Imagen: El Liberal.
PISOTEADOS. El Insurrecto.
Acertaron con el nombre de PISA para los malditos informes sobre los
índices educativos. Pisa es la metáfora del miedo. Una amenaza eterna.
Una estructura petrificada que parece caer pero que nunca caerá. A todos
interesa que sea así. Especialmente a los dueños del miedo. Una palabra
que carece de verbo porque nadie conoce a los sujetos que lo conjugan.
No son los políticos. La lucha de clases ha regresado a la sociedad
contemporánea disfrazada de tres estamentos: los que gobiernan, los
políticos, y los que nos dejamos gobernar por unos y otros vaya a ser
que se nos caiga la torre encima. No todos los pueblos responden de
idéntica manera a la amenaza. Por eso coincido con Wert cuando alude al
informe PISA para llamarnos gilipollas. El ministro volvió a arremeter
contra Andalucía a propósito del descenso en el número de becas. Le
faltó decir que somos tontos. No se preocupe, lo diré por usted: somos los más idiotas. Por dóciles. Por sumisos. Por dejarnos pisar.
Es la séptima vez que nos cambian la normativa sobre
educación. Nos han hecho creer que cada reforma respondía a modelos
radicalmente distintos. Mentira. Todos comparten la esencia de
la especialización, de la competitividad, del utilitarismo, de la
robotización de alumnos y profesores. Todas hablan de formación de
competencias en lugar de transmisión de saberes. Ninguna se han
enfrentado al reto constitucional de sacar las confesiones de las aulas.
Todas han amputado una parte esencial de nuestra memoria colectiva.
Pero también es cierto que la última es la peor de todas. Sin duda. Por
muchas razones. Especialmente por la negación de las diferencias
culturales en el Estado. Por la españolización de la enseñanza desde el
nacionalcatolicismo castellano. La ideología que bulle en el sistema
operativo de los mismos que niegan el derecho a decidir de los
individuos y de los pueblos libres, afirmando la unidad de España en los
mismos términos que Susana Díaz o Rouco Varela, mientras se
autoproclaman ciudadanos universales de su barrio en unos de los
ejercicios de catetismo más sumisos e ignorantes que conozco: el que
deriva del prejuicio.
No hace falta que enarbole el Informe Pisa para pisotearnos. Ya lo hacemos nosotros por usted.
Nosotros somos ese pueblo que amenazado por el miedo consiente
recortarse el salario para que su empresa pague las cláusulas suelo que
antes le robaron a los ciudadanos. Somos la serpiente que se come la
cola. Fuimos los ciudadanos quienes salvamos a los bancos que nos
estafaron. Y ahora son los trabajadores quienes salvan a los bancos para
pagar a sus clientes. Bajan los sueldos y aumentan los beneficios. Pero
nos dejamos pisar vaya a ser que la torre inclinada se nos caiga
encima. Por la misma razón, aceptamos que Florentino Pérez concurse en
sectores como la atención de enfermos o discapacitados, compitiendo con
trabajadores y cooperativas que llevan media vida dedicándose al sector,
para ganarlo y después subcontratar a la mitad de precio a los que ya
estaban. Toda la reforma local que se nos viene encima está diseñada
para que estos lobos contraten los servicios básicos con las
diputaciones. La jugada es maestra y perversa. Privatizarán los
servicios municipales para centralizarlos en la institución menos
democrática del Estado. De esta forma no tendrán que sentarse a negociar
con miles de alcaldes sino con 8 presidentes de Diputación. Y
nos dejaremos pisar mientras atacamos a los políticos por corruptos, a
los sindicalistas por corruptos, eso sí, sentados alegremente frente al
televisor donde juega un señor que defrauda a Hacienda, que gana miles
de millones de euros y juega en un equipo independentista.
Andalucía es la tercera comunidad en PIB del Estado.
La primera es Cataluña. Las dos tributamos muy por encima del marginal
10 por ciento que pagan Euskadi y Navarra al gobierno central por los
servicios estatales, como si fuera el recibo de la comunidad en un
bloque de pisos. En medio, Madrid. A dónde va a parar tu dinero cuando
pagas con la tarjeta del Santander, del BBVA, en el Corte Inglés o el
Mercadona. Pero nosotros somos los más gilipollas de España. Y los más
españoles. Los que aireamos la bandera en nuestros balcones cuando gana
la selección. La misma que envuelve la ley de seguridad ciudadana, la
LOMCE o la reforma local. Y ahora, cuando vuelvan a pisarte y decidas
salir a la calle porque ya no aguantas más, pregúntate qué bandera
atarás al mástil.