La recuperación de Blas Infante Pérez al hilo del tardofranquismo y la Transición andaluza, representaría una vía para reencontrarnos los andaluces con nuestra propia identidad. Desconocido por cuanto fue negado, la impronta de su vida y obra lo populariza hasta conquistar la nominación de Padre de
Las efemérides son siempre un motivo para la reflexión de los pueblos. Como a las personas, nos invitan a calibrar diferencias, a afirmarnos ante retos y a renovar la esperanza de futuro. Ahora, el hito que recordamos desde este monográfico nos descubre la singularidad de un hombre que fue asesinado –además de otras consideraciones -, en el ejercicio de su condición de andaluz.
En el paréntesis obligado del Franquismo, no fueron pocos quienes, desde el inicio del movimiento andalucista alrededor de 1916 (con la creación de los Centros Andaluces), sufrieron represión y destierro. No existió un exilio andalucista pero sí de andaluces y, de la misma forma que algunos protagonistas guardaron un obligado silencio; otros, como José Andrés Vázquez, se acomodaron al nuevo régimen y lo disfrazaron de un matiz culturalista desde la Diputación de Sevilla, antaño entidad impulsora de asambleas pro autonomistas en enero de 1933 y julio de 1936.
Desde entonces, la casa natal de Infante en Casares, su colegio Escolapio en Archidona, los institutos de Cabra y Málaga, la Universidad granadina, su Colegio de Notarios, despachos, sedes y domicilios callaban en silencio con la salvedad de que, su viuda y, más tarde su hija María Luisa, atesoraban su memoria desde la único inmueble que fue propiedad de Infante: Coria del Río. Se le condenó a muerte cuatro años después de asesinado, e incluso, con multa se pretendió enterrar una Historia de la que siempre son protagonistas los pueblos. Entre el miedo y la calumnia pasaron los años; pero la recordada Mª Luisa siempre mantuvo la Casa de la Alegría limpia, digna y abierta a los amigos.
Durante el Franquismo fue el arabista Rodolfo Gil Benumeya (1901-1975), el primero en citar a Infante. En su Marruecos Andaluz, reproducía textos del libro sobre El Complot de Tablada sin citar a quien definía como “el principal orientador del regionalismo andaluz”. En concreto, entre las páginas 201 y 203 de aquella publicación de 1943 auspiciada por
Más adelante, será
De este modo, descubríamos a Infante tras un obligado paréntesis de silencio y, con él, la represión acaecida con el golpe militar, los intentos e hitos preautonómicos habidos desde principios de siglo y con la II República, así como nuestro escudo, himno y una bandera que, con atrevimiento, ondearía por vez primera desde 1936 en la Feria de Muestras de Sevilla en abril de 1975. Un año donde se reedita el libro más iniciático de su pensamiento: Ideal Andaluz (1916) con prólogo de Tierno Galván.
En poco tiempo, se prodigarían artículos, reportajes, colaboraciones y semblanzas argumentando el carácter de nacionalidad histórica de un autogobierno que despuntaba con el nacimiento, en marzo de 1978, de un ente con personalidad propia llamado Junta de Andalucía. Justo es decir que gran parte de aquellos escritos han sido ya superados de la mano de la corriente historiográfica que ha profundizado en los hechos durante los últimos 35 años: el Andalucismo Histórico.
Por aquel entonces también, emergería un andalucismo político bajo siglas y signo político distinto: PSA, PSLA y PTA. En la primera de estas formaciones, se integraría simbólicamente en mayo de 1978 la Junta Liberalista que ya creara Infante en 1931. Incluso, en el primer mitin legal en Sevilla ya le nominaron como Padre de la Patria. Sin embargo, la identificación de las siglas nacionalistas -PSA- con las posiciones más políticas de Blas Infante, acarrearía a dicha organización, no pocas críticas por la apropiación de un símbolo que, se argumentaba, pertenecía a todos los andaluces.
Para 1979 conoceríamos al Infante más maduro a través de su obra: La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía. En aquellas fechas Lanzagorta publicaba la primera de sus biografías; mientras que, el primer investigador en acceder a sus inéditos, Enrique Iniesta, publicaba su voz en la Enciclopedia de Andalucía.
Todo el conjunto hicieron posible a los andaluces identificarse con el testimonio de su vida y obra, justo en un instante en el que estábamos a punto de conquistar aquello que la Historia nos negó en 1936. Entre el desprecio y la sorpresa, aprendimos con Infante a ejercer de andaluces en una Andalucía que fue negada durante el Franquismo. Con su testimonio, decidimos hacerlo público un 4 de diciembre de 1977 sin el que es imposible entender el 28 de febrero de 1980. En paralelo a la función simbólica de un Sabino Arana, Castelao o Companys –salvadas las diferencias-, Infante nos acompañaría en el logro de una autonomía de primer orden competencial (vía artículo 151).
Los anteproyectos estatutarios previos a la puesta en marcha de la norma básica de nuestra Comunidad pusieron de manifiesto, no sin reticencias, la necesidad de reconocerle como “ilustre precursor de la autonomía”. Cuestión explicitada en un reconocimiento expreso del Parlamento de Andalucía en abril de 1983 (el Congreso de los Diputados en 2003). En principio, el 11 de agosto como fecha de su fusilamiento fue un hito para su homenaje por los nacionalistas andaluces. Hoy representa también un día de reconocimiento institucional por parte de los poderes del autogobierno.
Recientemente, la Cámara andaluza le nombró “Presidente de honor de nuestra autonomía”, demandado al Gobierno Central la revisión y anulación de su sentencia con objeto de reconocer y restituir “su dignidad y honor” que también es la nuestra. Un ejercicio de memoria historia, justicia y dignidad. La misma que nos merecemos y debemos todos los andaluces.
Manuel Ruiz Romero
Doctor en Historia Contemporánea.