22 septiembre, 2006

FALSA CONCIENCIA


“Desde que somos niños llevamos sobre nuestras espaldas la pesada carga de la felicidad.
Nuestros padres y abuelos fueron educados para cumplir con su deber. Nosotros –las generaciones nacidas a partir de los años 50- fuimos educados para ser felices.
La felicidad se ha convertido en una obligación que hemos interiorizado en lo más profundo de nuestro inconsciente. En términos freudianos, forma parte de nuestro súper yo, esa instancia que nos indica cómo tenemos que comportarnos.
A nuestros padres se les inculcó el deber de ser trabajadores, de sacar adelante una familia, de ser fieles a sus compromisos. Nosotros somos una generación que creció con los Beatles y la cultura hippie, en la que la búsqueda del placer y de la auto-realización personal se convirtieron en el principal objetivo de nuestras existencias.
La publicidad y las pautas de comportamiento que nos transmitieron los medios van en esa dirección: carpe diem, disfruta del momento. Viaja a paraísos exóticos. Compra un coche de lujo. Consigue tiempo libre. Busca nuevas experiencias.
Nadie, naturalmente, puede satisfacer esas expectativas de placer que van in crescendo en la vida de una persona adulta. El resultado es la frustración. En ninguna generación como la nuestra ha habido tanta distancia entre la realidad y el deseo.
Guy Debord lo expresaba muy bien: El hombre cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo.
Karl Marx habló de falsa conciencia para describir la actitud de quienes piensan en contra de sus intereses de clase o de su posición en el mundo. La falsa conciencia ha pasado a ser una categoría de nuestro tiempo, que no sólo afecta a las personas.
Las instituciones son también víctimas de ese espejismo que alimenta nuestra sociedad del espectáculo. Por ejemplo, los partidos. Hay un abismo entre los fines que propugnan las formaciones políticas y la forma en la que se comportan.
Los partidos tienen como objetivo defender ideas, programas y valores. Pero no se les mide por su coherencia ideológica, sino por sus resultados electorales. Ello contamina y desnaturaliza la actividad política, en la que el liderazgo personal se considera mucho más importante que la fidelidad a una causa.
A decir verdad, los partidos están dejando de defender ideas para convertirse en máquinas electorales que fabrican mensajes para cautivar a su clientela. Pero sus cúpulas siguen presas de esa falsa conciencia que se produce por el abismo que separa la ideología de la práctica.
Todos formamos parte de la sociedad del espectáculo, pero la función y el reparto de los papeles nos produce una creciente sensación de frustración porque nuestros deseos y nuestras representaciones chocan contra una realidad adversa.
La felicidad es un anhelo imposible que nos conduce al sufrimiento.Eso ya lo sabían los estoicos.”
Fuente y autor: Pedro G. Cuartango
Artículo aparecido en el diario “El Mundo”, del miércoles 20.09.06