IDENTIDADES ASESINAS (En papel)
AMIN MAALOUF , ALIANZA EDITORIAL, 2005 ISBN 9788420657226
Datos del libro
- Nº de páginas: 176 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
- Editorial: ALIANZA EDITORIAL
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788420657226
- 1490 libro de Teoría política
Resumen del libro
Identidades
asesinas es una denuncia apasionada de la locura que incita a los
hombres a matarse entre sí en el nombre de una etnia, lengua o religión.
Una locura que recorre el mundo de hoy desde Líbano, tierra natal del
autor, hasta Afganistán, desde Ruanda y Burundi hasta Yugoslavia, sin
olvidar la Europa que navega entre
RESEÑA AMPLIADA
Leí Identidades Asesinas un par de meses
antes de que al escritor franco-libanés le fuese concedido el Premio
Príncipe de Asturias. Amin Maalouf nació en Beirut en 1949 pero vive en
París desde 1975. Ha recibido, entre otros galardones, el prestigioso
Goncourt en 1993 por La roca de Tanios.
Amin Maalouf comienza su ensayo
Identidades Asesinas haciendo alusión a una pregunta que, con
frecuencia, suelen hacerle aquellos que le conocen y saben que, habiendo
nacido en Líbano, terminó instalándose y viviendo en Francia. La
pregunta en cuestión se refiere al hecho de si él se siente más francés o
más libanés. Habiendo leído el libro, entiendo perfectamente por qué su
autor comienza con esta pregunta, ya que la simple formulación de la
misma así como la respuesta que él suele ofrecerles a quienes se la
formulan, le sirve para, ya de entrada, resumir la línea de
argumentación principal que planea sobre todo el ensayo…
La respuesta de Maalouf a esta pregunta siempre es la misma: “¡Las dos
cosas!”. Para Amin Maalouf la identidad de todo sujeto está compuesta
por un cúmulo de elementos (genes del alma, empleando su propia
terminología) que, unidos entre sí o mezclados, darían como resultado
ese sujeto único e irrepetible que es cada ser humano. Según el propio
autor, llegará un momento en el que nadie le formulará ni tan siquiera
tal pregunta, porque todo el mundo entenderá que nadie puede renunciar a
aquello que forma parte de su bagaje o equipaje cultural, y que ningún
elemento por sí solo (el país de nacimiento, el país donde uno reside
actualmente, el idioma, etcétera) puede considerarse con el peso
suficiente como para marcar toda la definición de nuestra identidad.
Dicha idea se apoya perfectamente en algunos fragmentos del texto que paso a transcribir literalmente: “…la identidad no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades… Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas. ”
La última frase referida “mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas” me sirve como excusa para tocar otro punto que considero interesante con respecto al análisis que Amin Maalouf hace del concepto de identidad. Me refiero a que, según el autor, hay una serie de pertenencias, una serie de elementos que, sumados, constituyen nuestra identidad como un todo; pues bien, tal y como apunta el autor, ello da lugar a la siguiente paradoja: cada uno de esos elementos, tomado por separado, por ejemplo el hecho de haber nacido en un determinado país, o el hecho de ser hombre o mujer, o el hecho de tener una profesión concreta, o estar casado o soltero, o profesar una determinada fe, acerca al individuo o le hace sentirse identificado con una cantidad enorme de seres humanos con los que comparte ese rasgo concreto. Pero, conforme vamos sumando elementos o rasgos definitorios, cada vez son menos los seres humanos con los que los comparte; es decir, se va acotando el cerco, hasta llegar un momento en el que, en el caso hipotético de que algún individuo compartiese con otro todos los elementos constitutivos de sus respectivas identidades, sería imposible que lo hicieran en idéntica proporción. Con esto el autor resalta que, por una parte, los rasgos identitarios -tomados aisladamente-, nos acercan a un gran número de individuos pero, por otra parte, conforme vamos añadiendo elementos, se va conformando ese individuo único e irrepetible que somos todos y cada uno de nosotros.
En un momento del primer capítulo, el autor hace lo que él denomina un “examen de identidad” con el cual, básicamente, descompone su identidad en los elementos simples que la conforman -lo que él, como dije más arriba, conceptualiza como “genes del alma”-. Lo que ocurre es que son tantos los elementos que integran nuestra identidad y se pueden, por tanto, dar tantas combinaciones que, a veces, se producen las paradojas que el propio autor ha sufrido en sus propias carnes y que relata a lo largo del libro, como el hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe.
Dicha idea se apoya perfectamente en algunos fragmentos del texto que paso a transcribir literalmente: “…la identidad no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades… Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas. ”
La última frase referida “mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas” me sirve como excusa para tocar otro punto que considero interesante con respecto al análisis que Amin Maalouf hace del concepto de identidad. Me refiero a que, según el autor, hay una serie de pertenencias, una serie de elementos que, sumados, constituyen nuestra identidad como un todo; pues bien, tal y como apunta el autor, ello da lugar a la siguiente paradoja: cada uno de esos elementos, tomado por separado, por ejemplo el hecho de haber nacido en un determinado país, o el hecho de ser hombre o mujer, o el hecho de tener una profesión concreta, o estar casado o soltero, o profesar una determinada fe, acerca al individuo o le hace sentirse identificado con una cantidad enorme de seres humanos con los que comparte ese rasgo concreto. Pero, conforme vamos sumando elementos o rasgos definitorios, cada vez son menos los seres humanos con los que los comparte; es decir, se va acotando el cerco, hasta llegar un momento en el que, en el caso hipotético de que algún individuo compartiese con otro todos los elementos constitutivos de sus respectivas identidades, sería imposible que lo hicieran en idéntica proporción. Con esto el autor resalta que, por una parte, los rasgos identitarios -tomados aisladamente-, nos acercan a un gran número de individuos pero, por otra parte, conforme vamos añadiendo elementos, se va conformando ese individuo único e irrepetible que somos todos y cada uno de nosotros.
En un momento del primer capítulo, el autor hace lo que él denomina un “examen de identidad” con el cual, básicamente, descompone su identidad en los elementos simples que la conforman -lo que él, como dije más arriba, conceptualiza como “genes del alma”-. Lo que ocurre es que son tantos los elementos que integran nuestra identidad y se pueden, por tanto, dar tantas combinaciones que, a veces, se producen las paradojas que el propio autor ha sufrido en sus propias carnes y que relata a lo largo del libro, como el hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe.
“Igual
que otros hacen examen de conciencia, yo a veces me veo haciendo lo que
podríamos llamar “examen de identidad”. No trato con ello -ya se habrá
adivinado- de encontrar en mí una pertenencia “esencial” en la que
pudiera reconocerme, así que adopto la actitud contraria: rebusco en mi
memoria para que aflore el mayor número posible de componentes de mi
identidad, los agrupo y hago la lista, sin renegar de ninguno de ellos.
Vengo de una familia originaria del sur de Arabia que se estableció hace
siglos en la montaña libanesa y que se fue dispersando después, en
sucesivas migraciones, por varios rincones del planeta, desde Egipto
hasta Brasil, desde Cuba hasta Australia. Tiene el orgullo de haber sido
siempre, a la vez, árabe y cristiana, probablemente desde el siglo Ii o
Iii, es decir, mucho antes de que apareciera el islam y antes incluso
de que Occidente se convirtiera al cristianismo.
El hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe, que es la lengua sagrada del islam, es una de las paradojas fundamentales que han forjado mi identidad”.
El hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe, que es la lengua sagrada del islam, es una de las paradojas fundamentales que han forjado mi identidad”.
A lo largo de los siguientes renglones me
he propuesto tratar de confrontar las ideas expuestas por el autor con
las de otros autores que han abordado el tema de la diversidad cultural.
Lo creo necesario ya que advierto la influencia clara de ciertos
autores en el ensayo que nos ocupa. Para ello me gustaría comenzar
hablando acerca de dos conceptos que han sido y son capitales para la
antropología y de los que Amin se ocupa en su libro, como son el
etnocidio y el genocidio. El concepto de genocidio nos remite a la idea
de raza y a la voluntad de exterminación de una minoría racial. El
etnocidio comparte con el genocidio una misma visión del otro: el otro
es la diferencia mala, pero no hace falta exterminarlo físicamente; es
decir, el etnocidio no tiene como objetivo la destrucción de la vida,
sino de la cultura. Amin Maalouf, en su libro, enumera algunos ejemplos
históricos de las consecuencias nefastas que tal manera de proceder ha
tenido para la historia de la humanidad. Asimismo, pone el acento en el
hecho de que tal reacción violenta no es exclusiva o patrimonio de
ninguna raza o etnia concreta, sino que cualquiera puede reaccionar de
ese modo; solamente hace falta que se den las circunstancias necesarias.
Por otra parte, se da la paradoja de que, cuando a un individuo se le
impide ser él mismo y expresarse con respecto a sus peculiaridades
culturales, la reacción que se produce es la inversa a la esperada por
parte de quien intenta castrar sus particularidades; esto es, se produce
una reacción de reafirmación o acentuación de sus diferencias. Pone el
ejemplo del velo islámico.
El etnocidio, siguiendo al antropólogo y etnólogo francés Pierre Clastres (1981) es la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes a quienes llevan a cabo la destrucción. Según Amin Maalouf, “en la época de la mundialización se hace necesario elaborar una nueva concepción de la identidad. No podemos limitarnos a obligar a miles de millones de personas desconcertadas a elegir entre afirmar a ultranza su identidad y perderla por completo”. De alguna manera, si procedemos de este modo, se está llevando a cabo un etnocidio soterrado. El punto de partida del etnocidio es el etnocentrismo, esto es analizar las demás culturas desde la creencia de que nuestra visión y nuestra postura es la acertada. Según Clastres, si bien la práctica etnocidiaria está presente en toda formación estatal, adquiere su máxima expresión en la sociedad occidental, ya que las sociedades civilizadas de occidente practican, además del etnocidio hacia dentro, el “etnocidio hacia fuera de sus fronteras”. Amin, en su libro, hace alusión a que el modelo cultural y de sociedad que ha triunfado por encima de todos los demás es el occidental, y que se ha impuesto como el modelo a seguir o imitar por el resto de las civilizaciones: “De modo que hoy -¡miremos a nuestro alrededor!- Occidente está en todas partes. En Vladivostok y en Singapur, en Boston, Dakar, Tashkent, Sao Paulo, Numea, Jerusalén y Argel. Desde hace quinientos años, todo lo que influye de un modo duradero en las ideas de los hombres, en su salud, su paisaje o su vida cotidiana es obra de Occidente. El capitalismo, el comunismo, el fascismo, el psicoanálisis, la ecología, la electricidad, el avión, el automóvil, la bomba atómica, el teléfono, la televisión, la informática, la penicilina, la píldora, los derechos humanos, y también las cámaras de gas… Sí, todo eso, la dicha del mundo y su desdicha, todo eso ha venido de Occidente”. Con respecto a la solución de esta problemática considero que la postura de Pierre Clastres es mucho más desesperanzadora o apocalíptica que la de Amin Maalouf. La única opción que Clastres deja a las sociedades no occidentales es ceder o desaparecer, es decir: el etnocidio o el genocidio, sin posibilidad de hallar una solución intermedia. Amin deja una puerta abierta a la convivencia real y pacífica entre diferentes culturas a través de un esfuerzo por parte de todos que se articularía por medio del concepto de “reciprocidad” del hablaremos con más detalle al final de este análisis ya que resulta uno de los conceptos clave del ensayo.
A continuación, creo inevitable hablar del que es considerado como el padre de la antropología estructuralista: Lévi-Strauss. Advierto un gran paralelismo entre las ideas que vierte Maalouf en su ensayo y algunos posicionamientos del autor, entre otros, de títulos imprescindibles como Tristes Trópicos (1955). La contribución de Strauss al análisis de la problemática de la diversidad cultural se circunscribe básicamente a dos conferencias encargadas por la Unesco. Lévi-Strauss afirma tajantemente que las aportaciones culturales de las diferentes sociedades existentes en el mundo no se deben a las aptitudes relacionadas con los aspectos socioanatómicos, sino a circunstancias geográficas, históricas o sociológicas, restando importancia o anulando cualquier relación causa-efecto entre la diversidad cultural y el plano biológico; es decir, fundamentalmente no es la raza la que determina que seamos de un modo u otro sino el ambiente o contexto (esta idea, en su momento, desacreditaba de pleno muchos argumentos xenófobos o racistas). Es más, Strauss le da la vuelta al argumento racista diciendo que, más bien al contrario, ciertos aspectos biológicos (como color de piel, etc.) sí que podrían estar determinados o cuanto menos condicionados por factores ambientales. Esto entronca bastante bien con la postura o la tesis defendida por Amin Maalouf en su ensayo, ya que él también otorga un papel ínfimo o casi anecdótico a los factores biológicos en lo tocante a la determinación última de la identidad (hasta habiendo nacido con un determinado sexo biológico, podemos adoptar el rol del contrario). Para Lévi-Strauss, la diversidad cultural se genera y adquiere sentido en el marco de las relaciones entre culturas. En su ensayo, Amin, también pone el acento en el hecho de que, prácticamente, no existe cultura o civilización cuya historia y desarrollo se haya llevado a cabo de manera totalmente aislada y solitaria. También advierto una semejanza o sintonía en la manera en la que Lévi-Strauss y Amin Maalouf consideran que los intercambios culturales influyen positivamente en las civilizaciones (aunque veremos que las conclusiones o predicciones finales, si se quiere, difieren entre uno y otro autor). Cuanto mayor sea el número de culturas entre las que se produzcan intercambios y mayor sea también el grado de diversidad cultural entre ellas, mayor será la posibilidad de avanzar y progresar a todos los niveles. Pero llegado un momento, Lévi-Strauss, pone el acento en el peligro que conlleva esta mezcla cultural a través de la paradoja del progreso. Según él, en términos culturales, la coalición de culturas puede dar lugar a un proceso uniformador. El equilibrio puede conseguirse mediante la práctica de la tolerancia. Por tanto, la civilización mundial debe ser una coalición de culturas en la que cada una de ellas preserve su originalidad. Esto conecta perfectamente con la postura de Amin Maalouf que también habla de la universalización Vs. la uniformalización, interpretando el primer proceso como una consecuencia deseable y positiva de la globalización, y el segundo como un peligro que puede llevar a aniquilar el rico patrimonio cultural acumulado por muchas civilizaciones durante siglos, planteando una solución que también pasa por el respeto y la colaboración con el otro. Lo que sí creo que difiere es la manera que proponen ambos autores de solucionar tal problema del proceso uniformador al que se verían abocadas las civilizaciones. Levi-Strauss terminará diciendo que la única forma de que esto no se produzca, la única manera de que la mezcla de culturas en la era de la globalización no desemboque en una única cultura sin matices diferenciadores y, por tanto, agotándose las posibilidades de intercambio, es mantener cierto grado o ciertos períodos de aislamiento, mientras que Amin Maalouf -quizá por el tiempo que le ha tocado vivir-, sabe que eso hoy día no es factible, ni tan siquiera deseable, y que se ha de buscar una solución (la mejor o cuanto menos la menos mala) a la inevitable mescolanza de culturas.
El etnocidio, siguiendo al antropólogo y etnólogo francés Pierre Clastres (1981) es la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes a quienes llevan a cabo la destrucción. Según Amin Maalouf, “en la época de la mundialización se hace necesario elaborar una nueva concepción de la identidad. No podemos limitarnos a obligar a miles de millones de personas desconcertadas a elegir entre afirmar a ultranza su identidad y perderla por completo”. De alguna manera, si procedemos de este modo, se está llevando a cabo un etnocidio soterrado. El punto de partida del etnocidio es el etnocentrismo, esto es analizar las demás culturas desde la creencia de que nuestra visión y nuestra postura es la acertada. Según Clastres, si bien la práctica etnocidiaria está presente en toda formación estatal, adquiere su máxima expresión en la sociedad occidental, ya que las sociedades civilizadas de occidente practican, además del etnocidio hacia dentro, el “etnocidio hacia fuera de sus fronteras”. Amin, en su libro, hace alusión a que el modelo cultural y de sociedad que ha triunfado por encima de todos los demás es el occidental, y que se ha impuesto como el modelo a seguir o imitar por el resto de las civilizaciones: “De modo que hoy -¡miremos a nuestro alrededor!- Occidente está en todas partes. En Vladivostok y en Singapur, en Boston, Dakar, Tashkent, Sao Paulo, Numea, Jerusalén y Argel. Desde hace quinientos años, todo lo que influye de un modo duradero en las ideas de los hombres, en su salud, su paisaje o su vida cotidiana es obra de Occidente. El capitalismo, el comunismo, el fascismo, el psicoanálisis, la ecología, la electricidad, el avión, el automóvil, la bomba atómica, el teléfono, la televisión, la informática, la penicilina, la píldora, los derechos humanos, y también las cámaras de gas… Sí, todo eso, la dicha del mundo y su desdicha, todo eso ha venido de Occidente”. Con respecto a la solución de esta problemática considero que la postura de Pierre Clastres es mucho más desesperanzadora o apocalíptica que la de Amin Maalouf. La única opción que Clastres deja a las sociedades no occidentales es ceder o desaparecer, es decir: el etnocidio o el genocidio, sin posibilidad de hallar una solución intermedia. Amin deja una puerta abierta a la convivencia real y pacífica entre diferentes culturas a través de un esfuerzo por parte de todos que se articularía por medio del concepto de “reciprocidad” del hablaremos con más detalle al final de este análisis ya que resulta uno de los conceptos clave del ensayo.
A continuación, creo inevitable hablar del que es considerado como el padre de la antropología estructuralista: Lévi-Strauss. Advierto un gran paralelismo entre las ideas que vierte Maalouf en su ensayo y algunos posicionamientos del autor, entre otros, de títulos imprescindibles como Tristes Trópicos (1955). La contribución de Strauss al análisis de la problemática de la diversidad cultural se circunscribe básicamente a dos conferencias encargadas por la Unesco. Lévi-Strauss afirma tajantemente que las aportaciones culturales de las diferentes sociedades existentes en el mundo no se deben a las aptitudes relacionadas con los aspectos socioanatómicos, sino a circunstancias geográficas, históricas o sociológicas, restando importancia o anulando cualquier relación causa-efecto entre la diversidad cultural y el plano biológico; es decir, fundamentalmente no es la raza la que determina que seamos de un modo u otro sino el ambiente o contexto (esta idea, en su momento, desacreditaba de pleno muchos argumentos xenófobos o racistas). Es más, Strauss le da la vuelta al argumento racista diciendo que, más bien al contrario, ciertos aspectos biológicos (como color de piel, etc.) sí que podrían estar determinados o cuanto menos condicionados por factores ambientales. Esto entronca bastante bien con la postura o la tesis defendida por Amin Maalouf en su ensayo, ya que él también otorga un papel ínfimo o casi anecdótico a los factores biológicos en lo tocante a la determinación última de la identidad (hasta habiendo nacido con un determinado sexo biológico, podemos adoptar el rol del contrario). Para Lévi-Strauss, la diversidad cultural se genera y adquiere sentido en el marco de las relaciones entre culturas. En su ensayo, Amin, también pone el acento en el hecho de que, prácticamente, no existe cultura o civilización cuya historia y desarrollo se haya llevado a cabo de manera totalmente aislada y solitaria. También advierto una semejanza o sintonía en la manera en la que Lévi-Strauss y Amin Maalouf consideran que los intercambios culturales influyen positivamente en las civilizaciones (aunque veremos que las conclusiones o predicciones finales, si se quiere, difieren entre uno y otro autor). Cuanto mayor sea el número de culturas entre las que se produzcan intercambios y mayor sea también el grado de diversidad cultural entre ellas, mayor será la posibilidad de avanzar y progresar a todos los niveles. Pero llegado un momento, Lévi-Strauss, pone el acento en el peligro que conlleva esta mezcla cultural a través de la paradoja del progreso. Según él, en términos culturales, la coalición de culturas puede dar lugar a un proceso uniformador. El equilibrio puede conseguirse mediante la práctica de la tolerancia. Por tanto, la civilización mundial debe ser una coalición de culturas en la que cada una de ellas preserve su originalidad. Esto conecta perfectamente con la postura de Amin Maalouf que también habla de la universalización Vs. la uniformalización, interpretando el primer proceso como una consecuencia deseable y positiva de la globalización, y el segundo como un peligro que puede llevar a aniquilar el rico patrimonio cultural acumulado por muchas civilizaciones durante siglos, planteando una solución que también pasa por el respeto y la colaboración con el otro. Lo que sí creo que difiere es la manera que proponen ambos autores de solucionar tal problema del proceso uniformador al que se verían abocadas las civilizaciones. Levi-Strauss terminará diciendo que la única forma de que esto no se produzca, la única manera de que la mezcla de culturas en la era de la globalización no desemboque en una única cultura sin matices diferenciadores y, por tanto, agotándose las posibilidades de intercambio, es mantener cierto grado o ciertos períodos de aislamiento, mientras que Amin Maalouf -quizá por el tiempo que le ha tocado vivir-, sabe que eso hoy día no es factible, ni tan siquiera deseable, y que se ha de buscar una solución (la mejor o cuanto menos la menos mala) a la inevitable mescolanza de culturas.
Como crítica negativa al libro que nos
ocupa diría que, Amin Maalouf, a lo largo de gran parte del ensayo, no
hace más que redundar en torno a una idea en base a la cual la identidad
está formada por innumerables elementos que no se pueden separar.
Además, dicha idea, creo que es una idea o concepto bastante obvio que,
aunque esté bien teorizar acerca del mismo, se hecha en falta, desde mi
punto de vista, un poco de originalidad o de innovación teórica con
respecto al problema, ya que como comenté más arriba, observo una enorme
semejanza entre sus teorías y las de otros autores que le preceden como
el caso de Lèvi-Strauss. Por tanto, opino que el valor de su ensayo es
más bien el de emplear un lenguaje y un discurso llano con el que,
apoyándose en muchos ejemplos, consigue llegar al ciudadano de a pie
(profano en la materia) y acercarlo a esta problemática y
recontextualizarla o volver a ponerla de actualidad, si se quiere. Es
más, creo que, en no pocas ocasiones, el mismo autor se excusa demasiado
reconociendo que su análisis está probablemente lleno de lagunas y
desaciertos, pero que él se conforma con que sirva de testimonio para
arrojar un poco de luz sobre asuntos de muy candente actualidad y de
gran complejidad. Creo que con esas excusas, su autor nos pone en sobre
aviso sobre el hecho de que pasará por encima de muchas cuestiones casi
de puntillas y de que, a veces, esgrimirá argumentos que no tienen por
qué tener un elevado rigor científico, cosa, por otra parte, difícil
cuando nos movemos en el terreno de las ciencias sociales (matizo que a
mí, esto último, no me parece del todo mal ya que reivindico las
bondades del carácter especulativo propio de la filosofía. Luego bien
pueden ser otros –quienes probablemente ni tan siquiera se habrían
plateado tales especulaciones- los que las corroboren o desmientan
método científico en mano). Por otra parte, y ahora trato de romper una
lanza en favor del ensayo, agradezco que, al final del mismo, el autor
se moje y no describa solamente una problemática sino que se aventure a
darnos una potencial herramienta para que, entre todos, podamos salir
airosos de esta aventura que es la globalización, entendida como mezcla
de culturas de la que todos podemos salir favorecidos y enriquecidos.
Dicha herramienta es la idea o el concepto de reciprocidad que es la
clave para poder afrontar con éxito el futuro que se nos avecina: el
concepto de reciprocidad vendría a decir que la solución a la
problemática de la diversidad cultural pasa necesariamente por adoptar
una postura abierta y tolerante, en la que, por una parte, quien llega a
un país que no es el suyo acepte sus normas o sus reglas de juego (por
decirlo de algún modo), y trate de enriquecerse con sus costumbres,
pero, al mismo tiempo, el país que recibe debe respetar las costumbres y
las tradiciones de aquél. En definitiva, Amin, considera que en este
proceso globalizador todo puede pasar, tanto lo bueno como lo malo, y en
nuestras manos está conseguir darle el rumbo adecuado al barco de la
humanidad. Considero loable el esfuerzo del autor por, no solamente
conformarse por describir y analizar la situación de la identidad, sino
también por tratar de proporcionar alguna clave o herramienta que nos
permita solventar o ver desde otra óptica los problemas en torno a esta
cuestión.
Bibliografía:
Maalouf, A. Identidades asesinas, Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999.
Claude Lévi-Strauss, Raza y Cultura, Altaya, Madrid, 1999.
Beltrán, J, Lajeunesse, J, Frade, C, Pujadas, J. (2009). Fundamentos Atropológicos del Comportamiento Humano. Material docente de la UOC. Barcelona: UOC ediciones.
Maalouf, A. Identidades asesinas, Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1999.
Claude Lévi-Strauss, Raza y Cultura, Altaya, Madrid, 1999.
Beltrán, J, Lajeunesse, J, Frade, C, Pujadas, J. (2009). Fundamentos Atropológicos del Comportamiento Humano. Material docente de la UOC. Barcelona: UOC ediciones.