El caos como apuesta para el nuevo Oriente Medio
¿A quién beneficia lo que ocurre?, es la pregunta que debemos
hacernos en cualquier análisis de una realidad. ¿A quién beneficia la
radicalización y el yihadismo en Oriente Medio?
Arabia Saudí emplea armas estadounidenses en sus intervenciones en países... también árabes.
Arabia Saudí emplea armas estadounidenses en sus intervenciones en países... también árabes.
La crisis europea, la corrupción en el seno de
algunos Gobiernos de nuestro continente, el aumento de la desigualdad y
de la pobreza nos dejan poco espacio para prestar atención a lo que
ocurre en Oriente Medio. Y, sin embargo, deberíamos tener un ojo siempre
puesto en la región vecina, pues en ella se viven algunos de los
acontecimientos más convulsos de su ya de por sí agitada historia
reciente, y en ellos participan e influyen, de un modo u otro, países
occidentales.
Las alianzas tejidas en Oriente Medio
son cada vez más complejas y enrevesadas. Siria, Libia, Yemen e Irak son
los cuatro puntos más calientes. Libia es un territorio caótico en el
que las fuerzas aliadas de la OTAN introdujeron armas y permitieron el
descontrol durante su lucha contra el gobierno de Gadafi en 2011. No era
dificil adivinar -y así lo advertimos muchos en diversos artículos o
libros- que el reparto de armas entre grupos radicales, la intervención
de ejércitos extranjeros y las luchas por el poder surgidas a raíz de la
caída del régimen de Gadafi fueran a extender el caos y el belicismo
más allá de las fronteras libias.
Irak representa el principio de esta nueva tragedia en
la región. Desde la invasión y ocupación ilegal del país en 2003 el
territorio iraquí se ha convertido en un infierno. El Ejército
estadounidense ocupó territorios, allanó casas, humilló a familias,
torturó a presos, arrestó a miles de inocentes, permitió los saqueos y
el caos, y de hecho hizo de ello, del caos, su estrategia política para
la región. Las consecuencias de la mal llamada guerra de Irak no son
producto de errores militares y políticos, sino el resultado buscado en
una región que, cuanto más débil y caótica sea, más controlable
resultará para las potencias que quieren seguir aprovechándose de ella.
Aunque en los últimos años Occidente ha querido mirar más a Asia, lo
cierto es que en Oriente Medio se siguen midiendo pulsos, marcando
poderes, controlando bases militares y extrayendo petróleo. Su
estratégica situación geográfica, entre Asia y Europa -imprescindible
lugar de paso para gaseoductos y oleoductos- su riqueza en materias como
el oro negro y el gas, la presencia en ella de bases militares clave,
su cercanía geográfica con Rusia y China, la composición de su
sociedades, llamativamente jóvenes, y la existencia en ella de un país
como Israel mantienen esta zona como un perpétuo tablero de ajedrez que
demasiado a menudo se transforma en campo de batalla abierta.
Sería un error simplificar análisis concluyendo que lo que ocurre en la
actualidad es consecuencia de los intentos de revolución y de las
revueltas en varios países árabes en 2011. Aquello fue, en varios casos,
un genuino intento de irrupción social por parte de sectores que
reclamaron pan, libertad y justicia social en naciones marcadas por
políticas dictatoriales, injerencias extranjeras, medidas económicas
impuestas por organismos internacionales ajenos a los intereses de estas
sociedades y expolios causados primero por el colonialismo y después
por el neocolonialismo. Pero rápidamente esas revueltas fueron
secuestradas o reconducidas por actores interesados en mantener el statu
quo anterior o, incluso, en aprovechar la situación a su favor para
hacerse con más cuotas de influencia y poder en la región.
Es el caso de Arabia Saudí,
aliado de Estados Unidos desde hace décadas. La monarquía absolutista
de Riad no ha dudado en extender sus tentáculos en Siria, Irak, Egipto o
Yemen, con el objetivo de aplastar revueltas, controlar gobiernos y
marcar influencia, sin importarle para ello apoyar a grupos
fundamentalistas y distribuir armas entre combatientes radicales.
¿A quién beneficia lo que ocurre?, es la pregunta que debemos hacernos
en cualquier análisis de una realidad. ¿A quién beneficia la
radicalización y el yihadismo en Oriente Medio? A las dictaduras árabes.
A quienes en nombre de la seguridad están dispuestos a sacrificar la
posibilidad de libertad, democracia e independencia de los países de la
región. Beneficia a las potencias extranjeras necesitan justificar sus
intervenciones militares y sus injerencias políticas. Beneficia a
quienes temen un Oriente Medio libre y democrático, con naciones árabes y
musulmanas unidas trabajando por su bien común. Como suele decir un
amigo palestino que vive en los territorios ocupados, “cada vez que Al
Qaeda instrumentaliza nuestra causa hablando de Palestina, nos está
disparando en la cabeza”.
Los países del Golfo han
financiado a grupos fundamentalistas en Libia, Irak y Yemen, a milicias
enfrentadas en Siria y al sector golpista en Egipto. Arabia Saudí y
Emiratos enviaron tropas a Bahrein para aplastar a los manifestantes que
exigían libertad en las revueltas de 2011. Arabia Saudí contribuyó
activamente a la represión de los Hermanos Musulmanes en Egipto pero
ahora busca su alianza en Yemen. Estados Unidos permite la actuación de
Irán en su lucha contra el Estado Islámico en Irak pero se posiciona a
favor de Arabia Saudí en Yemen - facilitando armas
a Riad- en su lucha contra las milicias hutíes que reciben aliento de
Teherán. En cuanto a Siria, Washington ha jugado a mantener un peligroso
equilibrio consistente en evitar el exceso de poder de los bandos
implicados, para que nadie gane, para que todos se desgasten.
Por más guerras y contradictorios juegos de alianzas que se tejan, lo
cierto es que el recorrido lógico -e inevitable, si no fuera por la
contumaz apuesta por el caos de las potencias involucradas- en Oriente
Medio exigiría dos medidas urgentes: la ruptura de las alianzas clave de
Occidente con países como Arabia Saudí y el fin de la ocupación israelí
de los territorios palestinos. Las negociaciones en Lausana de Estados
Unidos con Irán -en las que han participado Rusia, China, Reino Unido,
Francia y Alemania- planean sobre todos los acontecimientos que están
ocurriendo en Oriente Medio. No es casualidad que Arabia Saudí, con el
apoyo de varios países árabes, comenzara a bombardear Yemen mientras se
desarrollaban las conversaciones con Teherán.
Yemen,
el país árabe más pobre del mundo, en el que se calcula que hay 60
millones de armas, está siendo utilizado como uno de los elementos para
condicionar las negociaciones con Irán, negociaciones que Arabia Saudí e
Israel desearían sabotear. Ya sabemos por tanto para qué están
“sirviendo” las armas que Estados Unidos ha vendido a la monarquía
absolutista saudí, en una transacción a plazos que, si no se interrumpe,
será la mayor venta de armas estadounidenses de la historia: Arabia
Saudí emplea equipamiento militar estadounidense - y también europeo- para intervenir en otros países...árabes, contribuyendo activamente a una mayor desestabilización de la región.
Yemen es el cuarto país árabe en el que Arabia Saudí actúa militarmente
en menos de tres años. A estas alturas no cabe duda de que potencias
regionales e internacionales apuestan no por políticas que desembocan en
errores -como más o menos inocentemente afirman algunos analistas- sino
por políticas que garantizan el caos, el debilitamiento, la división de
Oriente Medio. Porque desde el caos se puede perpetuar el control de
territorios ajenos. Porque desde el caos se pueden mantener gobiernos
títeres. Porque el caos facilita la dominación y 'justifica' las
dictaduras como mal menor. Porque el caos fragmenta Estados y crea
territorios serviles, elementos clave del nuevo mapa de Oriente Medio.