15 diciembre, 2013

EL CINE YANKI COMO DISOLUCIÓN MASIVA DE DERECHOS HUMANOS

 
Recuerda quién es el enemigo
'En llamas' es la segunda parte de la tetralogía 'Los juegos del hambre'. La película procede a la desarticulación de discursos subversivos.
Ironizaba el creador de la serie televisiva Buffy, cazavampiros (1997-2003), Joss Whedon, cuando se estrenó su segundo largometraje, Los Vengadores (2012), con que en el audiovisual de superhéroes echaba a faltar todavía más protagonistas masculinos. Whedon sabía de lo que hablaba: Buffy representó un arquetipo novedoso de heroína que, salvo excepciones puntuales como Xena, la princesa guerrera (1995-2001) o Alias (2001-2006), no tuvo correlatos ni continuidad. Diluidos sin embargo en los últimos años los efectos represores del 11-S en el imaginario cultural, efectos detallados por Susan Faludi y otros ensayistas, han surgido personajes de mujeres capaces de sostener en solitario el peso narrativo e ideológico de ficciones cuya endeble apariencia fantástica trasluce las numerosas tensiones que agitan nuestro presente. Mujeres, en primera instancia, concebidas por hombres y bajo su férula: la Hit-Girl de Kick-Ass (2010), Hanna (2011), la Baby Doll de Sucker Punch (2011), la Blancanieves encarnada en 2012 por Kristen Stewart, la Beatrice Prior de la próxima Divergente (2014). Mujeres, poco a poco, ideadas por las propias mujeres: las desdichadas Jennifer y Needy de Jennifer's Body (2009), la Bella Swan de la franquicia Crepúsculo (2008-2012), la Katnis Everdeen (Jennifer Lawrence) de las películas que ahora nos ocupan.
Katniss tiene su origen en la trilogía literaria para jóvenes Los juegos del hambre, escrita por Suzanne Collins. Collins, muy influida por la mitología griega y por un padre que sobrevivió a la Gran Depresión y sirvió en Vietnam, imaginó una distopía post-apocalíptica ubicada en lo que ahora son los Estados Unidos; en ella, lo mediático y un concepto literalmente maquiavélico de la política camuflaban un orden social orwelliano que reflejaba sin muchos disimulos nuestra realidad. El sacrificio ritual y lúdico de jóvenes como Katniss contribuía a perpetuar un férreo control social que administraba con pericia el miedo y la precariedad ética y material. La descripción de ese universo, reminiscente del planteado por novelas como El cuerno de caza (John W. Wall, 1952) y Battle Royale (Koushun Takami, 1999) —adaptada al cine un año después—, en el que, para evitar que las nuevas generaciones articulen una revolución se les fuerza a combatir anualmente en pos de la supervivencia del más apto, conformaría el grueso de Los juegos del hambre (Gary Ross, 2012), adaptación del primer libro de Collins.
Aquella película —que será la primera entrega no de una trilogía sino de una tetralogía, siguiendo la estela mercantilista de otros fenómenos seriales de masas como El Hobbit (2012-2014), Harry Potter (2001-2011) o la citada Crepúsculo—, concluía con una Katniss que había superado los mortales juegos televisados eludiendo el sobrevivir a toda costa, como le interesaba (re)transmitir al régimen del presidente Snow (Donald Sutherland). Katniss prefería arriesgarse a confiar en otros jugadores: Peeta (Josh Hutcherson) y la pequeña Rue (Amandla Stenberg). Una confianza que trascendía el valor de mera moneda de cambio, y que daba alas por tanto a la esperanza de un despertar entre la población oprimida. La actitud subversiva de Katniss, sin embargo, era menoscabada por el gobierno de Snow forzando una historia de amor simulada entre ella y Peeta de cara a las masas. Una mentira orquestada por las altas esferas que atemperaba la imagen de la heroína como revolucionaria apelando, no por casualidad, a la retórica del cuento de hadas.
Los Juegos del Hambre: En llamas, recién estrenada en España, apuesta en sus primeros compases por denunciar ácidamente esa estrategia de desarticulación de discursos agitadores por la vía de la exacerbación de lo romántico. Pero, según avanza la trama, somos testigos de un amago imprevisto y paradójico de enamoramiento entre Katniss y Peeta, que distrae al espectador de la idea clave que subraya el lema publicitario de la película: Recuerda quién es el enemigo. Una distracción a la que no es ajeno un aparato formal más trabajado que el brindado por Los juegos del hambre, debido a un presupuesto mucho mayor y al cambio en la dirección de Gary Ross por Francis Lawrence, responsable previamente de películas tan esmeradas visualmente como Constantine (2005), Soy Leyenda (2007) y Agua para elefantes (2011). El resultado es que, por mucho que se reitere la necesidad de personajes femeninos sólidos, complejos, visibles, la propia inercia de los relatos, del mercado, nos fuerza a comprender que cuando se aterriza en un sistema proyectado por otros la única salida está en dinamitarlo. Porque andarse con medias tintas, tener compasión, solo sirve para que ese sistema pueda disponer de otra máscara de humanidad que legitime, sí, la sumisión.

Fuente: Diagonal