en ese año (Yves Julien y Jérôme
Duval, España: ¿Cuántas veces tendremos que pagar una deuda que no es nuestra?).
Eduardo Garzón ha calculado que si un autentico banco central hubiese
financiado los déficits de España desde 1989 a 2011 al 1%, la deuda
ahora sería también insignificante, del 14% del PIB y no de casi el 90% (Situación de las arcas públicas si el estado español no pagara intereses de deuda pública).
Y lo curioso es que estos intereses que cobran los bancos a las
personas, a las empresas o a los gobiernos y que lastran continuamente
su capacidad de crear riqueza no tienen justificación alguna.
Se podría entender que alguien cobrase un determinado interés cuando
concediese un préstamo a otro sujeto si al hacerlo renunciase a algo. Si
yo le presto a Pepe 300 euros y eso me impide, por ejemplo, pasar un
fin de semana de vacaciones con mi familia podría quizá justificarse que
yo le cobrase un interés por la renuncia que hago a mi disfrute. Pero
es que eso no es lo que sucede cuando un banco presta.
Lo que la mayoría de la gente no sabe, porque los banqueros se
encargan de disimularlo y de que no se hable de ello, es que cuando los
bancos prestan no están renunciando a algo porque, como decía el Premio
Nobel de Economía Maurice Allais, el dinero que prestan no existe
previamente sino que lo crean ex nihilo, es decir, desde la nada.
El procedimiento es muy sencillo y lo explicamos Vicenç Navarro y yo en nuestro libro Los amos del mundo. las armas del terrorismo financiero (p. 57 y siguientes):
“Supongamos que Pedro se deja
convencer por un banquero y deposita los 100 euros de los que dispone en
un banco, a cambio de recibir un interés del 4% al año. En ese momento,
el banco hace dos anotaciones en su balance, que es el libro en donde
registra sus cuentas:
- Por un lado, anota que
tiene 100 euros como un activo (los activos son los bienes o los
derechos sobre otros que tiene alguien), y más concretamente en concepto
de dinero metálico entregado por Pedro.
- Por otro, anota que tiene un pasivo
(los pasivos son las obligaciones de alguien) de 100 euros, puesto que
ese metálico es en realidad de Pedro y tendrá que devolvérselo en el
momento en que lo reclame.
Al hacerse este depósito tampoco ha
cambiado la canti- dad de dinero en la economía. Sigue habiendo 100
euros, aunque ahora estén físicamente en otro lugar, en la caja del
banco.
Ahora supongamos que otra persona,
Rebeca, necesita 20 euros y veamos qué ocurre en la economía si Pedro le
presta esa cantidad o si es el banco quien lo hace.
Si Pedro tiene 100 euros y le da 20
en préstamo a Rebeca la cantidad de dinero existente en la economía
sigue siendo la misma: 100 euros, solo que ahora 20 están en el bolsillo
de Rebeca y 80 siguen en el de Pedro. El préstamo entre particulares no
ha alterado la cantidad de dinero total aunque sí produce un efecto
importante: Pedro ha renunciado a poder gastar una parte de su dinero,
los 20 euros que le presta a Rebeca.
Pero ¿qué ocurre si no es Pedro quien le da un préstamo de 20 euros a Rebeca sino el banco?
Rebeca irá seguramente atemorizada a
la sucursal banca- ria preguntándose si el señor banquero le hará el
favor de concedérselo. Pero el banquero no tiene duda: desde que recibió
el depósito de Pedro está pensando que este, con toda seguridad, no va a
retirar la cantidad depositada de un golpe, de modo que si deja una
parte de esos 100 euros depo sitados para atender a sus reembolsos y
encuentra a otra per- sona que desee un crédito puede hacer un buen
negocio siempre que le cobre más del 4%.
Cuando llega Rebeca a su banco, el
banquero se frota las manos y, aunque seguramente le pondrá pegas para
disimular quién hace el favor a quién, le concederá enseguida el présta-
mo deseado de 20 euros a un tipo desde luego superior al 4%, pongamos
que al 7%.
Supongamos que le pone esa cantidad a
su disposición en un depósito a su nombre y que le entrega unos cheques
o una tarjeta con los que puede utilizarlo.
¿Cuánto dinero hay en la economía en el momento en que se concede dicho crédito?
Como la inmensa mayoría de la gente
piensa que el dinero es simplemente el dinero legal, contestará que
sigue habiendo 100 euros. Pero si entendemos que el dinero es lo que es,
es decir, medios de pago, veremos claramente que hay más: Pedro puede
hacer pagos con su talonario de cheques por valor de 100 euros y Rebeca
puede pagar hasta gastar los 20 euros que le han dado de préstamo. Por
tanto, desde el mismo momento en que se hizo efectivo el préstamo, en la
economía hay 120 euros en medios de pago. No se han crea- do ni monedas
ni billetes (siguen existiendo por valor de 100 euros) pero sí medios
de pago que llamamos dinero bancario por valor de esos 20 euros”.
Así es como los bancos crean dinero desde la nada cuando dan un
préstamo. El banco crea el dinero en la medida en que crea deuda, pero
lo cierto es que esta también se crea desde la nada: simplemente
anotando el banco en el activo de su balance que los 100 euros que Pedro
había depositado ahora se convierten en 80 mantenidos en la caja y 20
en un préstamo concedido a Rebeca y que esta se obliga a devolver. Si no
fuese así, si el dinero que crean los bancos no naciese de la nada, la
cantidad de dinero no podría aumentar, puesto que un billete o una
moneda no pueden reproducirse materialmente a partir de sí mismos.
Y si sabemos estas cosas tan simples ya podemos responder a la
pregunta del título: ¿qué justificación tiene que los bancos cobren
intereses cuando conceden préstamos y por qué no deberíamos pagarlos?
La respuesta es clara: no hay ninguna justificación y no deberíamos
pagarlos porque proceden de dinero creado de la nada. Si los pagamos es
solo porque los banqueros tienen un privilegio desorbitado que nos
imponen gracias a su enorme poder.
Una agencia pública podría crear esos medios de pago sin ánimo de
lucro y sin apenas ningún coste, simplemente controlando que se
mantenga la proporción adecuada entre actividad económica y medios de
pago.
Pero cuando la creación de dinero se convierte en el negocio de la
banca, es lógico que esta lo cree sin cesar, promoviendo la mayor
generación de deuda posible. La banca privada tiende a aumentar así la
circulación monetaria sin necesidad, artificialmente, y sin que al mismo
tiempo esté aumentando la circulación de activos reales (porque esto
obviamente no está a su alcance).
Esta es la razón de que aumente tanto la deuda y no el que vivamos
por encima de nuestra posibilidades o porque se gaste mucho en educación
o sanidad, como nos dicen siempre.
Ya sabemos entonces lo que hay que hacer para que la economía
funcione mucho mejor: acabar con el privilegio de la banca e impedir que
pueda crear dinero desde la nada aumentando la deuda.
Otro día explicaré la forma alternativa en que podría funcionar
perfectamente el sistema bancario sin que los banqueros disfruten de
este privilegio que nos arruina constantemente.
Fuente: Ganas de Escribir. Blog Juan Torres.