Gibraltar desde el nacionalismo andaluz de izquierda.
Recordando el Andalucismo Histórico (I).
Concluida la Primera Guerra Mundial y en el contexto de la aplicación
de las doctrinas del Presidente estadounidense Wilson, las democracias
dibujaron de forma preventiva y aprendiendo del conflicto bélico un
nuevo orden internacional reconociendo el principio de las
nacionalidades y el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Al
hilo de estos hechos España vivirá por aquellas fechas una irreconocible
emergencia de reivindicaciones políticas desde gran parte de sus
territorios. De entre ella, la primera petición de autonomía que para
Andalucía realiza el Centro Andaluz de Sevilla (29 noviembre de 1918),
en nombre de sus homólogos y por acuerdo de la Asamblea de Ronda en
enero de aquel mismo año. Este acto de afirmación de Andalucía como
sujeto político implicaba, según el texto elevado al Ayuntamiento y la
Diputación hispalense para que instasen a los Poderes Centrales, la
puesta en marcha de Cortes Constituyentes y la concesión de una
autonomía “en iguales términos que a las demás”. Ante esta
intencionalidad pacifista continental y en el intento por consolidar una
nueva realidad diplomática más estable y pacífica, no es casual que los
nacionalistas de esta tierra firmasen el 1 de enero de 1919 en Córdoba,
toda una declaración de intenciones que a la vez que afirma esta tierra
en el nuevo orden europeo, reclama atención internacional para una
realidad política hasta entonces negada y supeditada a los intereses de
un turnismo restaurador inmovilista y centralizador: Andalucía es una nacionalidad. Con ello, su consolidación como autogobierno con clásicos los tres poderes que hoy mismo disfruta nuestra Comunidad Autónoma.
La conclusión de la I Gran Guerra pareció ser el momento propicio para
la puesta en marcha de un nuevo concierto internacional que afianzase
décadas de paz, un tanto ilusoriamente, a tenor de hechos posteriores y
como la propia Historia demostrará. A la España neutral y aliadófila
ante el conflicto, quieren sumar ahora los andalucistas históricos y
junto a vascos y catalanes, la reivindicación y presencia de un Estado
plurinacional y pluricultural en el que sólo Andalucía tiene un “territorio bajo dominación extranjera”. La reintegración de Gibraltar al suelo andaluz es la reivindicación “y la palabra”
que los andalucistas defienden ante la nueva Sociedad de Naciones,
mediante texto enviado al Congreso de Paz celebrado en Ginebra. La
afirmación política como pueblo y nación diferenciada es acompañada de
una demanda de integridad territorial toda vez que, con el paso del
tiempo, el “dolor”, como señala el texto, podría traducirse en “un fatal sentimiento de rencor perenne hacia los promotores del perdurable vejamen”. Andalucía existe y es, y en la medida que su territorio está “desmembrado”,
reivindica en su territorialidad plena. No puede ni debe afirmarse sin
ella. Se aprovechaba así un instante político vital entre el marco de
unas potencias imperialistas que hicieron inevitables la guerra y la
reordenación de una Europa que inicia procesos de descolonización.
Así las cosas, para los nacionalistas andaluces el origen del conflicto se encuentra en el “centralismo sordo, ciego y sin alma” que olvida sus regiones a la vez que concretan en Castilla la responsabilidad de todo los males “históricos y coloniales”.
Desde el republicanismo andalucista se entiende que la apuesta
castellana en pro de los Borbones en la Guerra de Sucesión -identificada
y vinculada a intereses centralistas- trae consigo una cesión por la
que Andalucía paga con su territorio una apuesta dinástica a favor de
una dinastía francesa que rechaza. De hecho, cabe recordar que Gibraltar
fue ocupada por tropas catalanas junto a las inglesas y que, por su
apuesta por el Archiduque Carlos, Cataluña pierde con el Borbón Felipe V
sus derechos e instituciones históricas. Es más, Menorca que también
por Utrecht formó parte del Reino Unido fue recuperada para el Estado
casi un siglo después por medio de otro tratado.
Expuesto así, Andalucía es víctima de Castilla. Tanto por unos hechos,
como por un olvido secular en el que el ejemplo de Gibraltar es uno de
los más importantes. Precisamente, la política de neutralidad de España
ante el conflicto preocupa frente a las posiciones aliadófilas que
defienden los andalucistas, en la medida también que, a su final, así se
explicaría la inhibición del gobierno central ante la reivindicación
territorial que nos ocupa. Castilla, como verdadera culpable histórica
de la situación, volvió una vez más a apostar por las autocracias para
defender la suya propia. El momento histórico que se vive resulta pues
especialmente significativo para una nacionalidad como la andaluza en su
anhelo por recuperar lo que llaman “solar sagrado”, para lo cual ponen
en marcha una campaña de envío de cartas y mensajes a la Embajada
Británica en Madrid solicitando la restitución del territorio
gibraltareño. Si se quiere, de una forma “llena de optimismo” y
muy honesta, pero no menos inocente y pretenciosa a la vez, se esperaba
una justa respuesta al considerar que sería incapaz de “negar la personalidad histórica de Andalucía”.
Mientras el Estado callaba los andalucistas históricos hacían valer su
voz y con ella, la propia existencia de Andalucía en el contexto de las
emergentes nacionalidades.
Fuente: Manuel Ruiz Romero.