Los rebeldes, los ejércitos infiltrados, el espionaje y los secretas en los movimientos de liberación/ expresión/ manifestación verdaderos, constituyen desde las últimas guerras en latinoamérica hasta países como Italia, Islandia, Grecia o el Estado español, la verdadera dinamita de la paz y el ejercicio de la libertad de expresión. Los responsables: los (des) gobiernos y sus estrategias de recolonización política y/o económica.
Imagen: Disco censurado en los 70. Paco de Lucía e Iturralde.
Carne de cañón
¿Y si resulta que el Gobierno en el 22M utilizó a los
antidisturbios como carne de cañón para disparar de muerte a las
protestas sociales?
¿Y si lo que ocurrió en los altercados del 22M es
que se abandonó conscientemente a esos quince UIP entre un grupo
violento sin prestarles apoyo para conseguir la imagen de policías
brutalmente agredidos y el titular de antidisturbios heridos, algunos de
gravedad? ¿Y si los responsables políticos utilizaron a los policías
como carne de cañón, poniendo en riesgo sus vidas, para criminalizar una
protesta que fue mayoritariamente pacífica? Es solo una hipótesis pero
tanto las circunstancias como las fuentes que he consultado hacen que
sea una posibilidad perfectamente plausible la teoría del montaje que
sostienen los organizadores de las Marchas. Analicemos los
acontecimientos.
Los hechos. Como sabemos, un
retén de solo quince antidisturbios se queda aislado a merced de un
grupo mucho más numeroso de manifestantes con el que se inicia una
tremenda batalla campal. Los policías piden auxilio pero se produce "un
silencio en la emisora durante unos minutos. Pasan demasiados minutos
sin apoyo", como ha explicado Miguel Ángel Fernández del Sindicato
Unificado de Policía (SUP) y como corroboran el resto de sindicatos
policiales.
¿Por qué calla la emisora durante minutos
en una situación de altísimo riesgo que requiere una respuesta
inmediata? ¿Por qué se quedan aislada una quincena de antidisturbios en
un dispositivo de 1.700? Los mandos aseguran que fue un "error humano",
que se tardó en reaccionar y que se envió a los refuerzos a la zona
equivocada. Además de que sea muy poco creíble que se equivoquen de
posición en un área tan abierta y cercana al núcleo del dispositivo, eso
no explica los minutos de silencio en la radio ni por qué avanzan 15
policías solos sin la cobertura habitual de los furgones y de otros
compañeros.
Fuentes policiales y observadores
independientes que han grabado decenas de manifestaciones, aseguran que
los antidisturbios tienen perfectamente localizados los focos de
violencia y saben cómo moverse en grupos muy numerosos para
acordonarlos. Sin embargo, esta vez ocurrió al revés: fueron rodeados
por ellos. Además habían recibido una orden estricta y anormal: no
utilizar pelotas de goma, lo que les hace infinitamente más vulnerables.
Después la tensión se elevó tanto que las utilizaron sin respetar el
rebote reglamentario en el suelo. Se creó el escenario para que
ocurrieran desgracias en uno y otro lado, como así ha sido.
La clave está en quién daba las órdenes allí. No fue el jefe de la UIP
que no estaba en la calle como es habitual. Su lugar lo ocupaba
extraordinariamente el Comisario General de Seguridad Ciudadana, un
cargo de confianza del ministro del Interior, nombrado por Jorge
Fernández Díaz. Lo normal es que el comisario hubiera estado en su
gabinete coordinando el dispositivo, ¿por qué entonces sustituyó en su
puesto al jefe de la UIP que desapareció del mapa? ¿A qué se debe este
cambio tan inusual? ¿Y a qué se debe que no respondiese a la llamada de
auxilio de sus hombres y dejase la emisora en silencio "durante
minutos"? Hay silencios que dicen más que mil palabras. Ese silencio
podría haberle costado la vida a alguien. Ese silencio solo servía a
quienes quieren acallar los gritos en la calle.
Las consecuencias.
El resultado es el que venía persiguiendo el PP antes de la
manifestación, criminalizarla como había hecho el presidente de la
Comunidad de Madrid al compararla con los nazis de Amanecer Dorado. El
resultado es que no se ha hablado del éxito de la convocatoria ni de las
legítimas demandas ciudadanas solo de los altercados que se han
comparado incluso con los de Ucrania. Cifuentes ha llegado a decir que
se intentó "matar policías" y que "no había visto nunca una
manifestación tan violenta". El jefe de la policía, Ignacio Cosidó habla
de "escalada de violencia". Y la siempre imprudente Ana Botella pide
que se limite el derecho de manifestación a una zona de la ciudad. Qué
casualidad que el único que ha secundado semejante insensatez ha sido el
ministro del Interior. Ha tenido que venir la vicepresidenta a
desautorizarlo. Por ahora. Veremos qué dice si sigue escalando la
tensión.
Qué casualidad también que esto ocurre
cuando el Gobierno trata de sacar adelante la Ley de Seguridad
Ciudadana, puesta en tela de juicio esta misma semana, una vez más, por
el poder judicial que advierte al ministro de que contiene muchos
elementos inconstitucionales. Luego dice Ignacio González que las
Marchas vienen a "subvertir el orden constitucional". Para qué, si ya lo
subvierte su partido. Para superar las trabas judiciales qué mejor que
generar en la opinión pública la necesidad imperiosa de una ley que
ponga freno a la "escalada de violencia" que quiere "matar policías".
La escalada la está propiciando el Gobierno con declaraciones
incendiarias que criminalizan la protesta sin distinguir entre la
mayoría pacífica y la residual minoría violenta, a la que el 22M hace
parecer mucho mayor de lo que es. También propician la violencia al
agotar todas las vías pacíficas sin ofrecer más respuesta que el
silencio y el desprecio a las reivindicaciones sociales. Y lo peor es
que están consiguiendo lo que querían: cada vez hay más agresividad en
algunos manifestantes y entre los policías, como prueban los 69
antidisturbios heridos, el joven que ha perdido un testículo de un
pelotazo y el que ha perdido la visión también por una pelota.
En foros policiales se puede leer estos días frases aterradoras que
deberían ser motivo de expediente disciplinario como "los gomazos del
cuello para arriba", "usar la pistola llegará, solo es cuestión de
tiempo" o "tendrá que morir alguien para que se tomen cartas en el
asunto". De hecho ya hubo dos policías que desenfundaron sus pistolas.
Parece que eso es lo que van buscando los responsables políticos y unos y
otros están cayendo en la provocación, lo que solo beneficia al
Gobierno. Un muerto sobre la mesa, sea policía o civil, generaría tal
alarma social que las manifestaciones quedarían desactivadas o
fatalmente estigmatizadas.
Todo esto me lleva a
pensar que se ha utilizado a los policías como carne de cañón para
disparar de muerte a la protesta. Con un Gobierno instalado en la
mentira y tantas circunstancias sospechosas ocurridas en el 22M, me
resulta difícil creer que se deban solo a "errores humanos" como
sostienen fuentes oficiales. Demasiados errores juntos parecen un
acierto premeditado. Los antidisturbios deberían empezar a cuestionar a
quienes les utilizan como carnaza por un sueldo de saldo. Muchos
ciudadanos hace años que sabemos que nos usan como carne de cañón.