Vargas Llosa y García Márquez. Vivir para sus síes mismos.
García Márquez y el amor al dinero, un artículo de Rafael Narbona
Hace unos días, me pidieron
unas palabras sobre García Márquez y su obra. Me enfrenté a la penosa
obligación de escribir algo que no deseaba, pero ser crítico literario
implica cumplir con ciertos compromisos, particularmente cuando se
trabaja en un espacio que siempre se ha mostrado respetuoso con mis
opiniones. La muerte de un escritor laureado suele provocar devociones
histéricas, salvo cuando se trata de un autor que ha nadado contra la
corriente. Pienso en José Bergamín o en Alfonso Sastre. Bergamín sufrió
toda clase de agravios por su apoyo a la izquierda abertzale y su pasado
de antifascista insobornable, que incluyó una oposición firme, valiente
y clarividente contra la Transición. Con una trayectoria similar,
Alfonso Sastre aún vive, pero se le ha marginado sistemáticamente de los
grandes medios por sus convicciones políticas. Ser un comunista
libertario que cree en el derecho de autodeterminación de los pueblos no
está bien visto. Es una actitud radical, que desagrada a los editores,
ávidos de ganancias. Cuando desaparezca (y espero que sea lo más tarde
posible), las necrológicas serán discretas y, en muchos casos,
proliferarán los exabruptos, por supuesto en nombre de la libertad, la
democracia y los derechos humanos. García Márquez prefirió arrimarse al
poder y, en la hora de su muerte, ha cosechado un clamor de alabanzas.
Barack Obama, Presidente de los Estados
Unidos, le ha despedido, aseverando que desaparecía uno de los
“escritores más visionarios”, “maestro” del realismo mágico y “voz” del
pueblo americano. Álvaro Uribe, ex Presidente de Colombia, escribió en
su cuenta Twitter: “Maestro García Márquez, gracias siempre, millones de
habitantes del planeta se enamoraron de nuestra patria en la
fascinación de sus renglones”. Tanto Obama como Uribe están implicados
en crímenes contra la humanidad. Entre otras cosas, Obama pasará a la
historia por los asesinatos extrajudiciales con aviones no tripulados
(los famosos drones) y Álvaro Uribe será recordado por su agresivo
terrorismo de estado. De hecho, la Corte Penal Internacional investiga
sus crímenes y no descarta ordenar su improbable detención. Improbable
porque Uribe es un peón de Estados Unidos y Estados Unidos no reconoce
la autoridad de la Corte Penal Internacional. Ser honrado por dos
genocidas no debería ser una buena noticia para un escritor difunto. ¿Se
puede hacer una radiografía del pensamiento político de García Márquez?
Dado que nunca escribió un ensayo que reflejara su posición, nos
limitaremos a los hechos. Simpatizó con el socialismo y la Revolución
Cubana, criticó el imperialismo norteamericano (lo cual motivó que se le
negara el visado estadounidense hasta la presidencia de Bill Clinton),
negó ser comunista, se exilió en México al ser vinculado con el M-19 por
el gobierno de Julio César Turbay en 1981, pero al año siguiente,
Belisario Betancur sucedió a Turbay y le ofreció un cargo oficial, como
ministro o embajador en Madrid o París, según contó Jon Lee Anderson en
su famoso artículo “El poder de Gabo”. Sin embargo, García Márquez
decidió convertir Ciudad de México en su residencia habitual, si bien
pasaba temporadas en sus casas de Bogotá, Cuernavaca, Barcelona, París,
La Habana, Cartagena de Indias y Barranquilla. Apoyó la candidatura de
Andrés Pastrana y, posteriormente, realizó funciones de mediador entre
el gobierno colombiano y las guerrillas del ELN y las FARC. Sus
funciones como pacificador no produjeron ningún fruto. Con los años, su
perfil político se hizo cada vez más indefinido y difuso. Aunque ahora
no se mencione, su prestigio como autor empezó a declinar. Algunos
críticos apuntaron que Crónica de una muerte anunciada (1981)
marcaba el fin de un ciclo caracterizado por la innovación y la
creatividad. Personalmente, nunca me ha gustado García Márquez, salvo en
la adolescencia, pero después he mentido en más de una ocasión abrumado
por la beligerancia de sus admiradores.
Hace unos días, el ex presidente
Betancur, con 91 años, admitió no saber si García Márquez era de
izquierdas o de derechas, asegurando que era absurdo hablar en esos
términos, pues “son denominaciones obsoletas”. El ex presidente Pastrana
ha afirmado que Gabo era un liberal que “evolucionó cómo evolucionó la
izquierda. No era radical”. En Aracataca, pueblo natal del escritor, se
ha recibido la noticia de su fallecimiento con relativa indiferencia.
Algunos se han quejado de que su famoso y multimillonario compatriota no
haya realizado ninguna donación a una paupérrima comunidad de 45.000
habitantes, sin servicio de agua potable y con grandes carencias
materiales. El tumulto que ha levantado la muerte de García Márquez me
ha recordado la oleada de homenajes recibidos por Nelson Mandela. Es
indiscutible que Mandela hizo mucho más por Sudáfrica que García Márquez
por Colombia, pues pasó 27 años en la cárcel y renunció a la libertad,
cuando se le ofreció a cambio de abandonar y condenar la lucha armada.
Madiba acabó con el apartheid, pero pactó con la oligarquía blanca,
comprometiéndose a no introducir cambios revolucionarios en cuestiones
económicas. Hoy en día Sudáfrica es uno de los países más desiguales y
violentos del planeta. En Colombia, la situación no es mejor. Dicen que
García Márquez era vanidoso y sibarita. Lo primero es irrelevante, pues
suele ser el pecado capital de todos los artistas. En cuanto a lo
segundo, no sé a cuánto asciende la fortuna personal del escritor, pero
desde luego supera el patrimonio del vilipendiado Hugo Chávez. Gracias a
las gestiones de Carmen Balcells, hada madrina de los plumíferos
ambiciosos, se le llegaron a pagar casi 2 millones de dólares como
anticipo por cada libro. Solo Isabel Allende, triste imitadora de García
Márquez, ha cobrado cantidades semejantes en el mercado de las letras
hispanoamericanas. Se han vendido 30 millones de ejemplares de Cien años de soledad. Algunos dirán… ¿y qué? ¿Qué tiene de malo el dinero?
Pues creo que el dinero o, mejor dicho, el amor al dinero es la piedra fundacional de la economía capitalista. Airado, un escritor chileno, que al parecer era amigo de García Márquez, me dijo que no era un explotador ni un burgués. Yo creo que sí era un gran burgués, que amaba el caviar, el champán y la langosta. No era un burgués en el sentido marxista del término, pues no era propietario de los medios de producción, pero sí en un sentido más moderno y convencional. Amaba el lujo y se relacionaba con los poderosos de la tierra. No se diferenciaba mucho de su eterno antagonista, el furibundo neoliberal Mario Vargas Llosa, que le pegó un puñetazo en el ojo por razones aún desconocidas. Ambos pasaron por el sarampión juvenil de querer cambiar el mundo y, apenas llegó el éxito, descubrieron que era mucho más cómodo disfrutar de los grandes placeres del mundo. Ninguno tomó partido por el pobre, el paria, el enfermo o el excluido. Ninguno salió a la calle a defender sus derechos, aprovechando su influencia para luchar contra la explotación y la desigualdad. Presuntamente, García Márquez no era un explotador. No sé cómo trataba a sus empleados, pero está claro que nadaba en la ciénaga capitalista como pez en el agua. Imagino que alguno me atribuirá envidia. No sé si en mi inconsciente late el anhelo de lujo y riqueza. Si es así, intento reprimir ese impulso dañino y mezquino.
Pues creo que el dinero o, mejor dicho, el amor al dinero es la piedra fundacional de la economía capitalista. Airado, un escritor chileno, que al parecer era amigo de García Márquez, me dijo que no era un explotador ni un burgués. Yo creo que sí era un gran burgués, que amaba el caviar, el champán y la langosta. No era un burgués en el sentido marxista del término, pues no era propietario de los medios de producción, pero sí en un sentido más moderno y convencional. Amaba el lujo y se relacionaba con los poderosos de la tierra. No se diferenciaba mucho de su eterno antagonista, el furibundo neoliberal Mario Vargas Llosa, que le pegó un puñetazo en el ojo por razones aún desconocidas. Ambos pasaron por el sarampión juvenil de querer cambiar el mundo y, apenas llegó el éxito, descubrieron que era mucho más cómodo disfrutar de los grandes placeres del mundo. Ninguno tomó partido por el pobre, el paria, el enfermo o el excluido. Ninguno salió a la calle a defender sus derechos, aprovechando su influencia para luchar contra la explotación y la desigualdad. Presuntamente, García Márquez no era un explotador. No sé cómo trataba a sus empleados, pero está claro que nadaba en la ciénaga capitalista como pez en el agua. Imagino que alguno me atribuirá envidia. No sé si en mi inconsciente late el anhelo de lujo y riqueza. Si es así, intento reprimir ese impulso dañino y mezquino.
¿Cuál es entonces el camino a seguir?
Los escritores y los artistas raramente se han caracterizado por su
valentía y solidaridad. He citado dos ejemplos al principio del
artículo: Bergamín y Sastre. Podría añadir a Eva Forest, que siempre me
ha inspirado una especial simpatía. Dado que hablamos de América Latina,
mencionaré otros ejemplos, pero tendré que salir del campo de la
literatura. Sé que algunos se llevarán las manos a la cabeza, pero creo
que en la actualidad no hay un pensador más valiente y comprometido que
Jon Sobrino, teólogo de liberación y amigo del no menos admirable
Ignacio Ellacuría. Ellacuría nos legó una frase que debería ser el
primer mandamiento de la ética universal: “Nadie tiene derecho a lo
superfluo mientras todos no tengan lo esencial”. Ellacuría, decano de la
UCA de San Salvador, murió asesinado el 16 de noviembre de 1989 por el
batallón Atlácatl de la Fuerza Armada, cumpliendo órdenes de Estados
Unidos. No fue el único mártir. Las balas también mataron a otros cinco
sacerdotes y, lo que es más perverso, acabaron con la vida de Elba y
Celina, madre e hija y encargadas de las tares domésticas. Celina solo
tenía dieciséis años. Elba intentó inútilmente protegerla con su cuerpo.
La Iglesia Católica nunca ha querido a los teólogos de la liberación y
los sucesivos gobiernos españoles han mostrado una cruel indiferencia,
despreocupándose de las investigaciones sobre estos asesinatos. Yo soy
ateo y me parece irrelevante su condición de jesuitas, pero admiro su
ejemplo. Al igual que el Che o el sacerdote y guerrillero colombiano
Camilo Torres, Ellacuría, Sobrino y sus compañeros eran hombres
íntegros, altruistas y profundamente austeros. Su austeridad no es un
dato menor, sino una irrefutable prueba de su compromiso. Citaré otros
ejemplos, pero ya en el terreno de la política. Cuenta Jon Lee Anderson
que “el Che regresó de su primer viaje a Rusia consternado por el estilo
de vida elitista y la evidente afición por los lujos burgueses que
observó en los funcionarios del Kremlin, comparados con las condiciones
de vida austeras del ciudadano soviético común”. Cuando se convirtió en
presidente del Banco Nacional de Cuba, el Che rechazó un sueldo de mil
dólares y siguió cobrando los 250 que le correspondían como comandante
de las fuerzas revolucionarias. Cuando el bloqueo provocó problemas de
abastecimiento y se impusieron las cartillas de racionamiento, se asignó
una ración suplementaria a los miembros del gobierno. El Che se negó a
disfrutar de ese privilegio, alegando que su obligación como
revolucionario era compartir las penalidades del pueblo cubano. Comenzó a
circular entonces el rumor de que Aleida, su segunda esposa, pedía
dinero a escondidas para llegar a fin de mes. Thomas Sankara, presidente
de Burkina Faso entre 1984 y 1987, actúo del mismo modo durante sus
años en el poder, ganándose el apelativo del “Che africano”. Sankara se
asignó un sueldo de 450 dólares, se negó a instalar aire acondicionado
en su despacho, vendió la flota de Mercedes-Benz del anterior gobierno y
convirtió el Renault 5 en el nuevo coche oficial. Su final fue idéntico
al del Che, Patrice Lumumba e Ignacio Ellacuría. Todos fueron
asesinados por militares al servicio de las oligarquías, con la
complicidad y el apoyo de Estados Unidos.
Escribe Jon Sobrino: “el ideal de
libertad ha fracasado en la sociedad moderna. No lleva ni a la justicia
ni a la solidaridad. […] No solo existe la injusticia estructural, la
violencia estructural, sino que existe también el encubrimiento, la
tergiversación y la mentira institucionalizada”. Esto es posible porque
escasean las voces comprometidas y sin miedo, fundamentalmente porque
los ricos y poderosos movilizan todos sus recursos para captar,
descalificar o silenciar a los pocos disidentes con la posibilidad de
influir en la opinión pública. “No es posible reinar y ser inocente”,
declaró Saint-Just. Del mismo modo, podríamos decir hoy: “No es posible
ser millonario y ser inocente”. La acumulación de dinero es una
obscenidad en un mundo con millones de hambrientos, pobres y excluidos.
La Comuna de París estableció que los funcionarios públicos –incluidos
los altos cargos- no debían cobrar en ningún caso un salario superior al
sueldo de un obrero. Creo que se debería aplicar el mismo criterio a
escritores y artistas. Indiscutiblemente, la inmensa mayoría se
rebelaría con la furia de Medea. Esa reacción demuestra que no producen
arte, sino entretenimiento, pues el verdadero arte es radical, humano,
solidario. Sartre renunció al Nobel. Su gesto le dignifica. García
Márquez prefirió cenar en la Casa Blanca, lo cual retrata el tamaño de
su ambición. En cualquier caso, da igual lo que yo diga. Seguirán
sonando las fanfarrias y los hipidos de las plañideras. El ruido suele
ser el mejor aliado del poder e hipnotiza a las masas, con su miserable
estrépito. Finalizo con una cita de Sobrino: “Lo más necesario y urgente
es luchar contra un sistema mundial que produce injusticia, muerte,
indignidad, exclusión, [pero] solo unos pocos quieren hacerlo en serio”.
Solo unos pocos.
Fuente: http://rafaelnarbona.es/?p=7372