26 septiembre, 2006

A CUENTO DE LO QUE PRETENDEN CON SEVILLA LOS DEL PLAN ESTRATÉGICO: TRANSFIGURACION ARTISTICA DE UN ENTORNO

El arte urbano, presente probablemente como conjunción armónica de factores, en los ochentas exige un cambio de actitud en los teóricos y críticos, al elaborar sus metadiscursos teóricos acerca del entorno.

No es suficiente ya con la formación académica, que excluye precisamente lo que el teórico debe saber actuando en conjunto con el creador y palpando el pulso de la comunidad a la que se debe, como ser social.

El crítico no es sólo el que mira, juzga, comprende o admira y explica. Debe actuar, desde su lugar de conocimiento y sensibilidad, sobre la conformación del profesional y su principal función es la de concientizar al urbanista, al arquitecto o al artista, demostrándole que hacen una y la misma cosa cuando aportan al contexto urbano.

Esto no es una negación de los valores habidos, de la acción de los precursores, de los que nos precedieron; es una afirmación de la necesidad de considerar a la nueva ciudad como un templo artístico con sus correspondientes devotos.

Devotos de la belleza, de la armonía, que con una práctica acorde a los desarrollos de la técnica y de las relaciones sociales propongan la unión de esfuerzos a fin de que la retórica de la ciudad del futuro pueda ser considerada no sólo como una continuación de lo precedente sino como una poética del entorno.

La práctica de una retórica urbana democrática supone la constitución de un nuevo corpus, de nuevas referencias que es preciso sean reconocidas por todos y no por un pequeño grupo de iniciados.

La urbanidad reclama entonces una nueva concepción del arte; una apertura estratégica, una apertura del sistema de referentes, de la elección de materiales y técnicas. Que se integre al caos aparente de nuestra ciudad, expresión de su sociedad.

Deberá mostrar el resultado de las actividades humanas pluralistas y contradictorias que sólo pueden ser regidas por la imaginación.

Este planteo tiene en cuenta, primordialmente, la función de las artes visuales en el desarrollo de la cultura popular; la familiarización de la comunidad con las obras de los artistas de la ciudad.

Es decir, con la función característica de las artes: estar al servicio de la elevación del nivel de percepción ciudadano.

Esta función social del arte encuentra su lugar de manifestación privilegiado cuando se relaciona con la arquitectura, explicitando las representaciones que los usuarios del hábitat tienen de lo que es su medio natural en tanto cultural y construido.

Si lo arquitectónico ciudadano se diluye en el espacio de lo ya familiar, si las esculturas o los monumentos erigidos en la vía pública pasan a formar parte del imaginario colectivo al mismo nivel que la arquitectura y el entorno urbano –hasta el punto de pasar desapercibidos muchos de ellos como obras de arte-, lo sugerido a través de esta iniciativa, presenta caracteres específicos que le otorgan una fisonomía particular.

La arquitectura no es un símbolo para el logro de ciertos fines: es un sistema comunicativo que, además, significa. Fazzolari y Pereyra acuden a formas arquitectónicas, esto es, objetos, pero no ya como elementos aislados, sino integrados en una totalidad que da como resultante un ambiente que permite un desarrollo social, un desarrollo de actividades humanas.

Bajo estas condiciones, la noción global de environment o ambiente se constituye como material privilegiado.

En un área urbana caracterizada por su anomia, se propone su transfiguración asignando funciones –esto es, usos específicos- para los integrantes de la comunidad: esto ha constituido el punto de partida del proyecto, que posibilita la unidad del conjunto, tanto de ideas como de respuestas arquitectónicas.

Las distintas funciones se concretan en aquellos objetos aludidos, homogeneizados por su calidad de espacios para uso público, llevando a concretar una intervención global cuya lectura de conjunto no se agota en el reconocimiento formal sino –y esto es lo más importante- en el nivel de intensidad de usos imaginados. La originalidad de la propuesta trastoca la imagen de lo que tradicionalmente se entiende como arquitectura para convertirla en un entorno artístico-arquitectónico. Esto es, recuperar para la arquitectura su cualidad artística y ponerla al alcance del público; convertirla intencionalmente en arte público, en arte en la calle.

No se trata, como se podría pensar ingenuamente, de un arte al alcance de todos, como si lo expuesto en museos o galerías no tuvieran las mismas posibilidades. Además del hecho de una cierta democratización del arte, la propuesta de Fazzolari y Pereyra, por sus características de permanencia temporal y de conjunción con lo construido y lo natural, representa un tipo de estimulación distinta para el receptor; un estímulo perceptual y semántico nuevo, con connotaciones particulares como consecuencia de las formas significantes puestas en juego.

Pensemos además que el valor de una obra, y el canal por la cual es transmitida, son los condicionamientos de la eficacia que ésta tiene respecto de la recepción del público.

Todos estos elementos se conjugan con el valor y el canal para permitir pensar en una operatividad estético-cultural y en sus relaciones con el desarrollo de la percepción comunitaria.

La elevación del nivel cultural de la ciudadanía –entendiendo como cultura lo que estimule todo tipo de intercambio productivo- es sin duda el resultado más enriquecedor de la experiencia propuesta.